Un reloj de planetas

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—Cuando tenía 4 años, mi mamá estaba embarazada para mi hermano menor, el que decía ser nuestro papá decidió que era un buen momento para irse y dejarnos solos, así que éramos mi hermano mayor, mi mamá, mi hermano que venía en camino y yo. Pero nunca nos hizo falta sabes, podíamos contra todo lo que se nos pusiera en frente, cada mañana nos levantábamos y nos comíamos el mundo —su voz se quebró un poco, sus ojos se humedecieron mientras mi corazón empezó a sentirse un poco estrecho en mi pecho. Agarré su mano y ella la presionó con fuerza— Mi hermano era 3 años mayor que yo, y yo era 4 años que mi hermano pequeño. Vivir con mi mamá era como un sueño, tal vez no teníamos todo, pero no nos faltaba nada, no nos faltaba comida, ni una ducha fresca en las tardes, ni un chocolate caliente en las noches, ni una cama cálida y cómoda para dormir, mucho menos amor, amor nos sobraba, nos amábamos tanto, que parecía imposible un amor igual en el mundo. Así fueron los primeros 10 años de mi vida, perfectos, a su manera, pero perfectos; hasta que mi mamá falleció en un accidente de auto cuando estaba a unos meses de cumplir 11 años. De ahí nuestras vidas se fueron al suelo, una tía pidió nuestra custodia legal y nos fuimos a vivir con ella. Su casa era un lugar algo desordenado, con ropa y zapatos por todo lado, recuerdo una mesa en la sala que tenía botellas de cerveza, un cenicero con muchas colillas de cigarro, una jeringa y otras cosas que se usaban para consumir drogas, lo recuerdo perfectamente, como si acabara de salir de esa casa. Mis hermanos y yo teníamos en aquella casa, una habitación donde había 3 camas, pero nosotros juntábamos dos y nos dormíamos juntos, porque nos daba miedo el esposo de mi tía, era un tipo robusto que siempre llegaba borracho o drogado y la golpeaba a ella. Nos teníamos a nosotros y eso era lo que importaba. Yo tuve que dejar la escuela y mi hermano mayor también, al único que dejaron estudiar fue a mi hermano menor. Mi hermano mayor se dedicó a trabajar desde los 13 años y yo me encargaba de mantener la casa medio limpia, así pasaron algunos años, seguíamos juntos, cuidándonos y amándonos como mamá nos había enseñado. Cuando mi hermano mayor tenía 16 años, una noche, el esposo de mi tía llegó borracho como todas las noches y trató de abusar de mí, pero mi hermano no lo permitió, se pelearon y al final echaron a mi hermano de la casa, terminó involucrándose con gente rara, cayó en drogas y unos meses después nos enteramos de que murió en una balacera. Los intentos del tipo ese continuaron pero siempre me defendí y gracias a ello nunca logró lo que quiso. Un día tomé a mi hermano, mi mochila y la de él con un poco de ropa y dinero y viajé desde donde vivíamos hasta aquí, tenía solo 14 años y mi hermano 10. Vivimos en la calle casi un año, no sabes cómo extrañé mi cama, la comida que preparaba mamá, los chocolates calientes en las noches, las duchas, pero lo que más extrañaba era el amor, aunque estuviéramos debajo de un puente trataba de darle a mi hermano todo el amor que me era posible. Una tarde caminábamos bajo la lluvia, pasamos frente al lugar al que fuimos ayer, así encontramos a Benito, él prácticamente nos adoptó, aunque al inicio fue difícil porque yo desconfiaba, pero poco fue demostrando ser un buen hombre. Me ayudó a terminar mis estudios e igual a mi hermano, hoy tengo trabajo estable y casa propia gracias a él, y mi hermano estudia medicina también gracias a él. Y esto es lo único que tengo de mi madre —sacó de su bolsillo un reloj de fajillas color café, era de planetas, en primer plano estaban las manecillas que marcaban la hora y en un segundo plano el sistema solar. Levantó su mirada y la fijó en la mía— solo he contado esto a mi mejor amiga y a mi novio, y ninguno me miró de esa forma.

— ¿Cuál forma?

—Haciéndome sentir como una persona autosuficiente y capaz de protegerme sola.

— ¿Después de lo que has pasado? No podría creer que necesites ser protegida, más bien creo que tú puedes protegerme a mí —ella sonrió, eso era lo que yo quería.

—Mi mejor amiga me miró con lastima y mi novio me miró como si yo necesitara ser cuidada por él.

— ¿Y él?

— ¿Él? ¿Quién?

—Su novio.

—Él es un buen chico, lo amé mucho al inicio de nuestra relación pero ahora es algo que mantengo porque llevamos mucho tiempo juntos y no sé cómo terminar las cosas, me he acostumbrado a su presencia, pero me siento más vacía cuando está, que cuando no está.

—Y entonces tu familia es tu hermano menor.

—Y Benito claro.

—Claro —dije limpiándome las lágrimas de la cara, había empezado a llorar desde que ella dijo que su madre había muerto— ¿Vas a ponerte el reloj?

—Sí, hace días no me lo pongo, y aun me parece escuchar la voz de mi madre "El espacio no está tan lejos como piensas, mi niña, sólo tienes que saber a que dirección apuntar tus sueños"

—Se te ve muy bonito.

—Gracias —dijo mientras pasaba las yemas de sus manos por el vidrio que separaba la superficie con las manillas del reloj— sabes, en mi casa hay una rata que no me deja dormir, ¿Crees que podrías sacarla?

—Claro, vamos.

Empezamos a caminar a su casa, cada uno de sus pasos era como calculado para tener el mismo contoneo, la misma fuerza. Cómo podría alguien sólo dejar atrás todo y sólo seguir adelante, como si nunca nada hubiera pasado, jamás imaginarías que ella cargara con una historia como esa. Jamás imaginarías que cuando ella necesitó ser rescatada, se tomó a sí misma de la mano y se rescató sola, porque ella sabía que nadie iba a ir por ella, ella sabía que nadie lucharía por ella, en ese momento al verla caminar, comprendí que en realidad nadie en el mundo podría amarla más de lo que ella lo hacía, y eso era lo que la hacía especial.

Llegamos a su casa y encontrar la rata en realidad no fue difícil, estaba en un pequeño nido entre un mueble y la pared.

—No sé cómo entró ese animal aquí —dijo desde arriba del sillón.

—No voy a matarla solo a sacarla —dije mientras llevaba hacia afuera al animal y reía de verla sobre el sillón como si aquello fuera un león.

La casa de Emma era algo sublime, impecable y ordenada, ese animal tuvo que haber aprovechado un momento donde hubiese una puerta abierta para entrar porque era improbable que estuviera ahí por desorden.

—Nicolás, sabes acá a veces es algo aburrido estar sola, así que quería saber si tal vez... ¿Quieres quedarte? —sus ojos tenían un brillo esperanzado de que yo dijera que sí y de todas formas yo quería hacerlo, quería quedarme.

—Sí, aquí me quedo—dije esto en todos los sentidos posibles.    

La última gotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora