Grietas en el suelo

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Terminando de desayunar nos dirigimos al auto de Mario que estaba a unos 100 metros de la cafetería. Subimos mientras hablábamos de la soltería de él y mi mala suerte en el amor. El auto de Mario era un automóvil pequeño pero muy cómodo. Le gustaba siempre llevar música, decía que le daba ambiente de discoteca a su auto. Mario era una persona muy poco común. Tenía la piel blanca con vellos completamente negros en sus brazos, como los rizos en su cabeza y su barba, sus labios eran gruesos y tenía ojos azules, un tono claro como el del mar abierto, era delgado, no lo suficiente para entrar dentro de los flacos feos, como decía mi madre; pero tampoco tenía un cuerpo atlético.

—Sarah me besó.

— ¡Wow! ¿Estás jugando?

—No, en serio lo hizo, ayer cuando la dejé en su casa.

— ¿Y qué sentiste? —su mirada iba fija en la calle, había mucha gente caminando por todos lados, era muy cuidadoso cuando manejaba.

—Nada.

— ¿Cómo rayos es que una mujer como ella te besa y no sientes nada?

—No lo sé, sólo no sentí nada.

—Necesitas olvidar a Lizbeth.

— ¡No tiene nada que ver con ella!

— ¡Bájale a tu tono, cabrón! —de repente estábamos encerrados en un auto en movimiento gritándonos con todo el furor. No pude evitar reírme.

—Mario, eres mi mejor amigo.

—No te pongas sentimental solo porque me gritaste.

Continuamos bromeando, hasta llegar al taller, donde el mecánico me explicó algunos cuidados a tener con los frenos del auto, que era lo que estaba dañado en primer lugar.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó Mario mirando el reloj.

—Voy a ir a mi casa a tomar un baño y después voy a salir a buscar un libro que quiero leer.

—Bueno, nos vemos el lunes entonces.

—Bueno —dije mientras él se iba, antes de subir a mi auto.

Mi auto era como un lugar especial para mí, ponía la música clásica que me gustaba y tenía un momento conmigo mismo que era como una terapia para mí. Me gustaba pasar tiempo a solas, escuchar mi voz interior y analizar mis pensamientos y sentimientos.

Al llegar a mi casa me dirigí de inmediato al baño, siempre fui muy decidido hasta con las cosas más pequeñas, me gustaba sentir el agua caliente en mi espalda y en mis brazos era relajante. Salí y me vestí de inmediato, un pantalón gris, camiseta roja y tenis del color de mi camiseta. Mi reloj en la mano izquierda como era ya costumbre. Peiné un poco mi cabello y salí directo a mi auto de nuevo. La librería a la que iba a buscar lo que quería, estaba a unos 15 minutos en auto, era el lugar que más me gustaba visitar y era el que más lejos me quedaba.

De camino los arboles a la orilla de la calle se movían por el viento y el sol traspasaba sus hojas de forma artística. Dejé mi auto una cuadra antes de la librería donde había un lugar para estacionar. Después de cerrar mi auto caminé a la librería. Al pasar por la puerta aquellas paredes color durazno, los estantes llenos de libros y la frescura de aquel salón me acogieron como si yo les perteneciera, ese era mi hogar. Empecé a recorrer cada pasillo revisando cada libro, me detuve para mirar la portada de una reedición de Hamlet, sin explicación, el libro se me escapó de las manos cayendo al piso.

—Mierda —susurre.

— ¿Siempre que se te cae algo usas esa expresión? —una voz delicada y armoniosa se dirigía a mí mientras yo estaba agachado recogiendo el libro.

— ¿Disculpa?

—Perdona, ayer te escuche eso cuando se te cayó una carpeta y la perseguiste por la acera, mi novio te ayudó a levantarla.

—Ya recuerdo —le dije con una sonrisa, mirando sus ojos verdes.

—Qué casualidad ¿No? Encontrar dos veces seguidas a la misma persona en la misma situación.

—Sí creo que es algo curioso —dije mientras jugaba con Hamlet en mis manos.

— ¿Molesto?

—No, claro que no —me sentía tan cómodo que era raro, estar hablando así con una desconocida.

— ¿Entonces, Hamlet? —preguntó extendiendo su mano hacia mí.

—No, este ya lo tengo —puse el libro en su mano— en realidad busco uno sobre la Historia de Egipto.

—Eso suena terrible.

— ¿Terrible?

—Sí, es decir, un libro de la historia de Egipto suena a proyecto universitario.

—No, es por gusto.

—Bueno entonces no es tan terrible —sonrió y puso Hamlet en su lugar— ¿Entonces esta es tu máscara?

— ¿Disculpa? —me sentí completamente desorbitado y sorprendido.

—Ya sabes, todos usamos mascaras para ocultarnos del mundo y también para cancelar planes, como decir: Hey no voy a poder salir hoy contigo, olvidé que había quedado con una amiga de ver una película. Claro que ese sería mi caso, porque mi máscara son las películas. Tu excusa sería algo más como ir al club de lectura —me reí después de escucharla mientras nos movíamos como si estuviéramos flotando por toda la librería.

—Esa es una interesante teoría.

— ¡Mira! —se acercó corriendo a un estante y sacó un libro— Historia de Egipto —dijo poniendo el libro frente a su rostro dejando ver solo sus ojos.

—Excelente —lo recibí de sus manos y le di un vistazo.

Nos dirigimos a la caja, aún juntos, pagué el libro el cual me dieron en mis manos sin bolsas. Salimos y empezamos a caminar, era como una niña, caminaba intentando no pisar las grietas en el suelo, yo solo la observaba preguntándome cómo rayos había llegado hasta ahí, cómo me puse en esa posición.

— ¡Perdiste! —dijo dándome un pequeño empujón.

—Tú también perdiste —dije haciendo que pisara una grieta.

—Eso es trampa.

— ¿Según quién? —entre cerró los ojos, sabía que su intención era verse desafiante.

—Sabes, ahí me desvío para mi casa —miré a todos lados, la esquina donde se desviaba estaba a unos metros de donde estábamos, yo me había alejado unas 7 cuadras de donde estaba mi auto.

—Yo debo volver a donde dejé mi auto.

— ¿Qué tienes que hacer mañana, tramposo?

—Supongo que nada.

—Nos vemos aquí a las 10 a.m.

— ¿No tienes una película por ver?

—No, si tú no tienes un club de lectura que visitar —le sonreí complaciente.

—A las 10 a.m. —sonrió y se dio media vuelta para irse, había caminado unos cuantos metros cuando reaccioné— ¿Cuál es tu nombre?

—Emma.

—Soy Nicolás.

—Mucho gusto Nicolás —extendió su mano y se despidió cortés.

Me quedé mirando cómo se marchaba con la cabeza inclinada hacia el suelo, de seguro iba evitando pisar las grietas; me di media vuelta y empecé a caminar, bajé mi mirada y empecé a jugar como si ella fuera conmigo, sin pisar las grietas. Conforme caminaba empecé a pensar en lo atrevida que fue esa chica, en lo cómodo que aquello me parecía, pero que una parte de mí, la de mi moralidad, sentía que estaba mal sentirme tan cómodo con ella porque tenía novio.

Pero a otra parte de mí, le importaba un carajo eso, porque iba caminando, sin pisar las grietas, sonriendo como un idiota.

La última gotaOù les histoires vivent. Découvrez maintenant