primeros capítulos

363 2 0
                                    

―Debe de haber algún error ―le corregí―. Yo soy la propietaria de esta casa. ―Puse el énfasis en el “yo”, bajo la penetrante mirada de Tania. ¡Mala suerte la mía! ¿Tenía que ocurrir esto precisamente ahora que no podía sacármela de encima? Iba a convertirme en la comidilla del gimnasio, porque la tía no perdía puntada.

―Junto conmigo. ―Retiró la mano amablemente y sin ofenderse, porque me volvió a sonreír―. Debes de ser Cayetana, la hija de Gunnar.

―En efecto. Tania, ¿te importaría dejarnos solos? Puedes ir a hacer compañía a Alberto.

Claro que le importaba. De hecho le sentó como una patada en el estómago, tener que perderse el duelo de titanes. Pero como va de educada por la vida, ¿qué otra opción le quedaba? Esperé pacientemente a que después de hacerse la remolona, desapareciera escaleras abajo.

―Así que propietarios… A medias. ―Jolines lo que me costó escupir esas palabras.

―Según la voluntad de tu padre ―confirmó metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón. ¡Menudas cachas! Luché por centrarme.

―¿Y por qué no apareciste cuando se leyó el testamento?

―Estaba cruzando Gobi.

―Pues muy mal, hay que estar donde hay que estar, no de parranda por ahí en bares y discotecas. ¿Por qué habría mi padre de dejarte a ti la mitad de mi casa? ―indagué rancia.

―¿Quizá porque me crió como si fuera su hijo? ¿Tal vez porque lo cuidé hasta el último día de su muerte? ―Por más que lo busqué, no había cinismo en su tono, era franco y sincero. Eso me jodió.

―¿Y a qué te dedicas tú? ―quise saber con cierto desdén.

―Soy reportero del National Geographic, viajo constantemente. ―Bajó la mirada apesadumbrado―. Mira, yo no quiero discutir, sólo quiero reparar esta casa y mudarme lo antes posible. España es un país cálido que funcionará mucho mejor que Suecia, como cuartel general entre viaje y viaje.

―¿Reparar? Dirás vender… ―¿Qué se había creído el tío este? Acabado de llegar y ya mandando.

―No, he dicho reparar. Creo que a pesar del acento, mi español se comprende. ―Diría que su mirada se tornó turbia.

―No quiero repararla, quiero venderla ―lo reté colocándome frente a frente.

―Perfecto, yo te la compro. Estoy dispuesto a ofrecerte…

―A ti no ―lo interrumpí cuando más emocionado andaba.

Lo dejé K.O. Me miró un segundo desconcertado pero se recompuso enseguida.

―Me temo que no será lo que tú quieras, tendremos que ponernos de acuerdo.

―Yo soy la hija ―me impuse.

―Yo soy heredero al cincuenta por ciento igual que tú ―se tomó la revancha. Estiré una mano y se la planté en la nariz misma.

―¡Quieto parao! Veo que te vas a poner borrico.

―No sé lo que significa pero supongo que nada bueno.

―Aciertas. Esta casa se vende a un tercero. ―Le metí un dedo entre las cejas. Lo soportó estoico―. Nos van a dar un dineral por ella y luego tú vas y te compras un precioso ático donde te dé la gana.

―Me gusta la casa. ―Apartó sutil mi dedo―. Tiene una carga sentimental… ¿No entiendes que tu padre la compró pensando en nosotros? ―Por un segundo, los caldeados ánimos se suavizaron. Pero fue sólo un espejismo. Yo seguía con las cimitarras desenfundadas.

―Pensaba en mí, en mí que soy su sangre. Por eso mismo no sé qué pintas en esta historia. A fin de cuentas, nunca estás… ¿Qué más te da donde vivas?

―Tengo muy claro dónde quiero instalarme.

―Ya, y tiene que ser en mi casa…

―Nuestra casa.

―Yo no te conozco de nada. ―Elevé el tono más de lo debido. Pero es que me estaba poniendo contra la pared. Y el fulano tan frío, tan correcto.

―Ni yo a ti ―repuso.

―¡¡Paraaaaaaaaaaaaaaa!! ―chillé.

El sueco se quedó pasmado con el alarido. La cotilla de Tania subió las escaleras de dos en dos, aprovechando la coyuntura, para fisgar. Se quedó cuajada, agarrada al marco de la puerta. El sueco y yo nos mirábamos como dos toros bravos a punto de embestirse.

―Me voy, no te soporto más. Tendrás noticias de mis abogados ―bufé―. Vámonos Tania.

La tonta del bote no se movía. Me faltó el flequillo de un calvo para agarrarla por los pelos y sacarla de la mansión, a rastras.

DEL SUELO AL CIELOWhere stories live. Discover now