Capítulo 17

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"Es la práctica de los tiranos en apoyarse en un sentimiento natural, pero irreflexivo, de los pueblos, para dominarlos."

Mis ojos completamente abiertos seguían fijos a la pesada puerta de metal, mientras que la voz de mi "secuestrador" seguía repitiéndose en mi cabeza.

"Serás mía, serás mía, seras mía..."

Una mano en mi hombro me sacó de aquel bucle traumático, volviendo a la oscuridad en la que mi nuevo amigo intentaba incorporarse.

Con bastante esfuerzo, se pudo tumbar en la cama de matrimonio mientras su cara de dolor y gemidos resonaban en la habitación.

Corrí al cuarto de baño a oscuras, tropezando con varios cojines que había en el suelo, hasta encontrar en un pequeño armario un botiquín blanco no muy grande, pero con los suficientes utensilios como para desinfectar y coser las heridas.

Quince minutos después, ya estaba terminando de curar cada uno de los arañazos y golpes, tornándose varias zonas de su cuerpo de color morado y amarillo a causa de los puñetazos y patadas.

- Deberías de mirarte eso... -dijo rozando con sus dedos la sangre seca de mi oreja. El pitido ya había cesado y sólo quedaba un leve pero constante dolor de cabeza y pequeños mareos breves.

- Estoy bien. Tú eres el más dañado aquí, así que no intentes incorporarte para nada si no quieres que empeore. - le respondí al ver que intentaba colocarse y así ver mi herida.

- No. Tú me has cuidado así que me toca a mí. - Intenté reclamarle pero siguió - Y no hay más discusión.

Con mucho esfuerzo y un cruce de brazos por mi parte, quedamos ambos sentados cara a cara mirándonos a los ojos. Suavemente limpió la herida con un trozo de algodón humedecido con alcohol, a la vez que fruncía el ceño con cada pasada, concentrándose en que no quedara rastro de la sangre seca.

Durante los cinco minutos que tardó en curar la herida, me fue imposible alejar mis ojos de los suyos y de toda su anatomía. La culpabilidad surgió en mí al fijarme en la cantidad de heridas en su cuerpo, ya sean antiguas y cicatrizadas o de su última pelea.

Lo quisiera o no, era mi única y mejor compañía en esta pesadilla y debía cuidar de él pasase lo que pasase. Además, a pesar de no conocerme, no dudó en luchar por mi frente al horripilante sujeto del momento anterior y en intentar sobrevivir en esta cárcel de lujo.

Le debía mi cordura y mi ápice de esperanza después de tanto tiempo de encierro.

- No llores...- susurró al ver las diminutas gotas de agua salada en mis mejillas. -Debemos ser fuertes y así salir de aquí, juntos.

Tras sus palabras, mis lágrimas y sollozos aumentaban, haciendo mi respiración superficial y acortada.
Mi miedo por un posible futuro que sitúe de nuevo en mi vida al hombre de cicatriz nauseabunda, aumentaba en cada segundo, ahogándome en un ataque de pánico incontrolable.

-Tranquila, no dejaré que te haga daño, ni él ni nadie - siguió calmándome al suponer mis pensamientos.

Mi subconsciente actuó abrazándolo por la cintura, quedando mi cabeza a la altura de su pecho. Él pasó los brazos por mi espalda haciendo círculos imaginarios relajándome. Sus labios se posaron en mi frente, callando todos los sollozos que se escapaban de mi boca.

Minutos después ambos estábamos tumbados, pero con las mismas posiciones; quedándome dormida en sus brazos.
Una sensación de protección me embriagó, dejando que la presión dejé al cansancio en mis músculos y caiga dormida en los brazos de Morfeo.

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(La escena me recordó muchísimo a Peeta y Katniss en Los Juegos del Hambre, ¿fui la única?)

SecuestradaWhere stories live. Discover now