La casa de la plaza

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―Ahí entro yo. Vas a ver a Pedro, mi psicoanalista y no hace falta que pagues. Ya le abono yo las sesiones a fin de mes. Llevo años visitándolo, lo mío no es un bono, es como ser socia del negocio ―me mofé.

Marina guardó sospechoso silencio. Supuse que se lo estaba pensando. Lucha de titanes entre su cordura y esa estupidez de orgullo que lleva por bandera. Me quedé esperando a ver qué decidía.

–Caye, yo no he pedido verte para esto… –comenzó azorada.

―Lo sé, cielo, lo sé, pero déjame ayudarte. ―Le presioné el antebrazo con mi mano―. De verdad que me encantaría hacerlo. ―Viendo que andaba bloqueada, le di un empujoncito―. Mira, si a resultas del tratamiento encuentras trabajo, me lo devuelves. ¿Te parece? Si así vas a estar más tranquila….

La cara de Marina empezó a iluminarse. Hasta los granos parecieron brillar.

―Si es así, de acuerdo. Y si no funciona, te lo deberé igual ―remató. A borrica no hay quien la gane, me apuesto el sexy lunar de mi espalda.

Nos ocupamos un rato de nuestros respectivos cafés, saboreando las mieles del triunfo, cada cual por la parte que nos tocaba. Transcurridos quince minutos, entré a matar.

―¿Te conté lo de que me llamaron por teléfono desde la embajada?

―¡Ah, sí, los suecos! ―Se atragantó por ser cortés y reaccionar deprisa―. ¿Qué querían?

―Te vas a quedar muerta ―anuncié inclinándome sobre ella y poniendo voz de serial de las tres de la tarde. Dejé que los ojos de mi amiga se abrieran de par en par y finalmente solté el regalito―: resulta que mi padre no era mi padre.

Marina se me quedó mirando con la boca belfa y sin pestañear siquiera. Cuando recobró el sentido tuvo que hiperventilar para oxigenarse. Levantó las cejas inquiriendo y yo asentí lentamente con la cabeza.

―¡Qué fuerte! ¿Y cómo lo sabían los suecos?

―Como lo oyes. Yo siempre he tenido por padre al marido de mi madre, o sea, un industrial de Bilbao podrido de billetes que ya murió el pobre y menos mal, porque si le llega a pillar vivo esto, del disgusto se nos queda tieso… En fin. Parece ser que mi madre tuvo un novio antes de conocer a mi padre y voila… Aquí fabricaron a tu amiga la rubia.

―No me lo digas, está tratando de ponerse en contacto contigo… ― supuso Marina muy impresionada.

―Nada más lejos, necesitaría una médium. Ya la ha espichado el hombre también. ―Mi amiga compuso una sincera mueca de dolor. A mí sin embargo, aquello me importaba un comino―. Me ha dejado una herencia.

―Jolines, vaya suerte, con la pasta que ya manejas. ―Mira si era tonta y buenaza, que estando canina como estaba, se alegraba de que aún me afluyera más y más dinero.

―Por eso tengo que viajar a Estocolmo la semana próxima y quiero que aproveches mi ausencia para visitar a Pedro. A la vuelta me cuentas tus progresos. Verás qué caña de profesional.

Las dos movimos la cabeza asintiendo al mismo son. Yo, segura de lo que afirmaba, que para eso conozco bien las terapias de Pedro. Marina, seguro que rezando porque funcionase y no la dejase peor que estaba. ¡Virgencita, que me quede como estoy!

 (Fin del capítulo 2)

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