Una noche en la playa

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Recuerdas la época cuando eras niño, cuando jugabas en el parque en los toboganes y los columpios, o con otros niños, y tu mamá siempre estaba ahí para cuidarte. Recuerdas cuando te golpeabas o caías y entonces llorabas y tu mamá corría hacia ti, para levantarte, secar tus lágrimas y curarte, para decirte que todo iba a estar bien; pues bien, nunca nadie nos preparó, nunca nadie nos dijo que cuando creciéramos no habría nadie ahí para levantarnos, para curarnos, nunca nadie nos dijo que estaríamos solos, nunca nadie dijo que nuestro llanto no sería escuchado por nadie. Si lo hubiese sabido antes, no hubiese querido crecer.
Empecé a conducir y sentía mis manos pesadas sobre el volante, me sentía destrozado, cayendo por dentro poco a poco, pero no se notaba en mi exterior, me miraba en el espejo y solo estaba sin expresión, serio, sin muestras del dolor y el enojo que llevaba dentro, miraba las fotos en el asiento del acompañante y el dolor era indescriptible. Llegué a la oficina y ya estaban casi todos ahí. Mario y otros estaban en uno de los escritorios principales recostados tomando café, me saludaron de lejos pero yo no respondí.
-Mira esto -me dirigí a Mario tirándole la primera foto- Eres tú y Lizbeth y mira, tiene la fecha de ayer, y llevas la misma ropa que ayer ¿Por eso no dejaste que pasara al apartamento? -mi tono era agresivo y directo, todos los de la oficina se quedaron en silencio.
-Sí, ella fue a pedirme ayuda, no quise decirte nada porque estabas mal y...
-Y mira estas, no tienen fecha, pero son en diferentes días, porque llevan ropa distinta en cada foto -me apuré a interrumpirlo, no quería escuchar excusas- mira, se abrazan, van de la mano, acá están comiendo, aquí se besan -se hizo un gran silencio mientras yo pasaba las fotografías y las mostraba a Mario- ¿Eres el padre de su bebé?
- ¡No! Esas fotos son... -se detuvo cuando se dio cuenta que iba a decir algo que no debía, pero no era necesario.
-Me engañaron -mis manos se sintieron pesadas, y mi ira me hacía pensar que podía tirarle el escritorio que tenía frente a mí y romperle cada hueso del cuerpo- ¿Cuánto tiempo?
-Nicolás...
- ¿Cuánto? -mi tono era rígido y serio todavía.
-6 meses.
- ¿Cuándo?
-En su último año de relación.
-Por eso no la quieres, por eso la desprecias, cuando ella me engañó, también te engañó a ti -miré el suelo, y los sentimientos estaban revueltos dentro de mí, solo necesitaba muy poco para explotar.
-Ella no vale nada...
- ¡Ni tú tampoco! -me pareció el momento perfecto para despertar, para gritar, para explotar - No te importaron nuestros años de amistad, decidiste que era buena idea meterte con mi novia, eres un idiota.
-Nicolás...
-No quiero escucharte, toma -le tiré las fotografías una por una- enmárcalas y ponlas en la pared de tu departamento.
Me di media vuelta y salí de ahí, no podía respirar sentía una presión el pecho y como mis pulmones trataban de cerrarse. Salí del edificio y en ese momento pasaba por ahí Emma, de inmediato notó que algo estaba mal.
- ¡Hey! ¿Estás bien? -se acercó y puso su mano en mi hombro.
-No, no lo estoy.
- ¿Quieres ir a algún lugar?
-Sí, donde sea, pero lejos -me dirigí a mi auto que estaba frente al edificio, abrí la puerta del lado del conductor y estaba dispuesto a subir cuando Emma habló de nuevo.
-No puedes conducir así, déjame hacerlo -solo le di las llaves y subí por el lado del acompañante.
No dije nada más, estaba en blanco, sin nada en la mente. Pasamos a casa de Emma, ella salió del auto y entró a su casa, luego de unos minutos regresó con un bolso mediano lleno de cosas. Empezó a conducir y pronto pude ver las palmeras llenas de cocos y escuchar las olas del mar, sentía como la brisa salada entraba por la ventana del auto, empecé a sentirme un poco más tranquilo. Llegamos a la playa que ella quiso, estaba vacía por completo, Emma sacó del bolso que llevaba una sábana y la acomodamos cerca de donde estaba el auto, le conté todo lo que había pasado y luego se hizo un pequeño silencio.
-Escucha, sé que duele, pero es pasado, y no importa cuánto duela o lo que sea que hagas, ya no puedes cambiar lo que pasó.
-No sé qué hacer.
-Renuncia.
- ¿Renunciar?
- ¡Sí! Renuncia a tu trabajo, estoy segura de que por ahí tienes un poco de dinero ahorrado, tómalo y compra un boleto de avión y vete, a Egipto, reúne la información que necesites y escribe tu libro, yo lo compraría. Empieza de cero, lejos o aquí, pero hazlo, date un chance de volver a intentar vivir en paz.
-Eres increíblemente maravillosa.
-Oye... No te enamores de mí -que dijera eso me tomó por sorpresa.
-Eso suena a cliché de libro.
-Y de película.
-Es un cliché decirlo pero, no te preocupes por eso.
-En serio no te conviene -la miré un segundo y pensé muy bien lo que iba a decir.
-Sabes, me alegra mucho haberte encontrado -nos miramos directamente a los ojos y mantuvimos la mirada así.
Nos mantuvimos mirándonos mientras nuestras manos se encontraron sobre la sabana que estaba en la arena, para ese momento ya el sol se había terminado de ocultar, nos acercamos poco a poco hasta que nuestros labios se encontraron. Se sintió como magia cuando la suavidad de sus labios rozaron los míos. Su mano izquierda acarició mi mejilla y mientras nos seguíamos besando, subió una de sus piernas sobre mi cuerpo, quedando sobre mí, sin dejar casi de besarnos, empezamos a desnudarnos poco a poco. Sentía la calidez de su cuerpo y las olas del mar armonizaban aquel momento que estábamos viviendo, mientras las estrellas empezaban a asomarse.
Seguimos besándonos, acariciándonos, sintiendo nuestros cuerpos coordinados y entre respiraciones medio cortadas y pequeños suspiros que se escapaban, nos convertimos en un cliché, ese cliché en donde no debes enamorarte, pero lo haces. Podíamos ser solo dos cuerpos que se confundían una noche en la playa, podíamos ser solo un cliché que se cumplía poco a poco y podíamos ser magia, magia que nos hacía salvarnos el uno al otro.

La última gotaWhere stories live. Discover now