TRONCO

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Leonardo:

—Muchachos —empezó Vintage—, os voy a dejar a solas un rato.

—¿Y eso? —A Maria no parecía gustarle la idea.

—Tengo que hacer un par de recados.

—¡Te acompañamos! —se ofreció.

—Esa es la actitud que quiero en mis trabajadores. ¡Aprende, Leonardo!

Tras aquella pulla, rechazó:

—Pero no. Aprovechad para conoceros mejor.

—Qué generoso —mascullé.

—Lo soy. Aunque, tomáoslo como un ejercicio. Necesito que forméis un buen equipo. —Paco caminó hacia la salida y se despidió con una advertencia—: Debéis estar preparados para las faenas de mañana.

Acto seguido, lo perdimos de vista y retomé la conversación con Maria:

—Vaya, parece que nos va a tocar sudar la gota gorda juntos.

—¿Sudar? —Se ruborizó.

—Sí, por las tareas. Ya lo has oído.

—Ah, eso. —Asintió.

—Sí, eso.

Seguía sintiéndola distante, como si tuviera algún tipo de problema conmigo. No entendía qué le pasaba, por qué se comportaba así. Su actitud era todo un misterio y su historia, también.

Si no había entendido mal, el hermano de Vintage había encontrado en la iglesia a una persona dispuesta a trabajar en el pueblo. Pero Maria no parecía muy católica, y de ninguna manera me la imaginaba en misa. Vestía un pequeño top de color rosa claro, unos apretados shorts blancos de algodón y unas sneakers de caña baja que dejaban al descubierto sus atrevidos calcetines. En ellos se podía leer «Horny Devil» sobre la pequeña silueta roja de un demonio.

No quería dejarme llevar por estereotipos pero, la verdad, me costaba entender cómo había llegado hasta Conrado.

—Oye, Maria. Al final Vintage nos ha dado tiempo para que me cuentes esa historia tan larga acerca de por qué has terminado aquí.

Ella ladeó la cabeza, la melena rubia le cayó sobre el hombro derecho, y me contempló con sus enormes ojos azules.

—¿Vintage?

—Así es como llamo a Paco.

Se rio y supuse que lo entendió porque tampoco quiso saber el porqué.

Me dediqué a repetir:

—¿Qué te ha traído a Trespadejo?

—Pues —Hizo una pequeña pausa—, he pasado por demasiadas cosas duras. —Agregó—: Y literalmente.

—¿Situaciones difíciles?

—Situaciones difíciles, sí... —repitió—. Decidí cambiar de aires, me ofrecieron esto y no pude negarme.

No iba a preguntarle nada más, no parecía estar dispuesta a contarme con detalles el motivo de su escapada rural.

—¿Y tú? —me sorprendió al tomar las riendas de la conversación.

—Obligado —contesté vacilón—. Mi novia me...

—Espera. ¿Tu novia?

—Sí. ¿Qué pasa?

—¿Tienes novia?

—¿Tan difícil es de creer? —«Vaya golpe a mi autoestima».

—No, no. Es que —Sonrió—, me alegro.

—¿De que tenga novia? No sé cómo tomármelo.

—No me malinterpretes. Yo... —Le llevó un tiempo formular la frase adecuada—: Me alegro de que Dios haya unido tu alma a la de una joven.

Bajé la vista. Volví a fijarme en sus calcetines. Y pregunté:

—Te estás quedando conmigo, ¿no?

—¿Yo? Jamás, amigo.

—¿Amigo? —Resultaba imposible adelantarse a sus comentarios. Era una caja de sorpresas.

—Si estás ocupado, no podremos ser otra cosa.

Mis labios se tensaron hasta que me permití soltar una carcajada.

—¿De qué te ríes?

Me estaba empezando a caer en gracia aquella chica tan peculiar.

—De nada —Se la devolví—, amiga.

Me pegó un golpe en el hombro, cual colegas de instituto.

—¡Eso! Lo vamos a pasar genial, tronco.

—¿Tronco?

—¿En tu barrio no usáis «tronco»?

Pícaro, hice un juego de palabras:

—Usamos... El tronco.

Ella se sonrojó, llevó su atención a mi paquete y dio un paso atrás.

—¡Qué grosero!

—Perdona, era una broma.

—¡Una burla del Diablo!

—¿Del Diablo de tus calcetines? —la piqué. No me creía que fuese tan religiosa.

Maria echó un rápido vistazo al dibujo de la tela que le cubría los tobillos y se quedó petrificada.

Al ver que tardaba tanto en reaccionar, supe que me mentiría:

—¡No son míos! —Ahí estaba la trola—. Los habré cogido por error en la lavandería.

—Ya. —No me lo tragaba.

—¡Es cierto! Y si me disculpas —Me dio la espalda—, voy a cambiarme.

Sin perder ni un segundo más, corrió escaleras arriba.

«Qué escena más surrealista».

No sabía si llegaríamos a ser amigos o si, simplemente, seríamos meros compañeros, pero, si algo tenía claro, era que con ella no me aburriría.

—¡Leo! —me gritó desde la habitación.

—¿Sí, tronca?

—¿Tienes unos calcetines que puedas dejarme?



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SIGUIENTES ACTUALIZACIONES: el 5 de abril.

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HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin