Capítulo 11:

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"Dos cerebros siempre piensan mejor que uno"

Aún con los músculos entumecidos, conseguí levantar a mi "compañero" del suelo y tumbarlo encima de la cama. El morado de su pómulo causado la noche anterior, ya se distinguía entre rasguños y arañazos. A pesar de ello, miento al decir que no era atractivo; pero no es el momento ni el lugar para perder la cabeza en enamoramientos.

Lo más silenciosamente que pude, rebusqué en todos los rincones de ese dormitorio clavado al mío. La única diferencia era la existencia de un pequeño cuarto de baño, del mismo tamaño que aquella habitación de hormigón en la que me perdí en mi misma.

Minutos después me encontraba desnuda con el agua ardiente clavándose en cada uno de mis músculos, mientras las lágrimas silenciosas se escondían por el sumidero. Recuerdos de la noche pasada se cruzaban veloces por mi mente, entremezclándose con los ya vividos en aquella pesadilla inacabable.

No. Esto debía acabar. No se saldrán con la suya. Seré simplemente una rica adolescente, pero me han hecho cambiar; y me niego a morir o ser una desaparecida por no luchar.

Unos golpes en la puerta me despertaron de aquel extraño trance en el que estaba, así que cogí una toalla y me envolví en ella mientras salía del baño. Mi nuevo compañero me miraba avergonzado sentado en la parte baja de la cama.

-Perdona lo de antes.- dijo refiriéndose a sus malos modos en nuestra primera conversación, mientras me sentaba a su lado.

- Tranquilo, yo hubiera hecho lo mismo. En verdad, creo que te habría lanzado cualquier cosa para intentar matarte- respondí intentado sonar divertida. Debió servir tras escucharlo reír muy bajito y sonreír mínimamente.

- Si prefieres, puedes decirme tu nombre; ya que sé que no eres...

- No- lo corté- mejor sin nombres. No creo que estos muros sean capaces de guardar secretos- me acerqué a su oído y le conté lo del holograma en esa falsa ventana.

Después de vestirme y él de cambiarse de ropa, nos tumbamos en la cama de mi dormitorio. El silencio nos arropaba, pero ninguno dejábamos de prestar atención al leve murmullo del circuito situado en la ventana. Resultaba inquietante aquella modernidad entre tantos antiguos muebles sobrecargados de adornos.

- Al entrar, dijiste que habías escuchado golpes, ¿qué clase de golpes eran?- dijo suavemente.

- No lo sé, eran como pisadas muy fuertes, golpes secos...- contesté girándome hacia él.

- ¿Cinco seguidos y luego otros cinco minutos después?

- ¡Sí!- grité y, de un salto, me puse de rodillas mirando fijamente a ese chico.

- No estoy seguro de que se trata exactamente, pero sí de donde se daban: los cinco primeros en la habitación situada al lado mía y los otros cinco en la que estaba a la izquierda de la mía pero al otro lado del pasillo.

Durante media hora, más o menos, estuvimos haciendo un pequeño croquis en unas hojas que encontramos en la coqueta. Según él, se trataba de un pasillo central totalmente recto en el que había cinco habitaciones cuadradas de unos tres metros de lado. Señalamos su cuarto y el de los golpes, además del mío situado en el piso inferior.

No sabía a ciencia cierta que había en los extremos de ese pasillo; pero supusimos que no seriamos los únicos encerrados en aquella suntuosa cárcel.


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