Primeros capitulos

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―Una libélula.

―¿Una libélula? ¿Está completamente segura?

―Sí ―repetí con miedo.

No debió de satisfacerle mi talento imaginativo, porque arrugó la boca hasta convertirla en un brócoli.

―Mmm. ¿Y en este?

―Una mariposa.

―Vaya con los insectos, parece que tiene fijación. ―Y dale―. Segura entonces, ¿no? Una mariposa

―Sí señor, una mariposa. Con sus antenitas y todo.

―Vale. Y por último, ¿aquí?

―Una raya horizontal.

―¿Únicamente?

―Pues sí…. Por más que miro….

―Así de simple. De acuerdo. ―Tiró las cartulinas con los dibujitos al suelo y tomó aire―. Mire señorita García…. Hay algunas aspiraciones que aunque entren en conflicto con nuestros principios básicos, no debemos rechazar… ¿Sabe a qué me refiero?

―No ―admití con timidez.

―Se niega usted mucho. Quiero decir y medite su respuesta antes de verbalizarla… ¿Ha pensado usted alguna vez en ganar dinero vendiendo su cuerpo?

Aquello sonó a mis oídos como la peor de las blasfemias.

―Pero ¿qué dice?

―No hace falta que finja escandalizarse, muchacha. Es una profesión tan digna como otra cualquiera…

―Eso lo pensará usted… Me ofende…

―¿Ve como tiende a un natural rechazo? Pero en el fondo de su inconsciente…

―Ni en el fondo, ni en la superficie. ¡Le aseguro que nunca he querido ser puta!

―Evite esos feos términos despectivos. Negativizan su visión de lo que naturalmente le atrae... Deje que sus tendencias inconscientes fluyan con libertad…

Cayó la gota que colmó el vaso. Me incorporé como impulsada por un resorte.

―Lo siento, tengo que marcharme ―susurré al borde mismo del llanto.

―¿Ha olvidado alguna cita? La veo muy apurada.

―Sí, una muy… vital…

―Llame otro día, tenemos que continuar la terapia. Interrumpir ahora podría resultar contraproducente…

Salí huyendo y lo dejé con la palabra en la boca. Sé que es una grosería impropia de una García. Mi padre, el de mentira, renegaría de mí si se chivasen, pero no podía permanecer en aquel sofá ni un minuto más, o realmente me volvería tarumba.

Salí a la calle boqueando para poder respirar. Zambullida en mi mente tratando de descubrir qué me daba más miedo: si encontrarme sola e indefensa en un piso con aquel tarado o que la demente fuera yo y el doctor tuviese razón. ¿Me había planteado alguna vez lo de ser chica de alterne? ¿Tenía acaso algo que ver con aceptar la proposición de Jacobo?

Entre tanta confusión me metí en la pastelería de enfrente y me compré una bomba de nata. Todavía el tiempo era bueno y encontré un hueco bajo un árbol en el parque, listo para ser usado. Concentrándome en el aroma y sabor del pastel, conseguí alejar poco a poco mis fantasmas. La Cayetana segura de sí misma de meses atrás habría considerado los aspectos positivos del suceso. La de ahora estaba ciega y confusa, perdida en medio de un laberinto de setos verdes, altos como castillos, dando mil vueltas sin toparse con la salida. Y al tiempo transcurrido sin resolver, se sumaban la frustración y el cansancio. Pronto sonaría la sirena avisando el final del juego (el día “B” de “boda, bodita, bodorrio”) y yo estaría aún en la línea de salida. En semejantes condiciones, no podía sino empeorar. Para más inri, no podía confesarle a doña Sofía el enorme fiasco en que había derivado la terapia. Era recomendación suya.

Traté de dejar la mente en blanco. Después de todo, yo sí estaba segura de mis sentimientos por Jacobo, lo quería, admiraba y respetaba, me parecía grande e importante, un ejemplo a seguir. Y por eso mismo iba a convertirme en su señora a ojos de Dios, del mundo y de la aristocracia europea. Punto final. Y que se mueran los feos.

¿A que sí?

Mucho más tranquila, me acabé la bomba, me relamí, me compré el periódico y volví a mi lugar bajo las ramas protectoras, a devorar el apartado “eventos sociales” donde muy pronto aparecería la reseña de nuestro enlace.

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Nominada a mejor novela chick-lit 2011

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