trece;

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París no estaba nada mal, y mucho menos al lado de Aitana. La llamada torre Eiffel, que de día se le antojó como un armatoste de vigas de hierro sin ton ni son, de noche se iluminó de tal manera que Nerea comprendió que París fuera conocida como la ciudad del amor.

Para sorpresa de ambas, fue la rubia quien cogió la mano de la morena mientras paseaban por los alrededores de la torre. La catalana sonrió y entrelazó sus dedos con los de Nerea, que cada vez se sentía más cómoda ante ese tipo de contacto.

-¿De verdad no tienes frío? -preguntó Aitana por vigésima vez en el día. Nerea sonrió negando con la cabeza.

-Que no, pesada...

Si Aitana supiera a qué temperatura empezaba ella a tener frío, dejaría de sorprenderse por su piel no erizada aun siendo de noche y habiéndose desplazado más al norte de donde vivían. Nerea se negaba a abrigarse, mientras que la morena iba, como siempre, enfundada en varias capas de abrigo.

-Como te pongas mala...

-Perdona, mamá -la picó la rubia-. Eres una exagerada, de verdad. ¡Ni siquiera hace tanto frío!

-Soy friolera, ¿vale? Déjame.

Nerea la miró y descubrió en su rostro la misma sonrisa que tenía ella. Allí, solas entre tanta multitud, bajo la luz de la torre Eiffel y con las manos unidas, habría sido un segundo momento perfecto para besarla. Pero, como en el primero, tampoco lo hizo.

Continuaron paseando en silencio durante un rato más. El bullicio de la ciudad no era molesto, sino agradable. En un sitio tan célebre, como Alba y Roi le habían informado, Nerea sentía que cada persona era en realidad un personaje de su propia historia. Y la historia que Aitana y ella compartían no era para menos.

-¿Estás cansada? -preguntó Aitana, después de ese rato-. ¿Quieres volver?

Lo cierto era que le empezaban a picar las piernas, así que asintió.

Aitana y Nerea rehicieron el camino hacia su hotel sin soltarse las manos, y solo lo hicieron cuando Aitana tuvo que abrir la puerta de la habitación.

-¿Te quieres bañar tú primero? -ofreció la morena. No obstante, Nerea negó.

-No, no. Báñate tú. -Era la única manera que tenía de llevar su tarea a cabo.

Por tanto, esperó pacientemente a que Aitana se metiera en la ducha, y solo cuando escuchó el agua correr salió con sigilo de la habitación, empuñando la llave en una mano y una piedra terrestre en la otra.

Encontrar una zona poco iluminada del río era difícil, pero debía apresurarse, pues no sabía cuánto tardaría Aitana en ducharse y descubrir que no estaba ahí. En cuanto encontró un rincón, se sumergió en el agua y enseguida notó con alivio cómo las branquias y la cola le volvían a salir.

Sin embargo, el alivio le duró poco: el agua estaba más caliente que la del mar, y como había previsto, olía fatal a causa de todos los residuos que la gente tiraba al río. Arrugó la cara y trató de ignorar el olor. Apretando con fuerza la llave, la piedra y la parte de abajo del bañador que se había quitado, se masajeó las branquias con la otra mano y contó cinco veces hasta sesenta.

Transcurridos los cinco minutos, probablemente no exactos, se llevó la piedra a la boca. Era una de las mayores que había cogido nunca: debería durar casi veinticuatro horas, y si calculaba que en ese momento sería casi medianoche, esperaba estar de vuelta en Biarritz antes de esa hora del día siguiente.

Salió del río de nuevo convertida en humana, pero sintiéndose sucia. Se puso de nuevo la parte de abajo de bikini y el vestido que había dejado en la ribera y se dirigió de nuevo al hotel, tratando de secar la llave en su ropa mojada.

Where the ocean meets the sky | iFridgeWhere stories live. Discover now