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Hay que reconocer que no fue Sant Climent el primer sitio al que fue Aitana. Desde el aeropuerto de Barcelona, el primer lugar al que se desplazó fue Castelldefels, en la costa donde tenía su familia el apartamento en el que tantos veranos había pasado. Necesitaba ver el mar, respirar el aire salado y coger fuerzas para ver a su familia y al resto de su pueblo.

Hacía varias Navidades que no se pasaba por su lugar de nacimiento, y también bastante tiempo desde la última vez que había visto a sus padres. Aitana no sabía si los había decepcionado por ser lesbiana, porque se hubieran enterado debido a lo ocurrido con Graciela y Vicente o por la imagen que había dado ante todo el pueblo. Lo cierto era que, después de ese incidente, nada había vuelto a ser igual. El ambiente de tensión que se generó en la casa favoreció la mudanza de Aitana, así como el hecho de que sus visitas a Barcelona fueran cada vez más espaciadas en el tiempo, hasta volverse casi inexistentes.

Aunque la rubia poco tenía que ver con su vida en Barcelona, sabía que Nerea había influido en su decisión. Desde que ella había entrado en su vida, Aitana era más feliz. Cuanto más feliz era, más seguridad tenía en sí misma. Y cuanta más seguridad tenía, más valiente era.

Seguridad y valentía eran las dos cosas que más necesitaba para ir a Sant Climent. Seguridad y valentía era lo que trataba de concentrar mientras respiraba el salitre del mar, mirándolo sin verlo. Ensimismada como estaba, se sobresaltó cuando alguien le tocó el brazo y la llamó:

-Aitana, tía.

No reconoció su voz, pero en cuanto se giró para dar con la persona que le había hablado, supo quién era de inmediato.

-¿África?

Estaba más guapa que nunca y había cambiado muchísimo, pero no cabía duda de que era ella. No podía olvidar a la chica que tanto le había gustado durante esos dos veranos de su infancia.

Aunque hacía años que no se veían, a ambas chicas no les hizo falta más para abrazarse con fuerza. Aitana pudo percibir el olor corporal de África, del que, comprobó, se había olvidado. Ahora olía a niñez, a aventuras, a verano. Sonrió, feliz.

-¿Qué haces aquí? -preguntó cuando se separaron.

-Perdona, cariño, yo ya llevo viniendo aquí varias Navidades. Eres tú la que no se ha pasado por aquí en los últimos años.

-¡Pero yo soy de Barcelona! -Aitana sonrió, divertida-. Tú vienes de Madrid en estas fechas solo para... ¿para qué?

-Para ver si hay suerte y hace un poco de sol. -La mulata se encogió de hombros y apoyó los brazos en la barandilla de la avenida, como había encontrado a Aitana. Esta la imitó.

-No parece que hayas tenido mucha suerte este año -rio. África suspiró.

-Ni este año, ni ninguno, cariño -contestó, recibiendo una nueva carcajada de Aitana que le arrancó una sonrisa-. Debería empezar a asimilar que Navidad es en invierno, y en invierno hace frío.

-Sí, tal vez -sonrió la catalana-. Me alegro mucho de verte, África.

-Y yo de verte a ti. -La menor sonrió de vuelta y la miró-. ¿Tienes prisa?

Aitana suspiró y se lo pensó. Lo cierto era que sus padres ni siquiera sabían que estaba en Barcelona. Nadie la estaba esperando a una hora concreta y sabía de sobra cómo ir a su pueblo desde ahí, así que...

-No, no tengo.

-¿Quieres ir a tomar algo? -propuso la otra chica. Aitana sonrió.

-Claro, vamos.

Se dirigieron a una cafetería que le recordaba a las noches de verano de cuando eran pequeñas. Ambas se sentaron frente a frente y pidieron una bebida caliente para cada una.

Where the ocean meets the sky | iFridgeWhere stories live. Discover now