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No tenía cabeza para nada. Todo lo veía como un remolino de garabatos grises que se interponía haciendo una barrera a la realidad. Y Wilre lo confirmó cuando casi nos hago chocar contra un bote de basura.

—Anny, no es por reñir ni nada, pero concéntrate, vamos a joder el plan—tocó su sien y cerró los ojos.

—Estoy concentrada—mentí descaradamente cuando era evidente que desde que salimos del internado no hacia más que tener la mirada perdida.

—Y yo soy virgen.

—¿Qué?

—Que son patrañas—rió, sin perder el toque que la caracterizaba, sin embargo su mirada se fijó en la cafetería que teníamos delante—. ¿Lo viste? ¡¿Lo viste?! ¡Es él!

—No veo nada—busqué entre las personas sin señal alguna.

Era de suponer que unos días no eran suficientes para que mi cabeza estuviera en orden. Casi siete días desde la aparición de esa carta, casi siete días donde mi cabeza no hacía más doler, mis neuronas colisionando unas con otras, provocando caos.

—Ahí está, ciega—Wilre señaló disimuladamente al chico.

—Charles ¿no?—y sí, ahí se encontraba un chico algo desgarbado con su portátil en la mesa bebiendo café.

—Reeves, Anny, es Charles Reeves—repasó la foto que nos había dado el señor Snyder para confirmar.

—¿Qué procede?—la chica me fulminó con la mirada al escuchar mi pregunta—. ¡Estaba conduciendo! No pude oír todo lo que decías, Wilre.

Entrecerró sus ojos con la misma mirada asesina, respirando profundo antes de hablar:

—Antes que todo, recordar que Reeves es una maldita máquina de inteligencia—asentí mientras explicaba—: Una de las dos tiene que ir a por un café, acercarse al chico, hablar con él para entrar en confianza, y hacer milagros para que venga al coche y así poder sedarlo.

—Suena fácil, pero dijiste que era una maldita máquina de inteligencia así que nos la va a poner difícil.

—Mientras llegue intacto al internado, no hay problema.

El tono de emoción que usaba Wilre me daba ánimos y reducía mis nervios. Era la primera vez que hacíamos eso, aunque todo apuntaba a un secuestro, no era más que un empujón que necesitaba la familia Reeves debido a su situación, ya que Charles, único hijo de la familia, se encontraba reacio a ceder—o eso nos dijeron—y se imponía a todo.

Supuse que no iba a ser problema porque Charles se veía débil a simple vista. Su musculatura no era la mejor. Sus lentes a lo Harry Potter lo hacían ver tierno. Llevaba una chaqueta marrón con orilla beige y, desde que estacioné el coche no hizo más que teclear en el portátil, dar sorbos de café, y acomodar sus lentes.

—Bien, anda—murmuré viendo el retrovisor, donde el callejón mostraba su suciedad.

—¿Disculpa?—escuché hablar a Wilre en tono ofendido—. Vas a ir tú.

—¡¿Yo?!—me alarmé cuando afirmó con su cabecita llena de rizos—. ¡No es justo!

—Tampoco es justo que vaya yo—señaló—. Aunque... lo podemos arreglar como manda la ley.

Red - [La Orden Sangrienta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora