primeros capitulos

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4. El loquero

Salí de la consulta de Pedro bastante más sosegada. Me dio por pensar que lo de descubrir mi filiación tardía podía traumatizarme y antes de que ocurriera, reservé cita urgente. Pero el psicoanalista piensa que ya estoy curaíta de espanto y que estas memeces me importan un pimiento. Sé que está en lo cierto, porque yo misma me lo decía, pero me encanta que me lo garantice con los miles de títulos universitarios que cuelgan de sus paredes.

Pedro ahora, anda empeñado en otra cosa. Dice que soy mitómana. ¡Ja! Tengo que buscarlo en el diccionario para asegurarme de que no es un insulto. Tiene algo que ver con mi prodigiosa capacidad para fabular sobre la marcha. Yo creo que es un don.

Recuerdo con dolorosa nitidez mi primera visita a su consulta. Yo era muy inocente y muy cateta todavía. Bueno, rectifico, lo era dentro de unos términos, me las había arreglado magistralmente bien para engatusar al inalcanzable Jacobo de Ojeda y conseguir que me propusiera matrimonio. De hecho, por aquellas fechas andábamos embrollados con los preparativos del bodorrio y coincidiendo con el estrés típico de esas actividades, yo empecé a vivir atormentada por unas pavorosas pesadillas de las que despertaba con palpitaciones, empapada en sudor helado.

Soñaba que mi familia del pueblo se presentaba en la boda, convirtiéndome en el hazmerreír de todos mis distinguidos invitados. Veía a mi padre, con su raído mono polvoriento de conductor de tractor, disputándole al alcalde el honor de conducirme del brazo al altar, disputa que Pepe García, mi padre, mejor dicho el marido de mi madre, zanjaba propinándole a su oponente, una soberana patada en las espinillas.

Tenía que mantenerlos al margen de aquella celebración, para no echarla a perder; si se enteraban de algo estaría perdida.

Fue doña Sofía, mi ángel de la guarda, la que intuyó que algo no marchaba. Debió de notarme al borde del suicidio.

–¿Qué te preocupa, mi niña? No tienes edad para esta mala cara.

Sonreí con tristeza.

–No pego un ojo, doña Sofía, me están matando las pesadillas. Es que tengo muchas preocupaciones –maticé suspirando.

–Bueno, tengo entendido que te vas a casar y sí, creo que esa eventualidad es capaz de quitarle el sueño a cualquiera –rió bajito–. Yo lo ignoro, nunca he sentido el menor interés por casarme, pero… ¿Te parezco impertinente si te digo que en mi opinión Jacobo de Ojeda es algo mayor para ti?

No podía tomarle a mal el comentario, a fin de cuentas era como mi madre fuera del pueblo.

–Sé que lo piensa mucha gente –reconocí poniéndome a limar frenética–, pero yo le quiero. Es tan hombre, tan gallardo… –Sofía alzó las cejas enviándome un mensaje cifrado, pena que me quedé igual que estaba–. Tan protector… –agregué débilmente.

–Mujer eso sí, ¿tú ves? Desde cierto punto de vista teniendo en cuenta que tú tienes veintitantos y él ya corre en pos de los setenta… ¿Estás segura del paso que vas a dar?

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