Pie de limón y jazmines

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— ¡Deja el auto aquí!

— ¿En la calle? ¿Estás loca? —había conducido de mi casa hasta donde habíamos quedado de vernos, Emma llevaba un short azul y una blusa blanca, su cabello castaño caía sobre sus hombros y sus ojos verdes brillaban de forma intensa, insistía en que dejara el auto en la calle sin ninguna clase de cuidado.

—Yo no te dije que trajeras el auto.

— ¿Y pretendías que caminara un poco más de una hora para llegar aquí?

— ¿No conoces el autobús? —solo me reí y asentí con la cabeza— no va a pasarle nada a tu auto, lo prometo.

— ¿Y si le pasa algo a tú pagas el arreglo?

— ¡Oye!

— Es mentira, guíame, ¿A dónde vamos? —dije riendo mientras cerraba mi auto.

—Vamos —se acercó a mí y me jaló de la manga de la camiseta que llevaba.

Caminamos jugando, tirándonos trozos de hojas secas, dándonos empujoncitos por la acera e intentando descubrir donde teníamos cosquillas, tenía una sonrisa extraordinaria y era tan peculiar ver como sus mejillas se levantaban cada vez que lo hacía. Me sentía tan increíblemente cómodo, pero una voz en mi cabeza que repetía sin cesar "esto está mal, esto está mal, esto está mal" no me dejaba tener paz, así que decidí solo ignorar esa voz.

Pronto llegamos a un pequeño restaurante casi llegando a las afueras de la ciudad, banquitos y mesas de madera sencillos sin muchos detalles, banderas de más de 45 países distintos, lo cual me pareció muy interesante. Toda la estructura estaba sobre un lago de agua verde que dejaba ver algunos peces nadando de un lado a otro. Una pared completa estaba cubierta de plantas, diferentes cactus, plantas suculentas y diferentes tipos de flores.

—Este es mi restaurante favorito —avanzó frente a mí sobre un pequeño puente para llegar al interior del restaurante— ¡Hola Benito!

— ¡Hola pequeña! —un hombre de cabello blanco con acento colombiano saludaba desde detrás de la barra— ¿Te llevo lo mismo de siempre?

—Sí, por favor.

Yo caminé detrás de ella hasta sentarme a su lado en una mesa que ella eligió, me sentía extraviado, como en un mundo diferente.

—Joven, ¿Qué le sirvo? —esta vez el señor se dirigía a mí.

— ¿Tiene café?

— ¡Claro!

Me senté en la silla frente a Emma y la miré mientras ella aplastaba unos jazmines en un pequeño recipiente de madera.

— ¿Qué haces?

—Espera —el mismo señor puso frente a nosotros dos cafés, uno negro que era el mío y uno con leche el de ella, junto con un pie de limón. Tomó los jazmines y los puso en el café.

—Nunca había visto algo así.

— ¿Crees que soy como todo el mundo?

—No definitivamente no.

—Te imaginas hacer viajes.

— ¿Viajes?

—Sí, viajes por el espacio, conociendo planetas, estrellas y esas cosas. ¿Te imaginas conocer el final del universo y lo que hay después?

—Empieza a preocuparme que le echaras eso al café.

—Idiota —dijo riendo— ¿No te intriga?

— ¿Por qué lo haría? Me intriga estar aquí en este planeta

— ¿Por qué?

—Porque aquí, pasan demasiadas cosas, cada mañana, cada tarde, cada momento aquí es como un milagro. ¿Has visto alguna vez un atardecer como se debe? Apreciando cada color, cada brisa que acaricia el rostro, trasmite tanta paz.

—Esa era la respuesta que quería —dijo mientras con la cuchara comía un poco de pie de limón— a la gente le intriga lo que hay fuera de aquí e ignoran la tanta belleza que existe en el suelo que pisamos, me caes bien —sonreí complacido de contestar bien y de caerle bien.

Sus pupilas se dilataban cada vez que hablaba de algo que le gustaba y sus manos no paraban de moverse, excepto cuando yo hablaba y su atención se centraba al 100% en mí. Nos quedamos ahí hasta que se hizo tarde, pagamos la cuenta y empezamos a caminar de vuelta, el cielo empezaba teñirse de tonos de rojos y amarillos, mientras la parte más alta ya estaba azul y se asomaban algunas estrellas.

Pude notar como respiraba profundo mientras la brisa acariciaba su rostro. Tomó mi brazo, cerró los ojos y noté de inmediato como estaba disfrutando aquello al máximo.

—Pie de limón.

— ¿Disculpa?

—Es mi favorito, y cuando me siento feliz, todo huele a pie de limón.

Solo sonreí y la miré caminar, el trayecto de vuelta se hizo tan corto como el de ida. Pronto visualice mi auto y al acercarnos pude ver un gran rayón sobre la tapa del mismo que lo cruzaba de un extremo al otro. Miré a Emma tratando de mantener la calma.

—Mira el atardecer, da tanta paz. 

La última gotaWhere stories live. Discover now