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—Nombre.

—Edward Vivlech—respondí.

—Ocupación—volvió a preguntar Wilre.

—Supuesto empresario—o eso decía su hoja de vida.

—¡Su ocupación es ser un maldito cerdo, Anny!—corrigió la chica, a ella no le caía nada bien nuestro querido Vivlech. Amaba la misión, pero al objetivo lo detestaba con razones justificadas.

—Vale, lo capté—asentí.

Dirigí mi mirada hacia el cartel que marcaba los salidas del tren. Esperando que esta marcase nuestro turno. Al igual que los demás, esperábamos por un tren para ser transportadas fuera de Bretwood, todo gracias a la misión para despellejar a alguien como se debía. Y eso, le agradó mucho más a Wilre. El caso estaba en que, en el tren, iba a estar el objetivo: Edward Vivlech.

—Ya apunté en el calendario del móvil la fecha de tu cumpleaños—comentó Wilre un poco emocionada por el tema.

Días atrás se había comprado un teléfono y no paraba de teclear. Averiguar. Tomar fotos. De todo. Su sonrisa de emoción se amplió al llegar el día de la misión, pero el nombre del sujeto le daba al asunto un asqueroso camino de vomito verde.

—Es dentro de dos días, no era necesario el recordatorio.

—¡Pero si vas a cumplir la mayoría de edad, mujer! ¿Cómo no emocionarse por eso?

—Son sólo números—planteé, la verdad era que, cumplir años nunca iba a ser igual para mi persona. Sin mi padre. Ni madre. Era una huérfana que técnicamente trabajaba cumpliendo órdenes y instruyendo su comportamiento en un internado de locos formado por una orden sangrienta de locos, con amigos psicópatas, y un chico moja bragas sexy.

Lo último no suena tan mal.

Esos orgasmos son del domonio, Vellty.

Adictivos. Exquisitos. Magníficos.

—Mierda—solté sorprendida.

—¿Qué pasó? ¿A quién mato?—preguntó Wilre a la defensiva viendo para todos lados.

—Nada... es que tenía bastante tiempo sin oír a mi loca interior—sacudí la cabeza—. Mi conciencia y ella son muy diferentes, de eso estoy segura.

—Yo estoy segura que realmente estás chiflada—chistó y se tiró para atrás riéndose como la loca que era.

Por alguna razón me volvió a causar gracia su risa. Siempre lo hacía. De todas la personas que conocía hasta ese momento, Wilre resultó ser la más especial, retorcida a su manera. Cambiante como los colores del atardecer. Mala con los que debía. Y buena con quien se lo merecía de verdad. No repartía su empatía con todos porque su círculo de psicópatas era sumamente selectivo. Al momento de hablar desprendía su esencia. Se distinguía como algo único en el planeta y, a pesar de vivir su vida encerrada, comprendía cualquier magnitud de las situaciones en las que llegaba a estar.

—El tren está por llegar, Danforth—indicó Wilre volviendo a ver la hora en el móvil—. A las nueve con cuarenta... y cinco. Sin guardaespaldas. Posiblemente armado y con un maletín negro.

Red - [La Orden Sangrienta]Where stories live. Discover now