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Se despertó al sentir una corriente de frío impactar contra su cuerpo, lo que hizo que su piel se erizara. Se encogió sobre sí misma para concentrar su propio calor, y solo recordó lo que había pasado cuando sintió una aleta impactar contra su espalda: la de su propia cola. Era una sirena.

Abrió los ojos y se encontró con la mirada de Nerea, recién salida de la cama que habían estado compartiendo.

-Buenos días -susurró la rubia con una pequeña sonrisa.

-¿Qué hora es? -farfulló ella en respuesta. Nerea negó.

-Pronto, pero tengo que ir a trabajar. Volveré sobre la hora de la comida, tú quédate aquí.

-¿Sola? -Se incorporó un poco sobre la cama y la miró con ojos asustados, pero Nerea miró a sus espaldas. En la cama del otro lado de la habitación había un cuerpo que no había estado ahí la noche anterior, pero la larga cabellera rubia que flotaba paralela a la almohada era inconfundible-: ¿Es tu hermana?

Nerea asintió.

-Todavía no puede volver al trabajo.

-Tía, qué vergüenza...

La rubia le restó importancia con un gesto de la mano.

-Ni que fuera a pasar mucho tiempo despierta ninguna de las dos. -La empujó suavemente para que volviera a recostarse sobre la cama y la arropó lo mejor posible. Después le apartó el flequillo de la frente y depositó un suave beso sobre esta-. Ea, a dormir.

No hizo falta que se lo dijera una segunda vez. Aitana no fue consciente de cómo su novia se arreglaba para ir al trabajo ni de cómo se marchaba de la vivienda, pues ya había vuelto a caer rendida.

Despertó de nuevo varias horas después. Se sorprendió al ver la estancia medianamente iluminada: si bien no sabía a qué profundidad estaba, le parecía poco probable que la luz solar llegara hasta el fondo marino. Buscó con la mirada otra fuente de luz, pero algo captó su atención: la cama de la hermana de Nerea, vacía.

-Uy, ya te has despertado.

Se sobresaltó y miró al lugar de donde provenía la voz. Una sirena de largo cabello rubio flotaba a unos centímetros de la arena, al lado de una mesa redonda y con un par de platos entre manos. Sin duda, era Rocío.

-Sí... Buenos días.

Se levantó y nadó torpemente hacia la rubia. Su cola dorada y sus ojos verdes eran más brillantes bajo el agua. Era tan guapa como su hermana. Rocío le sonrió amablemente y Aitana se sonrojó, sintiéndose un poco fuera de lugar en aquella casa ajena, y además, sin su novia.

-Pensaba que yo era la que más dormía en esta casa, hasta que has llegado tú.

Aquello les arrancó una pequeña risa a las dos.

-Lo siento...

-No pasa nada -negó Rocío-. Nerea llegará en un rato. ¿Quieres desayunar, mientras?

-Eh... -Un nuevo pensamiento la asaltó: ¿qué comían las sirenas? La noche anterior habían llegado demasiado cansadas para cenar, y aunque su estómago rugía, pensó que la opción más prudente era rechazar la oferta-: No, gracias. Faltará poco para la hora de comer ya, ¿no?

Rocío asintió.

-Menos de una hora. -Bajó la mirada a los platos y siguió poniendo la mesa-. Encantada de conocerte, por cierto.

-Igualmente. -Aunque yo ya te había visto, pensó. Se alejó un poco, sintiéndose un poco inútil por no saber qué hacer para ayudarla-. Eh... ¿Nerea te contó que estaría aquí?

Where the ocean meets the sky | iFridgeWhere stories live. Discover now