veintiséis.

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La primera de las tres algas desapareció por la garganta de Aitana al fin de semana siguiente de haberse despedido de Nerea. No pudo evitarlo, no supo comportarse como una adulta y se negó a admitir que debía cambiar de mentalidad y empezar a pensar en el tiempo de otra manera.

A pesar de las riñas de Nerea por haber vuelto a precipitarse, pasaron un fin de semana en el que apenas fueron capaces de separarse por unos minutos. La rubia le confesó que ella también la había echado de menos durante esos días, aunque le hubiera reprochado el visitarla tan pronto. Era Nerea en ese momento quien vivía en la incertidumbre de no saber cuándo volvería a ver a su novia, y Aitana conocía muy bien ese sentimiento y cómo la nostalgia se intensificaba en esa situación.

Esa vez, la morena se acordó de coger sus llaves antes de bajar al fondo marino. Nerea, al comprender que ya no la necesitaría más, le cedió su mochila de plástico transparente para cuando volviera a bajar.

-A ver si se te van a estropear... -le había dicho, mirando las llaves con preocupación.

-Pues espero que no. Pero mientras me sirvan para entrar a casa...

Aunque intentaron disimularlo para no hundir más a la otra, la despedida fue tan dura como las anteriores; y cuando se vio de nuevo en la orilla de la playa, Aitana comprendió que debía sentar cabeza. Solo le quedaban dos oportunidades. Solo volvería a verla dos veces más. Suspiró y abandonó la playa, haciendo tintinear las llaves entre sus dedos e intentando centrar su cabeza en el trabajo.

Una semana más pasó, y aunque el viernes volvió a sentir la tentación de usar la segunda alga, se contuvo. También el fin de semana pasó lentamente ante sus ojos, y el siguiente lunes se presentó con la monotonía que solo la ausencia de Nerea era capaz de darle.

Cuando llegó el siguiente viernes pensó que, si había esperado una semana, podría esperar dos, y volvió a reprimir las ganas de usar otra de las algas que le había dado Nerea. Al fin de semana siguiente, decidió que podía sumar otra semana al tiempo de espera.

Pasó un mes desde su última despedida con Nerea. Lo supo desde las doce de la noche del mismo día, y comprobó con un suspiro que seguía tan obsesionada con el tiempo que pasaban separadas como el primer día. No sin esfuerzo, modificó la frase que había estado pensando todo ese mes: si he aguantado un mes, puedo aguantar otro. Decidió convertirlo en un mantra por el que regirse.

Trató de volver a la vida que tenía antes de conocer a Nerea, que se basaba en dar clases a los niños e ir a la cafetería que daba a la playa a dibujar sirenas. Ahora, todas las sirenas tenían la cara de Nerea. Incluso si las dibujaba de espaldas, en su mente, tenían su nombre.

Dibujó a Nerea como sirena y también como humana. Dibujó todos los momentos que recordaba haber pasado con ella, incluyéndose a sí misma en algunos. Dibujó su historia para hacer más amena la espera, y los meses pasaron entre montañas de dibujos que la ayudaron a sobrellevar la ausencia de Nerea mejor de lo que pensaba.

Después de su segunda Navidad consecutiva en casa de sus padres, volvió a Biarritz a seguir dibujando y enseñando a dibujar, y continuó su rutina hasta que llegó el verano y decidió poner en práctica lo que llevaba meses ideando.

El uno de julio, se plantó en la playa solo acompañada de un bikini y la mochila transparente de Nerea en la que guardaba las llaves de su casa. En la mano llevaba la segunda de las tres algas. Se adentró en el mar y, cuando el agua le llegó por el cuello, se metió el alga en la boca y se terminó de sumergir en el océano.

Una vez convertida en sirena de nuevo, se dispuso a nadar hasta la casa de Nerea. No había olvidado el camino; había soñado con él demasiadas veces. El corazón le bombeaba con fuerza en el pecho y sus nervios eran tales que apenas notó el frío del agua, aun habiendo perdido la costumbre. Finalmente, llegó a la aldea de Nerea.

Where the ocean meets the sky | iFridgeWhere stories live. Discover now