DEL PAJAR A LA PAJA

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Maria:

Me pasé. Tal vez Susana se lo mereciera, pero mi intención no era que se tirase las siguientes dos horas encerrada en el baño de la planta baja sin dejar de llorar. Ni siquiera había salido durante la cena.

—Amorcito, ha sido sin querer. Pasa de estos mendrugos —trataba de animarla Paco.

Pero ella resistía.

Me gustaría haber hecho como Leo, que nada más cenar un yogur, se marchó a dormir argumentando que estaba muy cansado. Pero yo no podía dejar de cotillear. Estaba en mi cuarto, sí, pero tirada en el suelo y con un vaso pegado a la oreja.

—No oigo casi nada. —Cambié de posición el vaso—. Qué timo. Solo funciona en las películas.

Acto seguido, abrí la puerta y escuché lo que decían a través del corredor. Aquello era mucho más sencillo y eficaz.

—¡Me ha dañado mi herramienta de trabajo! ¡La ha dañado! —repetía Susana.

—Tienes que perdonarla, amorcito.

—¿Por qué?

—Porque Maria está en proceso de reintegrarse en la sociedad. Mi hermano la rescató de la calle. Tenía problemas con las drogas y se la encontró pidiendo ayuda en la iglesia. Es muy impulsiva, pero, en el fondo, tiene buen corazón.

—Joder. No tendría que haber puesto la oreja —me arrepentí.

—¿Ah, sí? —se lo creyó Susana—. ¿Era una mendiguita con problemas?

—Así es.

—Ahora entiendo por qué viste así.

—Pero... —Me metí los nudillos en la boca y mordí.

Debía contenerme.

—Exacto, mujer. —Paco la animó—: Sé fuerte y sal del baño.

—¿No me hará daño la mendiguita yonqui?

—No. Y ¿no dices siempre a tus seguidores que todo el mundo se merece una segunda oportunidad?

—Eso es de cara a la galería. Marketing digital.

—Susana, por favor, sal.

Tras hacerse de rogar, cedió. El chirrido de la puerta del baño al abrirse me lo chivó.

—Gracias por apoyarme, mi galán granjero.

«¿Galán granjero?», aluciné.

—¿Te apetece una velada romántica en el pajar? —invitó él.

«Esto ya es demasiado». Puse cara de desagrado, aunque no pude abandonar la escucha.

—Sí que me apetece —aceptó ella—. Y mucho.

Después, se besaron. Lo sé por los ruiditos que hacían: parecían dos adolescentes disfrutando del petting en el parque.

—¡Aj! —Arrugué la nariz, pero no me retiré hasta que...

—¡Tú! ¡Cotilla!

—¿Leo?

Ya no me interesaba la peculiar relación de Vintage y Susana. Cerré la puerta y abrí la ventana.

—¿Tú no estabas en la cama? —Me asomé.

Una vez más, no llevaba camiseta. Dobló los brazos para apoyarse en el alféizar y, en aquella postura inclinada, el abdomen se le marcó aún más.

Tenía el pelo apelmazado y algo despeinado. Deduje que habría estado dando vueltas en el colchón tratando de conciliar el sueño hasta rendirse.

—No consigo dormirme. —«Bingo».

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Where stories live. Discover now