Primeros capítulos - 7

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7. Sin prisas pero sin pausas

Otro día en guerra. Me apeé del taxi y me estiré la falda lápiz de un manotazo. Acomodé el bolso, un clutch, entre las manos y tiré para adelante imprimiendo a mi paso, la firmeza marcial del general Primo de Rivera. A un lado y otro de la vereda, los operarios de “Jardinería Espenser” contratados con carácter permanente para tareas de mantenimiento, interrumpieron a mi paso sus quehaceres, para matarse a codazos mutuos.

                        La puerta principal estaba abierta y el recibidor se había alfombrado de hojas secas. Cerré con un portazo malhumorada. Desde el saloncito a la derecha, dos cabezas se volvieron a mirarme sorprendidas. Una, más elevada y rubia, con un sedoso y abundante cabello. La otra, medio metro más abajo, con un atrevido corte y unas mechas moradas más atrevidas todavía.

                        ―¡Hola Cayetana! ―canturreó Neil sonriente.

                        ―¡Bienvenida, dueña de la casa! ―soltó Tania para hacerme la pelota. Le lancé una mirada asesina, de las que te desean una muerte lenta y dolorosa.

                        ―¿Y esta reunión imprevista?

                        ―¡Oh, pura casualidad! ―rió Tania jugando a hacerse la distraída.

                        ―¿En serio? ―silabeé clavándole una mirada penetrante.

                        ―Sí. Pasaba por aquí y decidí llamar por si te encontraba. ―Señaló su maletín con un cabeceo―. Tengo mil ideas que comentarte.

                        ―Ajá. Pues no veo que me las estés comentando a mí. Además,  yo no había quedado contigo ―bombardeé. La puse todavía más nerviosa.

                        ―Ya, sí, bueno, pero como me encontré a Neil…― justificó restregándose las manos.

                        ―Podías haberme llamado, no te costaba nada. ¡Vaya! ¡Neil! ¡Qué familiaridad! ¿Cómo es que vosotros dos… ―hice la tijera con los dedos índice y corazón― habláis?

                        A estas alturas, Tania ya no sabía dónde meterse. Pero mantuvo el tipo la muy perra.

                        ―Bueno, entiendo, opino que Neil… quiero decir el señor Lundberg, también debe participar en la selección de ref…

                        ―¿Perdona? ―exploté viéndola venir― ¿Quién tiene derecho a qué? ―Como no pretendía que me respondiese, no le permití añadir nada―. Mira, Tania, querida, huelga decir que tú eres mi arquitecta. No la nuestra, la mía. Y hasta que este lío de la herencia no se dirima, tú te mantienes al margen y calladita, que estás más mona.

                        ―Pero Cayetana…

                        ―¡No se pacta con el enemigo! ―bufé entre dientes.

                        Con las manos en los bolsillos, a Neil parecía estar divirtiéndole nuestro numerito una barbaridad. Me las apañé para esquivar su mirada todo el rato, pero no puede evitar oír su voz.

                        ―Vaya, ahora resulta que soy el adversario ―se burló―. Qué desagradable título me ha caído en suerte.

                        ―Tiene fácil arreglo ―le recordé corrosiva.

                        ―Ardo en deseos de saber la vía seleccionada ―se me enfrentó. De repente, estábamos solos en aquel salón, mirándonos retadores a los ojos. Tania no participaba pero podía palpar sus facciones contraídas como si le hubiese hincado el diente a un pomelo.

DEL SUELO AL CIELOWhere stories live. Discover now