EL VESTIDO

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Maria:

—¿Y un pantalón vaquero?

—¡Que no, Maria! —exclamó Carmen—. Busca unas mallas de hacer deporte.

Estábamos los cuatro en mi habitación, eligiendo la ropa que llevaría para allanar la casa. Habíamos decidido que Leo se vistiese con lo que él quisiera —su misión era entretener al dueño—, y que las demás llevásemos ropa negra para pasar desapercibidas en la oscuridad de la noche.

A Paola no le resultó difícil encontrar prendas de ese color, siempre parecía vestir de luto. A Carmen tampoco le costó; según ella, aquel color era de sus favoritos porque le estilizaba la figura. Y a mí, «joder», me costó, y mucho:

—¡No tengo nada!

—Amiga, yo te puedo dejar algo—se ofreció Paola.

—Antes voy desnuda. ¡Pintadme el cuerpo! Como pintan los ayuntamientos racistas a Baltasar en las cabalgatas.

—Eso sí que es una vergüenza —criticó Leo.

—Pero ¿por qué descartas mi ropa? —Paola continuaba con lo suyo—. Si mi estilo es...

—Muy fúnebre —interrumpió Carmen—. Y no fúnebre como el de Morticia Addams, no. Tú pareces haber salido de La casa de Bernarda Alba.

—¡Estáis todos contra mí!

—Yo no. —Leo la apoyó—: Paola tiene razón. Vamos a robar, no a un desfile de moda.

—Es que ni siquiera tenemos la misma talla —justifiqué.

—Eso es cierto —admitió Paola.

—¡Hay que pensar un poco! —reñí a Leo.

Nos daba corte hablar entre nosotros dos con las cotillas de Carmen y Paola al acecho, pero no nos importaba discutir. «Va a ser verdad eso de que los que se pelean se desean».

—Oye, que podemos buscarte una cortina negra, si lo prefieres —se mofó.

—Sé que estaba sexi aquel día, pero...

—¡Eso es, Maria! —gritó Carmen—. Ya sé cómo puedes ir.

—Uy. ¿Cómo?

—Tú misma lo has dicho: sepsi. ¡Venid conmigo!

Nuestra jefa nos llevó hasta un cuarto cercano en el que no se alojaba nadie. En él había un gran armario de madera vieja, madera en la que habían tallado horripilantes figuras difíciles de identificar.

—Qué cosa más fea. —Leo dedujo—: ¿Son elfos?

—Yo qué sé. Me lo regaló Eustaquio cuando me casé con Paco, como si el matrimonio no fuese suficiente castigo.

—Qué detallazo por parte del carpintero —fui irónica.

Paola no podía dejar de analizarlo:

—Qué horror. ¿Hemos venido por esta obra demoníaca?

—No. Hemos venido por...

Carmen se acercó y lo abrió. En su interior colgaba un corto y elegante vestido negro. Me fascinó:

—¡Es espectacular!

—Sí, era mi favorito. De joven lo usé mucho. —Lo quitó de la percha—. Es buena tela. Qué bien se ha conservado.

—Y tanto. —Paola a veces no tenía filtro—: Mejor que tú, desde luego.

—Qué hostia tienes, beatorra.

Sin perder más el tiempo, me lo llevé a mi cuarto y me lo probé.

—¿Qué tal? —desfilé frente a mis compañeros.

—¡Guapísima! —piropeó Paola.

—A mí me quedaba mejor —recordó Carmen—. Pero sí, estás guapa.

Solo faltaba la opinión de Leo, que se hacía el despistado.

—¡Cachorro! Es ahora cuando tienes que fijarte en ella y no por las noches.

—Ah, ya. —Adoptó una pose rígida—. Maria, estás... —Apretó la mandíbula.

—¿Sí?

—Bien, la verdad.

—¿Bien? —presionó Carmen.

—A mí me gusta.

—Sí, la chica te gusta. ¿Y el vestido?

—¡Eso decía! —Se alteró—. Que está guapa.

Yo también me alteré ante el cumplido, tanto, que se lo quise devolver y me lie:

—Oh. Tú también.

Él alzó las cejas. No fue el único sorprendido:

—¿Él? Si va en chándal. —Paola no me entendía. Normal.

Carmen prefirió no debatir:

—¿Ya estamos listos?

—¡Sí! —se emocionó Paola.

—Obvio. —Me describí—: De negro, sexi y a punto de entrar en acción. Me siento un ángel de Charlie.

—Pues dale al pause en la peli que te has montado y cámbiate de nuevo. Ahora tenemos que trabajar. —Carmen ordenó—: Cada uno a su tarea. No será hasta la noche cuando nos pongamos en marcha... 



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