I. TIC. TAC. TIC. TAC.

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El sonido del gigantesco reloj era como el paso de un gigante perezoso, amortiguado bajo el rechinar incesante de los engranajes de metal y las viejas cuerdas girando sin descanso. Los cuervos graznaban desde el tejado, insistentes. La luz de la luna se filtraba a través de las ventanas abiertas y el cristal translúcido de la gran circunferencia rodeada de números romanos.

Corvo llevaba ya un buen rato sentado entre las sombras, cruzando las piernas sobre la ajada silla y los brazos delante del pecho. Sumido en un sombrío silencio, observaba la espalda desnuda del ladrón. Al principio, cuando lo encontró inconsciente sobre el suelo, tuvo que contener las ganas de matarlo como si fuera un acto de fe. Sin embargo, poder pasearse por sus dominios logró tener en él un efecto relajante. Contempló, curioso, las austeras aunque limpias condiciones en las que vivía, los libros interesantes que leía, los ingredientes que guardaba, las herramientas con las que trabajaba, la colección de tesoros que exhibía... Sobre todo ello, lo que más llamó su atención, fueron las únicas obras de tecnología medianamente modernas que había logrado encontrar desde que había llegado a la Ciudad. Un retazo vago de su antiguo hogar, aunque ni de lejos tan avanzado como lo que él conocía.

01:00: ¡¡DONG!!

El sonido atronador de la campana logró por fin despertar al ladrón quien, aturdido todavía por los efectos de la droga, estaba maniatado con grilletes a una larga cadena unida a una polea del techo, que Corvo había aprovechado para poder colgar su cuerpo mientras dormía. De manera que su presa se hallaba totalmente estirada, con los brazos extendidos sobre la cabeza y los pies descalzos apenas rozando el suelo de puntillas. Por descontado, Corvo había tenido la precaución de quitarle toda la ropa menos los pantalones para registrarle a conciencia y asegurarse de que no escondiera ningún as bajo la manga con el que poder escapar.

Desde su silla, el asesino observó cómo el lenguaje corporal le informaba de sus descubrimientos mientras se despertaba: dónde estaba, cuándo estaba, en qué situación se encontraba...

—Es curioso como las soluciones a los problemas a menudo están delante de uno sin que se percate—habló por fin—. ¿Tienes idea de cuántas veces a la semana he caminado por debajo de tu ventana? ¿Me observabas al pasar, Garrett? Seguro que sí—. Hizo una pausa, esperando a que la conciencia del ladrón estuviera algo más lúcida. Enarcó una ceja con cierto sarcasmo—. La Torre del Reloj... He de admitir que has hecho un buen trabajo con este sitio. He leído sobre su historia: accidentes, muertos, fantasmas... Muy inteligente por tu parte aprovecharte de las mentes supersticiosas y mediocres de este estercolero para que nadie te moleste. Una pena que esos imbéciles echen a perder lo mejor que tienen...—. Un leve tintineo en las cadenas informó a Corvo de que Garrett estaba tanteado sus grilletes y tratando de buscar un punto de apoyo mejor para poder soltarse. "Inútil", sonrió perversamente. Corvo llevaba lo suficiente en su oficio como para adivinar la forma de pensar del ladrón. Por eso había engrasado la parte inferior de la cadena y rellenado los huecos con alambre de espino, para que no se le ocurriera agarrarse para saltar o trepar por ella.

—Pero... Tú eso ya lo sabes, ¿cierto? Precisamente esa mala costumbre de las gentes de aquí ha sido tu mayor baza para jugar a los fantasmas y creerte una especie de reyezuelo nocturno—. Se rió, mofándose, dejando paso al desprecio al añadir—: "Maestro de Ladrones". Bueno, me temo que eso se ha terminado.

Escuchó el sonido de la garganta del ladrón al tragar, su lengua pastosa rondar su boca y sus labios resecos moverse. Como acompañando al gesto, Corvo sacó del bolsillo interior de su abrigo un frasquito de cristal vacío.

—¿Tienes mucha sed? ¿La boca seca? Es normal. Pero tranquilo, no tendrás más efectos secundarios. Supongo que la próxima vez que vuelvas a la taberna, pondrás más atención al interior de tu jarra—. En esa ciudad no se estilaba el uso de las neurotoxinas vegetales a modo de sedante. Efectiva, incolora, inodora e insípida, aquel veneno podía tumbar a un caballo en cuestión de minutos y hacerle soñar durante casi dos horas. Con el Maestro de Ladrones había hecho maravillas de manera casi inmediata, tras verterla sutilmente en su jarra de hidromiel

—¿Sabes? En el fondo ha sido un golpe de suerte que decidieras volver aquí directamente. Pensé que te desmayarías por el camino, pero eres más persistente de lo que pensaba...

Lo que es tuyo, es mío [CorvoXGarrett] [Dishonored/Thief]Where stories live. Discover now