Serie: Mujeres de hoy (3ª novela)

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―Desembucha. Sin paños calientes.

―El Ayuntamiento ha detenido las obras porque se han topado con dos expedientes contradictorios sobre la misma propiedad ―leyó en una chuleta que llevaba en la mano.

―¿Cómo dices?

―Que sobre la misma dirección se han solicitado dos permisos con proyectos diferentes ―recitó―. Eso dice disciplina urbanística.

―¿Y quién es el otro… solicitante? ―Cerré los ojos anticipándome a la respuesta.

―Un tal Neil Lundberg.

Se me cayó el mundo en lo alto. Me cago en la mar serena y en la madre que parió al sueco entrometido y cipotón, reventé en mi interior. Pero para Tati, sólo dije con finura:

―Estate al corriente. Yo voy mañana al Ayuntamiento a hablar con quien corresponda.

9. De pesca en las Administraciones Públicas

Quien correspondía era el Delegado de Disciplina Urbanística. Mucho nombre y mucho cargo para tan poco tío. Me recibió en su despacho gigante lleno de planos y brocados y terciopelos y más planos, que no conjuntaban en absoluto. Pero él no alcanzaba el uno setenta.

―Verá… Resulta que hay dos solicitudes de licencia acompañadas…

―De dos proyectos diferentes, eso ya me lo han explicado ―abrevié.

―Pues se da curso a uno o a otro, o a ninguno, porque a los dos no es posible.

―Ni necesario, señor… ¿Cómo ha dicho que se llama? ―Crucé las piernas a lo Sharon Stone viendo cómo los globos oculares del delegado, se salían de su emplazamiento natural.

―Martínez, Matías Martínez para servirle, señorita.

―No se hace una idea de lo bien que me cae usted, Matías. ―Y por una vez, no mentía. Nada más oírle llamarme “señorita”, decidí nombrarle sujeto del mes―. Yo lo que quiero es dar con una solución para este irritante contratiempo, porque como podrá suponer, tengo dos cuadrillas de albañiles esperando órdenes, con el convencimiento de que les pagaré todos estos días que están parados. Francamente, se hará cargo de que tanta demora, puede suponer mi ruina. ―Me incliné hacia el concejal y convertí mi voz en un susurro aterciopelado―. No soy más que una chica desamparada deseosa de unas pequeñas reformas en su hogar, que no hacen daño a nadie. Mire. ―Le tendí unos documentos.

―¿Qué pone? ―se colgó las gafas de la nariz.

―Es sueco, el testamento de mi padre. Observe, aquí aparece mi nombre y ahí, la dirección de la casa. Mi padre quiso que yo la disfrutara y la modificase a mi antojo. ¿Cómo no vamos a respetar la última voluntad de un difunto? ―Le regalé un par de miradas turbadoras.

El concejal sudaba copiosamente y alargó un dedo tembloroso hasta posarlo en el documento.

―Pero aquí también leo muy claro el nombre de Neil Lundberg, el otro solicitante de las obras. ―Apreté las mandíbulas al oírlo nombrar― ¿Acaso son ustedes hermanos?

―Ni por asomo. Simple coincidencia. ―Me envaré.

―Ya, pero él aparece en el mismo testamento… ―consideró el concejal inseguro hasta de lo que leía.

―Yo soy española, algún privilegio tendrán que reconocerme, ¿O es que vamos a permitir que estos extranjeros desalmados vengan y nos echen de nuestras propiedades? ¿Rendirnos y entregar el país? ―aleteé las pestañas― ¿A que no podemos?

Matías persiguió mi movimiento como un autómata mudo.

―Dígame, Matías, ¿a que no podemos?

―No, no podemos ―balbució.

―Desde luego que no. Me alegra infinito que esté usted de acuerdo conmigo. Un caballero tan inteligente y competente… Se le nota a la legua.

―¿En serio me lo nota?

―A la legua, a la legua ―insistí con firmeza―. Y se me ocurre pensar que el proyecto de este inoportuno grano del trasero, podría traspapelarse, ¿Quién sabe? Ocurre a diario y mientras lo buscan sin éxito, yo estaría autorizada a reemprender mis obras. Una pena, pero para cuando aparezca o él presente otro, las reformas estarán acabadas. ¿No le parece una idea genial? –exclamé haciendo volar mi centelleante melena.

El hombre barbotó algo que aspiraba a ser palabra, pero no llegó a tanto. Arremetí sin cortarme un pelo. En la estrategia, ahora yo llevaba ventaja.

―No sea modesto, Matías. Si se lo estoy leyendo en la cara. Usted ya lo había pensado antes, iba a proponérmelo en este mismo instante ¿A que sí? ―Pasé por alto su cara de confusión en grado máximo―. ¿A que no me equivoco? Qué inteligente, Matías y qué detalle dejar que yo piense que fue idea mía. ―Emití un levísimo gemido―. ¿Está usted casado por casualidad?

―Sí, sí ―“desafortunadamente”, debió pensar.

―Pues dígale a su señora que es una mujer con suerte, con este pedazo de hombretón a su lado. Tengo que confesar que la envidio, ojalá hubiese más machos como usted, de los que saben resolver.

Matías se quedó sin palabras y sin resuello. Me levanté decidida a marcharme y darle el golpe de gracia, contoneándome cuanto podía, de la silla a la vía de salida. Me acompañaba el concejal, rezagado unos pasos, con la vista fija en mi culo respingón y provocativo. A pocos pasos de la puerta, me giré teatralmente y le ofrecí mi mano enjoyada con una genial caída de ojos, que lo mareó.

―Entonces, Matías, ¿Puedo marcharme tranquila? ¿No se olvidará? ―El concejal agitó convulsamente la cabeza, asintiendo―. Será nuestro pequeño secreto, nadie tiene por qué enterarse. Los Ayuntamientos son tan grandes y quién sabe adónde habrá ido a parar la solicitud de ese extranjero desconocido…

―Vaya con Dios señorita y deje el asunto en mis manos ―gorgoteó besándome la ídem―. Yo me ocupo.

Acerqué la boca a su oído para cuchichearle una monería.

―Si no fuera una indecencia, le contaría lo que me sube por el cuerpo cuando oigo a un hombre pronunciar esas palabras: “Yo me ocupo”. Hasta pronto, Matías.

Nada más salir me restregué el dorso de la mano contra la falda para librarme de las babas del cretino politicucho aquel. Pero había marcado gol, un tanto por las escuadras a mi vikingo y me fui a hacerme la pedicura con champán, para celebrarlo.

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⏰ Last updated: Oct 30, 2012 ⏰

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