cinco;

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El pelo de Nerea caía empapado por su espalda mientras esperaba en la avenida, en el mismo lugar donde se había despedido de Roi dos días atrás. Confiaba en que apareciera por allí o no muy lejos, había tenido que despedirse a la prisa y no tenía manera de contactar con él para acordar un punto de encuentro.

Finalmente, el chico llegó y se reunió con ella.

-No deberías venir tan ligera de ropa -fue lo primero que le dijo, sobresaltándola.

Nerea se giró y lo miró. Por suerte, esta vez venía solo. Se encogió de hombros.

-No sé si te has dado cuenta, pero no tengo más ropa. -Vestía uno de sus bikinis, cuya parte de abajo había comprado hacía poco y únicamente para sus viajes a tierra firme. Bajo el brazo llevaba el jersey y los pantalones que le había prestado Aitana-. Y la única que tengo, no es mía y está igual de mojada que esta. Hola a ti también, por cierto.

Roi sonrió ligeramente. Era la primera vez que la rubia lo veía sonreír, por lo que imitó su gesto.

-Vamos, anda.

Caminaron juntos por la avenida hasta llegar a una calle cercana. Roi se paró frente a uno de los aparatos que delimitaban las calles, introdujo una llave en un orificio en una de sus paredes y la máquina emitió un sonido.

-Sube -le indicó a Nerea.

-¿Qué? -titubeó ella, confusa.

-No pretenderás que vayamos a mi casa caminando, ¿no?

Acto seguido, tiró de un manillar y se abrió una puerta de la máquina. Roi se metió dentro y se sentó en uno de los asientos que había. Impresionada, Nerea rodeó el armatoste y descubrió otra puerta en el lado contrario, por lo que la abrió con cuidado y se sentó al lado del chico.

-¿Qué es esto?

-¿El qué? -preguntó Roi, usando la misma llave con la que había abierto la máquina para accionarla.

-Esto. -Señaló las paredes a su alrededor. Roi la miró con cara de extrañeza, hasta que pareció recordar que estaba hablando con una sirena.

-Un coche. Para desplazarte a sitios que no estén cerca. ¿No tienen nada así allí abajo? ¿Barcos? ¿Submarinos?

-Submarinos... Se habla mucho de ellos, sí. También de los barcos. Es lo que usan para llevarse a los peces y soltar porquerías al agua, ¿no?

Las orejas de Roi enrojecieron.

-Sí, bueno, algunos.

Se mantuvieron en silencio el resto del trayecto. No tardaron mucho en llegar a casa de Roi. Cuando entraron, Nerea la observó con atención. Era notablemente más amplia que la de Aitana, pero tal vez menos acogedora. Las paredes llenas de dibujos de sirenas seguían clavadas en su memoria.

-¿Quieres tomar algo? -preguntó el moreno-. Café, galletas, agua...

-No te preocupes, acabo de desayunar. Pero gracias.

Roi asintió y cogió la ropa de Aitana, que Nerea cargaba en el brazo. Se la llevó a otra estancia donde la metió en una gran máquina, pulsó un par de botones y la dejó funcionar.

-No tardará más que un rato. Tranquila, llegarás a tiempo.

Nerea asintió. Se miraron.

-¿Y ahora?

-Ahora... -Roi se acercó a la cocina y rebuscó entre unos papeles. Sacó uno y se lo tendió a Nerea-: ¿Lo has echado de menos?

La sirena recibió el papel abriendo la boca desmesuradamente. Se trataba del dibujo que le había hecho la chica morena. Notó cómo Roi se quedaba mirándola con una sonrisa discreta.

Where the ocean meets the sky | iFridgeWhere stories live. Discover now