Diente de león

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Los rayos del sol en el atardecer pasaban por sobre mi cuerpo, y podía sentir como algunas de las hierbas del suelo donde estaba acostado, me producían cosquillas y comezón en la piel. El cielo estaba teñido de un color naranja con pequeñas rayas amarillas de las cuales no se veía ni el inicio ni el fin, una que otra nube blanca adornaba el paisaje para darle un matiz divino a todo aquello. De pronto observé como frente a mis ojos, un diente de león se desordenaba por el soplido de quien me acompañaba.

— ¿Pediste un deseo? —sus manos suaves acariciaron mi cabello y mis mejillas, para luego obligar a mi cabeza a recostarse sobre su regazo, un beso en la frente y una sonrisa, sus ojos color miel me miraron con tanto amor, mientras sus manos acariciaron mis mejillas de nuevo, me sentía como el hombre más feliz de la tierra.

—Sí, pedí mi deseo.

— ¡Te amo! —sus manos dejaron mi rostro, y el suyo se empezó a tornar serio— ¿Pasa algo?

— ¿Puedes levantarte?

—Claro —dije mientras acataba lo que me pedía, traté de mirarla a los ojos pero su cabeza estaba agachada— Liz ¿Qué pasa? —levantó su rostro y estaba mordiendo su labio con preocupación, conocía ese gesto.

—Lo siento.

— ¿A qué te refieres? —empecé a sentirme desesperado y nervioso.

—No puedo seguir, lo siento.

— ¿Cómo? ¿Seguir, conmigo?

—Sí, tenemos que terminar, lo siento.

—Pero ¿Por qué? —no contestó nada, sus ojos se humedecieron, no pudo darme una respuesta y solo repitió lo que había dicho antes.

—Lo siento —se levantó, tomando su bolso y se fue.

Ni siquiera pude voltear a ver cómo se iba, me quedé mirando el atardecer, sintiendo como se me caía el alma a pedazos y como los planes que había pensado con ella se iban a la basura. Aquel atardecer era tan desgarrador.

Ahora ella estaba ahí, frente a mí.

—Pregunté ¿Qué haces aquí? —mi rostro estaba serio y sabía muy bien que se notaba.

—Vine a recoger unas cosas que dejé cuando me fui.

—Y según tú fue un gran idea venir a las...—miré mi reloj para cerciorar la hora— a las 2:15 a.m.

—Estaba aquí cerca, con unas amigas y bueno, aún tengo llaves.

— ¿Después de tanto tiempo aún las tienes?

—Sí, pero te vi cuando venias caminando así que decidí esperar.

—Que considerada —dije mientras buscaba mis llaves y me dirigía a la puerta, mi sarcasmo era tan claro que no hacía falta mucho para entenderlo— pasa, ya estás aquí, recoge lo que necesites.

—Gracias —dijo mientras pasaba frente a mí y dejaba su bolso en uno de los sillones— ¿Cambiaste los sillones?

—Sí, y el color de las paredes, y algunas otras cosas —dije desde la cocina mientras me servía un vaso de jugo.

—Te ves bien.

—Gracias.

—Pero cambiaste, no eras así.

— ¿Perdón?

—No era tan frío —sentí como el enojo se apoderó de mí.

—6 años Lizbeth, tiraste 6 años a la basura en solo unas semanas, y cuando te fuiste no pudiste decir nada, solo te fuiste y me enteré de todo por boca de otras personas, porque tú no pudiste decirme la verdad ¿Y qué esperabas? ¿Qué siguiera siendo el mismo niño? Con el corazón dispuesto a todos, dispuesto a ti para que llegaras 2 años después de hacerme pedazos.

—No puedo creer que yo tenga culpa de que ahora seas esto.

—No, fuiste solo inicio, lo que me abrió los ojos, para ver que más de la mitad de las personas de mi vida solo eran un montón de mentirosos, que no les importa hacer daño y que traicionan cuando tienen la oportunidad, como tú lo hiciste conmigo— sus ojos estaban húmedos, a punto de llorar, pero no sentí el más mínimo remordimiento— toma tus cosas, llévate todo lo que sea tuyo, pero no vuelvas, por favor, no vuelvas. Cuando te vayas, deja las llaves y cierra la maldita puerta —me fui a mi habitación con el vaso de jugo.

Mientras estaba ya en mi cama listo para dormir, pude escuchar como caminaba fuera de mi habitación, reuniendo todo lo que era suyo, tardo unos 30 minutos. Yo me quedé con la mente en blanco mientras miraba el techo, hasta que me quedé dormido. A la mañana siguiente, una llamada en mi celular me despertó a las 8:30.

— ¡Aló!

— ¿Mario?

—Amigo, ¿Cómo dormiste?

—Bien —le mentí mientras me levantaba e iba a la cocina.

— ¿Tienes café en tu casa? Espero que no, vamos por uno a la cafetería que está a la par del parque ¿Sí?

— Está bien, de todas formas no tengo café —le volví a mentir riendo, con el recipiente del café en mi mano derecha, estaba casi lleno— llego en 15 minutos.

—Bueno —y colgó.

Me cambié la camiseta que llevaba puesta, me puse unas tenis, un pantalón cómodo y salí camino a la cafetería. La mañana era fresca, el sol no estaba demasiado fuerte aún y los rayos que emitía eran muy agradables. Disfruté la caminata hasta la cafetería, mis piernas agradecían el ejercicio. Mario ya estaba ahí, su departamento estaba cerca de ahí, además había llegado en su auto, que por alguna razón no había llevado el día anterior al trabajo.

— ¿Entonces ella sólo apareció?

—Sí, sin avisar.

—Nicolás, han pasado 2 años, tienes que superarlo.

— ¿Y si se sigue apareciendo?

—Eso no importa. Y si no puedes olvidarla por lo menos usa una máscara, que le haga creer a todos que estás bien.

—No la necesito, estoy bien —dije mientras endulzaba el café que acaban de poner frente a mí.

—Bueno —dijo antes de tomar un sorbo de café o "bebida de los dioses" como él le decía— ¿Te parece si te llevo a recoger tu auto al taller?

—Eso sería genial.

Él siguió hablando pero yo estaba ausente. Olvidar no era tan fácil, no después de amar tanto, como te sacas a alguien de la mente y el corazón, alguien que estuvo tanto tiempo, alguien a quien amaste tanto, eso no se podía de la noche a la mañana.

Entendí entonces que en efecto, necesitaba una máscara. 

La última gotaWhere stories live. Discover now