veinte;

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Aitana cogió los dos vasos de zumo y fue al salón, donde había dejado a Nerea con el disco de la artista española que había descubierto esas últimas semanas y que tanto le había gustado.

Nunca había sido muy de música. Si bien llevaba toda la vida refugiándose en el arte, era el dibujo mediante lo que se desahogaba habitualmente. Sin embargo, tras una vida dibujando sirenas y más de medio año dibujando a Nerea, apenas tenía otro tipo de inspiración, y las sirenas o Nerea habían sido lo último que necesitaba plasmar durante esas semanas de soledad.

La encontró ensimismada en la portada del disco y sonrió con ternura. Aún no podía creer lo mucho que la había echado de menos. Se acercó al sofá, dejó los zumos sobre la mesa baja y se sentó junto a ella.

-¿Te gusta? -Nerea asintió y Aitana sonrió-. Tengo que darte una cosa.

-¿Sí? -preguntó la rubia, curiosa. La artista asintió con un gesto y se volvió a levantar. En unos segundos, corrió a su cuarto, sacó un papel de la gaveta de la mesilla de noche y se plantó de nuevo en el salón.

Se sentó otra vez en el sofá y le tendió el papel a la rubia. Se pasó una mano por el pelo mientras la sirena contemplaba el dibujo con la boca abierta.

-Tía... ¿Soy yo?

-La representación más acertada de ti que he hecho. -Se encogió de hombros-. Fue el día que me enteré.

Nerea asintió y buscó su mano para agarrarla mientras seguía mirando el dibujo. Nada más tocarse sus manos, Aitana sintió un cosquilleo en la barriga. Era el primer gesto íntimo que compartían desde aquel abrazo en la puerta de la academia.

-Es precioso.

-¿Eres así de verdad?

-Sí. Bueno, con la cola un poco más corta porque soy una enana.

Aitana rio con ternura.

-¿Te puedo hacer una pregunta? -Nerea la miró alzando las cejas y la morena prosiguió-: ¿De qué color es tu cola?

La rubia soltó una risotada y Aitana sonrió con timidez.

-Entre azul y verde... Muy fea.

-Tía... -La morena estaba segura de que sus ojos en ese momento eran dos corazones, como en los dibujos animados-. Tiene que ser preciosa. La de tu hermana es dorada, ¿no?

-Sí... -esbozó una sonrisa triste-. Siento que la tuvieras que ver así.

La morena negó.

-Yo siento no haberte preguntado por ella el otro día. Soy una egoísta.

La sirena se encogió de hombros.

-Había mucho de lo que hablar, Aitana. Y lo de Rocío era prácticamente lo único que estaba solucionado.

-Ya, pero... -suspiró-. Yo qué sé.

Nerea le cogió la mano.

-No le des más vueltas. -Y le sonrió mirándola a los ojos, de un modo en que cualquier cosa que hubiera dicho habría ido a misa para Aitana.

-¿Puedo besarte? -preguntó con un hilo de voz, y Nerea amplió su sonrisa.

-Por favor.

Se besaron muy despacio. Aitana sintió que el corazón se le iba a salir del pecho, como si fuera la primera vez. Un nudo se formó en su garganta.

-¿Puede volver a ser todo como antes? -suplicó con la voz rota cuando se separaron. La rubia acarició su mejilla.

-¿Acaso no lo es ya?

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