UN PLAN

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Maria:

«Pero me gustas mucho». A la mañana siguiente, las palabras de Leo rebotaban en mi mente.

No me parecía raro gustarle. En cierto modo, me lo imaginaba por las miraditas que me dedicaba, lo celoso que se ponía...

Sin embargo, no esperaba que lo reconociese. Aún salía con su novia y, pese a que desease con todo mi tóxico ser que su relación terminase cuanto antes, cabía la odiosa posibilidad de que no cortasen nunca.

Con la extraña sensación de estar ilusionada y disgustada al mismo tiempo, bajé a desayunar. No podía digerir mis emociones, pero sí Crujilatitas.

—¡Buenos días! —me saludó Carmen.

Comía cereales junto a Paola, quien frunció el ceño ante mi presencia. Estaba muy enfadada. Y Carmen también se percató de ello:

—¡Cachorra religiosa, no seas así! —Le lanzó un cereal y este impactó en la arruga que se le había formado entre ceja y ceja—. No puedes estar cabreada por lo que dijo Leo: eso de que te utiliza, te manipula, bla, bla, bla. ¡Tonterías! No entierres una amistad por un tío.

La beata se asombró tanto como yo de que me defendiera:

—¿Estás de su lado? Fuimos testigos de una conversación en la que proponía echarte.

—Me demostró que tiene agallas. Tal vez la ascienda.

—¿Me tomas el pelo?

—Paola, un poquito de solidaridad cristiana, ¿no? —trató de que entrase en razón—. Mira qué carita trae.

En un acto reflejo, me palpé el rostro.

—¿Qué me pasa?

—Dínoslo tú. —Carmen me ofreció asiento—. Estás entre amigas.

Accedí:

—Supongo que estoy contenta y triste al mismo tiempo. Ayer por la noche Leo me dijo que le gustaba.

—Estamos al tanto.

—Pero él y yo no podemos estar juntos por su novia, lo que me hace querer quitarla del medio.

—Matarla —dedujo Carmen.

—¡No! Quiero que Leo rompa con ella.

—Ah, sí, sí —Carmen asintió.

—¿Soy muy mala persona por ello?

—Naturalmente —afirmó Paola.

Carmen le pegó un patadón por debajo de la mesa y, mientras la beata soplaba sobre su dolorida rodilla, me agarró del hombro con total confianza para aconsejarme:

—Maria, a veces la vida es tan dura como mi almohada. Tan solo haz lo mismo que yo con ella.

—¿Lanzarla?

—Utilizarla para darle un capricho al potungo —se señaló la entrepierna—. Si es dura, que te haga llorar, pero de cintura para abajo.

—No te entiendo.

—Porque aún no eres tan sabia como yo. —Me acarició la frente—. Ay, que la vida sea gozo y que los sentimientos de culpa se hundan en el pozo. —Explicó—: Es un refrán de mi pueblo.

—Un pueblo bastante egoísta —juzgó la beata.

Mis compañeras eran tan distintas entre sí. Polos opuestos. Dos extremos. Faltaba el punto medio:

—¿Qué tal? —llegó Leonardo.

—¡Hola, guapo! —Carmen lo invitó a unirse al grupo.

Se sentó y pasó de mí, me esquivaba. Y yo también a él. De hecho, me agobié tanto por no saber hacia dónde dirigir mis ojos que estuve a punto de ponerme bizca.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Where stories live. Discover now