MIRADAS

20K 2.4K 196
                                    

Leonardo:

Con tanta gente en la granja, era fácil pasar desapercibido. Si me hubiese ausentado por un largo periodo de tiempo, ninguno de mis compañeros se habría dado cuenta; ninguno de los compañeros con los que mantenía una relación normal, porque de Maria era imposible huir.

No me quitaba el ojo de encima.

Empezaba a temer que ignorar nuestro conflicto no sería tan fácil.

Tarde o temprano —y posiblemente fuese más temprano que tarde—, tendría que afrontar la situación.

«Habrá que echarle huevos».

Cuando finalizamos las tareas de la mañana, nos juntamos a comer unas ensaladas preparadas con ingredientes de las huertas de Paco, y a Maria le tocó sentarse frente a mí.

Se pasó toda la comida contemplándome con pésimo disimulo. Estuvo más pendiente de mí que de masticar. Tanto, que casi se ahogó con un trozo de huevo cocido.

—¡La mendiguita está morada! —se percató Susana.

—¡Santo cielo! —luego Paola.

Y también Carmen:

—¡Cachorra, aguanta!

Paco, que la tenía al lado, pasó a la acción: extendió su enorme mano y le golpeó con ella abierta en la espalda.

—¡¡¡Sácalo todo!!!

Eso hizo.

El pedazo de huevo salió disparado y aterrizó en mi frente.

Vamos, que Maria se me adelantó en lo de «echarle huevos».

Carmen comprobó que volvía a coger aire y celebró:

—¡Sigue viva! —Se tranquilizó y me pasó una servilleta—: Y tú, toma. Límpiate, Calimero.

Maria había dejado de estar violeta para estar roja.

Avergonzada, se disculpó:

—Perdón...

Al presenciar todo aquello me sentí fatal.

En primer lugar, porque lo había pasado verdaderamente mal al verla atragantarse y, también, porque era consciente de que, en cierto modo, había descargado en ella todas mis frustraciones sentimentales. Ambos habíamos obrado mal.

—No, no —Quise decirle que quien lo sentía era yo, pero el orgullo me lo impidió—. Da igual.

Durante la tarde, Carmen nos mandó a Paola, Maria y a mí a pelar garbanzos, algo en lo que ya éramos expertos. Entonces también crucé varias miradas con Maria, pero nada más.

—Qué calladitos estáis hoy. —O Paola se hacía muy bien la tonta, o su disco duro seguía perjudicado por haber pillado a Paco y a Susana en la cama—. ¿No vais a liarla?

—¿Liarla?

—Sí, Leo. Siempre lo hacéis. —Paola echó en falta—: Una bronca, un chiste malo... Algo que dé paso a una agresiva guerra de legumbres. ¿Acaso habéis madurado?

Continuamos mudos.

—Vale —tiró la toalla.

A la hora de cenar, volvimos a reunirnos los siete: el trío de la tercera edad, el trío de «muchachillos» y el gato. Lord siempre nos acompañaba.

En aquella última hora del día, los grandes protagonistas fueron los mayores:

—¡Carmen, las cervezas están calientes! —se quejó Vintage al abrir la nevera.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Where stories live. Discover now