PEQUEÑA VICIOSILLA

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Leonardo:

Que llevaba unos días malhumorado era un hecho. Aunque me fastidiase admitirlo, Maria tenía razón. Lo que no tenía nada claro era el motivo de mi estado de ánimo. Había demasiados posibles porqués.

Por tanto, tras la discusión de la cena, me encerré en mi habitación y decidí hacer un esquema con todos ellos:

Por tanto, tras la discusión de la cena, me encerré en mi habitación y decidí hacer un esquema con todos ellos:

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Al cabo de un cuarto de hora, decidí no rayarme más. Hice una bola con el papel y lo lancé contra la pared que había frente a la cama.

—¿Jugando a la catapulta? —me llegó la voz de Maria.

Puse los ojos en blanco y la ignoré.

No se rindió:

—¿Leo?

Pasé de ella, hasta que dijo:

—¿Me perdonas? No debería haberte presionado así. Y menos delante de Vintage.

Con cautela, me asomé a la ventana. Ahí estaba ella. Me esperaba sentada de lado sobre el alféizar de la suya.

—Perdóname. —Puso pucheros.

—A ver —Recapacité—; si el único que debe pedir disculpas soy yo.

—Ah, ¿sí?

—Sí. Me he portado fatal. No debería haber tonteado contigo y mucho menos haberte ignorado después.

Mi compañera adoptó una pose erguida y, como siempre, se quedó con el dato que le interesaba:

—Así que, ¿admites que hemos tonteado?

—Maria —Me dejé caer contra el marco de madera—, debemos parar.

Ella bajó la vista y se mantuvo meditabunda durante un rato, demasiado rato.

—Que no te estaba riñendo, ¿eh?

—Lo sé. Tan solo pensaba en lo mala persona que soy.

—¡Maria, no! Si tú eres mala persona, ¿entonces yo qué?

—Los dos lo somos. Aunque —Torció el morro—, ¿una mala persona que admite que es mala persona sigue siendo mala persona?

—Si no cambia los actos que la llevan a definirse como tal, supongo que sí.

—Tiene sentido.

Asentí y aguardé. Sabía que habría una siguiente cuestión:

—¿Crees que dejaré de comportarme así?

—Lo que sé es que eres genial. Confía en ti.

Le gustó el cumplido. Estaba claro.

Nerviosa, jugueteaba con un mechón de pelo.

—Leonardo... ¿Estás tonteando conmigo de nuevo?

—¿Qué? —Alcé ambas manos—. No, ¡claro que no!

—Te estaba vacilando. —Se mondó y cambió de tema—: Bueno, ahora te toca a ti escupir tus mierdas.

Uno nunca podía predecir hacia dónde iría una conversación con ella.

—¿De verdad te interesan las movidas que pueda tener con mi novia? —No quería aburrirla.

—Obvio. No tengo móvil, ni tele, ni ordenador. ¿Sabes cuánto me aburro?

Solté una carcajada y aproveché que Maria me atendía para desahogarme:

—Verás, no sé si vamos a cortar.

—Ella no te va a dejar.

—¿Cómo estás tan segura?

—Hazme caso.

—¿Y eso?

—Te he visto desnudo.

Consiguió provocarme otra carcajada.

—Maria, el tamaño no lo es todo.

—Influye. Y mucho. De lo contrario, ¿cómo explicas que La Bella aguantase tanto tiempo con la Bestia? —Se respondió a sí misma—: Pues porque la verdadera bestia era la que escondía entre pierna y pierna.

—Vaya. Tu manera de entender las películas de la infancia me traumatiza.

—Y a mí. Ojalá reparase más en el interior de la gente y menos en el físico. Así me enamoraría.

Yo sabía que Maria se fijaba mucho más en la personalidad de lo que ella decía. Estaba centrada en encontrar el amor con alguien que ante los ojos de la sociedad no fuese atractivo —o algo así—, pero yo estaba seguro de que el amor la sorprendería cuando menos se lo esperara, con alguien que se considerase atractivo físicamente o no.

—Joder, Leo —me sacó de mis pensamientos.

—¿Qué?

Se encorvó, apoyó la barbilla en las rodillas y resopló.

—¿Te imaginas que consigo enamorarme y no me gusta lo que se siente?

—Es que el amor es complejo.

—Mira, después de este ayuno sexual que estoy haciendo, como no me maraville...

—¡Es que no deberías estar sin sexo! Si desde que estás a dos velas te fijas más en el físico que en ninguna otra cosa. Lo contrario a tu objetivo.

Abrió la boca dispuesta a defender el plan, pero se detuvo con ella abierta. En el fondo, sabía que estaba en lo cierto.

—Te va a entrar un bicho.

—Bueno —retomó el tema—, tengas razón o no respecto al ayuno, debes respetar mi decisión.

—Claro. La respeto. Y me intriga.

—¿Te intriga?

—Sí. A ver cuánto aguantas, pequeña viciosilla.

—Pues mucho, pequeño... —No se le ocurría nada—. Es que tú no tienes nada pequeño.

Se rio de su propio chiste, hasta que la risa se convirtió en una exagerada tos.

—¿Maria?

—Al final sí que me he tragado un mosquito.



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SIGUIENTES ACTUALIZACIONES: 21 de mayo.

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HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Where stories live. Discover now