Capítulo 03

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Llegaron a una pizzería, aparcó su camioneta sobre el cordón de la calle del local y una vez que apagó el motor, descendieron de su camioneta

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Llegaron a una pizzería, aparcó su camioneta sobre el cordón de la calle del local y una vez que apagó el motor, descendieron de su camioneta.

Entraron al establecimiento, y se sentaron en una mesa para dos personas.

—Las pizzas de aquí son espectaculares, no sé si le gustan a usted.

—Es una de mis comidas favoritas.

—A Begoña, no le gustan las pizzas, y menos el lugar, dice que es demasiado grasiento para su estilo de vida.

—Supongo que le habrá gustado la gargantilla de ayer, ¿verdad?

—Sí, señorita Avner, le ha encantado, gracias por preguntarme. ¿Qué gusto de pizza pedirá, señorita?

—La de pepperoni.

—La misma pido casi siempre yo también.

—¿Quiere que cambie y usted come esa?

—No, ¿por qué me tendría que molestar con que usted pida lo mismo que yo?

—No lo sé.

—Al contrario, no me molesta en lo absoluto —le terminó de decir y éste último pidió las órdenes—, y ya que estamos aquí, le diría que va siendo hora que me llame por mi nombre.

—Eso sería inapropiado.

—¿Por qué?

—Perdería la ética y la profesionalidad.

—Yo a veces te llamo por tu nombre, y te tuteo, como lo acabo de hacer, no le veo lo malo del asunto.

—Y yo prefiero mantenerlo con formalidad, su novia me odia, y no quiero tener problemas con ella, así qué, prefiero tratarlo de usted.

—Está bien, si así lo quiere, pero a mí me gusta más tu nombre que estar llamándote con formalidad.

—Está bien, es usted mi jefe.

—Perfecto entonces —le dijo y la pizza para dos personas llegó al centro de la mesa.

—Qué rica —le dijo ella, comiendo un pedazo de su porción—, lo siento, yo como la pizza con la mano, no sé usted.

—Despreocúpate, yo también como la pizza con las manos, pero no se lo digas a Begoña, odia que coma ciertas comidas con las manos.

—Descuide, señor Wayland, su secretito está a salvo conmigo.

Almorzaron tranquilos, y alguien llamó al teléfono móvil de Caden. Atendió de inmediato su llamada.

—¿Dónde estás?

—Estoy trabajando, Begoña.

—¿Tú, te acuerdas que teníamos que ir a ver el salón de fiestas hoy por la tarde?

—Lo siento, se me ha olvidado, no podremos ir hoy, Begoña.

—¡Me habías dicho que podías, Caden! —le gritó a través del auricular.

—Me olvidé que debía de hacer algo del trabajo.

—Solo espero que el sábado no te olvides que tenemos nuestro compromiso.

—No se me olvida, mañana si quieres iremos a ver el salón de fiestas.

—De acuerdo —le dijo secamente y le cortó enseguida la llamada.

—Begoña.

—Sí, me di cuenta, si quiere, podemos ir yendo, y si llega a tiempo para ver el salón de fiestas, la lleva a la señorita Booth.

—No, la llevaré mañana, puede esperar, y aparte, ya son las cuatro de la tarde, llegaremos alrededor de las ocho de la noche a Kansas City.

—De acuerdo entonces —le terminó respondiendo ella y volvió a comer de su porción de pizza.

Luego de una hora más tarde, cada uno se pagó lo suyo. Puesto que él quiso pagar toda la cuenta, pero Venus le dejó bien en claro que no aceptaba su invitación. Solo estaban de pasada por trabajo y por nada más.

Salieron del local, luego de que él le dejara propina a la mesera, y emprendieron el viaje rumbo a Kansas City nuevamente.

Llegaron a la ciudad casi cinco horas después, la joven legó prácticamente exhausta.

—Se supone que yo no tengo que hacer ésta clase de cosas, señor Wayland.

—Lo sé, pero gracias a ti obtuve una de las cosas que siempre he querido.

—No soy su golpe de suerte, señor.

—Para mí sí lo eres, Venus.

—Pues a mí no me gusta eso, grábeselo bien en la cabeza, no soy su secretaria fuera del horario de trabajo y ni muchísimo menos su As debajo de la manga para concretar tratos que usted solamente quiere.

—Te recompensaré por esto —le dijo, sujetándola de la muñeca.

—No quiero que me recompense en nada que se le parezca, señor, buenas noches —le terminó respondiendo ella sin mirarlo a la cara.

—Buenas noches, Venus.

Entró a su casa, y él, luego se fue tocando bocina.

A la mañana siguiente, a las diez menos cuarto de la mañana llegó al estudio y preparó café para los demás, junto con las tostadas y galletas para que desayunarán también. Una vez que dejó todo acomodado, salió de la sala, y subió un piso más para ir a su lugar de trabajo. Y allí, sobre el escritorio de trabajo, vio un pequeño ramo de flores. Eran rosas inglesas, una de sus flores favoritas. Y apoyado contra el florero de vidrio, había un sobre de color verde esmeralda. Ella se acercó al escritorio, tomó el sobre en sus manos, y lo abrió.

Señorita Avner:

Le pido disculpas por lo ocurrido desde ayer a la mañana hasta la noche. Fue una falta de consideración de mi parte hacia usted. Tiene razón, es solamente mi secretaria personal dentro del horario de trabajo, y no fuera del mismo. Es por eso mismo, que decidí recompensarla con un ramo de flores, espero que las rosas inglesas sean de su total agrado, y la invitación a mi compromiso con Begoña, éste mismo sábado por la noche. La invitación se encuentra dentro del sobre que le dejé. Creo que sería bueno que vaya, quién le dice, y conoce a un hombre interesante esa misma noche.

Sr. Wayland

¿Desde cuándo le interesaba mi vida privada al señor Wayland? Que yo sepa, jamás se había preocupado por mis asuntos amorosos, ¿o me veía demasiado solitaria por tener la edad que tenía? —pensó Venus.

¿Desde cuándo le interesaba mi vida privada al señor Wayland? Que yo sepa, jamás se había preocupado por mis asuntos amorosos, ¿o me veía demasiado solitaria por tener la edad que tenía? —pensó Venus

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La Secretaria ©Where stories live. Discover now