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—Tengo que hacerlo—sentenció mi madre luego de darle un sorbo a su humeante café negro.

—Te dije que no es necesario, seguro fue culpa de Preston y estás dramatizando todo.

Frunció el ceño y respiró, pensativa.

—En ese caso me va a tocar hablar seriamente con sus padres. Un niño de nueve años divagando a las tres de la madrugada y lanzando rocas a las ventanas de sus vecinos, mientras debería estar durmiendo según el horario infantil... eso no es normal—negó y volvió su mirada a mí—. ¿No estarás mintiendo, Vell?

Mentiras.

Mentiras.

Mentiras.

Eres una pequeña mentirosa Vellty Danforth.

Susurraba una voz en mi cabeza, perturbando mis pensamientos y haciendo que las manos me comenzaran a sudar.

—He dicho la verdad—le respondí fríamente. Pensé en irme a acostar y dejar la conversación hasta allí, pero la idea que surco en mí segundos después me hizo sonreírle a mi madre y dar tirones en mi cabello—. Además, iré a hablar con Preston para que aclare todo.

—Y yo llamaré a un herrero para que arregle tu ventana.

Dejó la taza de café en la encimera y se perdió por el pasillo dejando la cocina en una gélida soledad. Seguía deprimida, su mirada me lo decía, o eso intenté creer.

Salí de la casa cuando decidí hablar seriamente con Preston, mi vecino, él era un niño sumamente extraño para su edad. Se la pasaba hablando de los planetas y los agujeros negros porque tenía una obsesión con Stephen Hawking, no tenía amigos de su edad, estaba sumido en un mundo lleno de libros cósmicos, astrofísicos y medicamentos, no entablada conversación con todos los vecinos porque sus padres eran muy estrictos, el heredero de millones de dólares tenía que estar a salvo ¿eh? Sin embargo, conmigo era algo amable , cuando hablábamos sentía que tenía a un anciano frente a mí. Culparlo de algo tan vil no iba a estar bien, pero... no sabía qué más hacer.

Esa madrugada, cuando la piedra impactó contra mi ventana me acerqué lo más que pude a la orilla para cerciorar si el supuesto maniático seguía invadiendo mi espacio, me entretenía, pero cuando estuve cerca no vi nada. La calle estaba desolada. Mi madre no tardó en aparecer por la puerta, preocupada, para luego reñirme sin motivo alguno.

Me quedé viendo mis botas en la acera cuando una vocecilla infantil me sacó de mis pensamientos.

—Tú también lo viste—afirmó, levanté la mirada y vi a Preston a mi lado.

Un chaleco de lana decoraba su pecho y pantaloncillos beige lo hacían ver como un mini Einstein.

— ¿De qué hablas?—le pregunté con el ceño levemente fruncido.

—Del chico con divertido cabello.

— ¿Eh?

—El que veía hacia tu ventana—respondió con hastío y blanqueó los ojos.

El pequeñín sabía de lo que hablaba, estaba seguro que yo también había presenciado lo que la luna y las estrellas vieron.

— ¿Tú lo viste, Preston? ¿Sabes cómo es?

—Sí—asintió, respiré hondo y me senté en la acera.

Hice un movimiento con la cabeza para que se sentara a mi lado, pero el niño frunció los labios y negó.

Red - [La Orden Sangrienta]Där berättelser lever. Upptäck nu