Tienes que irte

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Cada paso que daba tenía un pequeño significado, sabía que si me equivocaba podía no funcionar nada de lo que yo quería. Sabía que yo podía convencerla, lograr que se quedara conmigo, que me diera una oportunidad.
El viento esa noche era arrasador, tanto que yo llevaba un suéter azul, pantalón negro, tenis deportivas, el pecho lleno de sentimientos y en la punta de la lengua cientos de palabras que quería que ella grabara en su mente y alma cuando yo las dijera.
Inconscientemente iba jugando, sin pisar las grietas. Mirando las luces a la orilla de la calle y las miles de figuras que las sombras formaban. Una que otra persona que se topaba con otra y al esquivarse mutuamente parecía un baile de dos flamas de fuego.
Todo en aquella noche era muy poético, como esa obra... La noche estrellada, de Van gogh. Incluso el cielo no se veía del todo oscuro, era como una manta azul que cubría todo, una manta con miles de puntitos brillantes adheridos a ella.
Mientras seguía jugando con las grietas del suelo, sin darme cuenta estaba frente a la casa de Emma, las luces estaban encendidas, me acerqué a la puerta y después de respirar muy profundo toqué el pequeño timbre. Emma abrió la puerta, sus ojos verdes se abrieron sorprendida de verme ahí, su cabello estaba recogido en una cola, dio un paso adelante y cerró la puerta a su espalda.
- ¿Que haces aquí?
-Vine para que me escuches.
-No, te dije que me caso, me caso mañana...
-Sí, lo se, se que te casas mañana, sé donde te casas y sé la hora- la interrumpí rápidamente.
- ¿Cómo lo sabes? -frunció el ceño, demasiado seria, casi molesta.
-Internet es muy útil y también la página de la iglesia. Escucha, no se por qué estás haciendo esto, no puedo entenderlo, solo entiendo que quiero estar contigo que lo necesito, que el tiempo es tan relativo y poco importante, que no se cuanto hace desde que nos conocimos, pero estoy enamorado y te quiero, quiero estar contigo, que te vayas conmigo lejos de aquí y empezar de cero, sólo tu y yo...
-No puedo y tú, tienes que irte.
-No voy a irme, no hay razón.
-Si la hay, me caso mañana y mi prometido está adentro.
-Emma no...
-Nicolás -se acercó un poco a mí- Mereces algo diferente, mereces a alguien para quien tu voz sea su canción favorita, alguien que adore la forma en que el viento mueve tu cabello, que adore la forma en que esos hoyuelos aparecen en tu rostro cada vez que sonríes -puso su mano en mi mejilla de forma muy suave- Mereces a alguien que ame la forma en que comes y tomas café, que los lunares de tu pecho y abdomen sean sus estrellas favoritas, mereces a alguien que pueda leerte, porque eres un libro abierto pero estás en un idioma que no cualquiera puede leer -bajó la mirada y comenzó a llorar, su mano aun seguía en mi mejilla y podía sentir su respiración cerca de mí, yo empecé a llorar con ella, mientras agarraba su mano que estaba libre- Mereces a alguien se emocione cada vez que te vea, mereces a alguien que te haga palpitar a cada segundo, alguien que quiera tomar tu mano y darle mil vueltas a esta tierra -se acercó a mí hasta que el espacio entre nosotros dejó de existir, mientras su mano seguía acariciando mi mejilla, sus labios rosaban mi otra mejilla, por instinto yo movía mi rostro buscando que nuestros labios se encontraran, nuestras frentes chocaron débilmente, ambos estábamos llorando a ojos cerrados- Mereces a alguien que te ame con cada maldito poro de su piel, que te ame como a nadie, que te ame en cada latido de su corazón, y yo, yo no puedo ser ese alguien -se separó de mí poco a poco mientras decía esto- Por eso tienes que irte, lo siento -abrió la puerta, en su mirada sentí el dolor suyo y el mío, siguió mirándome hasta que la puerta se interpuso entre nosotros.
Después de estar ahí un par de minutos solo dejando que el dolor me hiciera pedazos, caminé de vuelta a mi casa, sintiendo pequeñas punzadas de dolor con cada paso, la luna había salido, su luz iluminaba cada rincón de oscuridad entre los callejones. Empecé a preguntarme como es que alguien como ella no era lo que yo merecía, era a ella a quien quería tomar de la mano y darle mil vueltas a esta tierra, quise quererla, quise compartir esos momentos, su historia, mi historia, coincidimos, en una casualidad o como parte del destino, daba igual. No era justo haberla tenido y sentir que se me escapaba de las manos como agua entre los dedos, me sentía derrotado, derrumbado, sin un sentido o motivo lógico.
Llegué a mi casa y mientras estaba sentado en una silla del comedor, entendí que tenía dos opciones, dejarme caer y no hacer nada o ir a esa boda y hacer mi último intento. Sabía que iba a hacer, fui a mi habitación, alisté una camisa azul marino, la mas formal que tenía, un pantalón café y mis zapatos del mismo color. A juzgar por las lágrimas de Emma, sabía lo que pasaría cuando yo fuera a su boda y no como un invitado, sino como alguien que no dejaría escapar a la mujer de mi vida.

La última gotaWhere stories live. Discover now