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DALIA

No quería molestarlo más, aunque no lo parecía, me sentía como una carga... una carga tan pesada como para que pudiera quedarme más tiempo con él, en su casa, en la casa de él y Sean. Me corregí. No podía permitirme molestarlo de nuevo, mi estadía en esa casa dependía de mí, de no ser una molestia.

"Me voy a girar, ¿vale?" Me dice "Deja la ropa en el suelo y te cubres con la manta". Ian no espera que dé respuesta cuando se gira dándome la espalda, mis manos tiemblan mientras hago lo que me dijo; rápidamente quitó la ropa empapada, mis orejas se tornan en una temperatura mayor mientras pego lo más que puedo la manta a mi cuerpo, como sí de esta forma se lograse adherir a mi piel.

La vergüenza se apoderó de mí, hace tanto no sentía vergüenza, ella dejó de aparecer cuando los días con maestro se volvieron incontables... pero en este instante me consumía como nunca. "Ya" suelto repentinamente pegando mi espalda a la pared. Con la vista baja y sin observar a Ian a los ojos veo como se da la vuelta y toma la ropa con sus manos. Permanezco en la misma posición, permito mis ojos elevarse por cortos periodos de tiempo. Las manos de Ian se mueven al compás en el lavamanos, la ropa que llevaba puesta está escurriendo agua por todas partes.

No puedo evitar soltar un gemido al cambiar nuevamente el peso de mi pierna a la otra. Aún me costaba permanecer de pie por mucho tiempo, si no hacía algo al respecto en unos minutos terminaría en el suelo, ahogué otro gemido debatiéndome, si era buena idea moverme de mi posición actual.

Al escuchar como el agua se detuvo, elevo mi curiosa vista. Ian ya no estaba en el lavamanos, mis cejas se fruncieron y empecé a sentir como mi corazón palpitaba, al no encontrarlo en mi panorama. Rápidamente, mis ojos se mueven encontrándolo más cerca que antes.

"Venga, conejita" Ian menciona ese apodo tan... no lograba recordar la última vez que me habían llamado por un mote tan bonito. "Siéntate acá mientras termino con tu ropa" indica cerrando la tapa del excusado, no me di cuenta del momento en el que se acercó tan rápido. Hago caso inmediatamente, no quiero ser malcriada ni mucho menos terminar en el suelo, mis piernas se mueven y cuando me siento agradezco el descanso proporcionado. Ian continua con lo que estaba haciendo, como si nada hubiera ocurrido. Callada, sentada y atrapando la manta en mis piernas, permanezco viendo las baldosas del suelo, están tan... blancas. Limpio. Mi mente se aleja, reviviendo lo sucedido hace minutos, me regaño una y otra vez por aguantar las ganas de ir al baño, si no me hubiera congelado por la simple idea de molestar a Ian, tal vez hubiera logrado preguntar por el baño y esto no estaría pasando. Siento cosquillas en mis dedos de las manos al recordar el miedo... el terror que se apoderó de mi cuerpo cuando Ian me llevó por la puerta trasera de la cocina. No me di cuenta de lo que había ocurrido hasta que segundos después sentí como los pantalones se pegaban a mi piel. El miedo y mi vejiga habían ganado una batalla que no sabía que estaba peleando.

(...)

IAN

Ahogo una maldición al darme cuenta de que el aire que sale del secador de manos se detiene, trato nuevamente de hacer que encienda. Está claro que no va a funcionar cuando noto el calor del aparato. Tal vez, solo tal vez, lo usé por más tiempo del que está diseñado.

Dejando el pantalón aún mojado sobre el lavamanos, me acerco a Dalia con su ropa interior en mano.

"Conejita" llamó delicadamente mientras me acuclillo, sus ojos ven los míos y por un instante me detengo a detallarla "Eres muy bonita" digo sin pensarlo. Ella quita la mirada, suspiro.

"Levanta tu pie" indicó señalando su pie izquierdo. Estirando la tela procuro que ninguna parte de esta toque la planta de sus zapatos. "El otro" sigo con el mismo proceso. Con los calzones en sus rodillas, elevó la mirada.

"Levántate, por favor" ella toma impulso y me hace caso, un segundo pasa cuando la noto tambaleándose, mi mano se posiciona en su cadera brindándole estabilidad. "Cariño, agárrate en mi hombro" indico antes de soltar mi mano. Ella se afinca con una mano en mi hombro, mientras que la otra permanece sujeta en la manta. En un movimiento más rápido de lo que pensé, su ropa interior vuelve a su lugar. Limpia y seca.

Dejando a Dalia sentada nuevamente en el excusado, me levanto y regreso al lavamanos a tomar mi celular, buscando el contacto de Sean, permanezco atento a mi entorno, Dalia no ha vuelto a hacer ningún ruido, si no fuera por el leve sonido de su respiración juraría que me encuentro solo. Entrando a mensajes escribo apresuradamente.

«Amor»

«¿Estás libre?»

«Terminando unas cosas. ¿Por?»

«Voy a necesitar que vengas a buscar a Dalia»

«¿Se extendió tu horario?»

«No»

«Compra en el camino un pantalón, talla 11»

Mis manos pasan por mi cabello aplicándolo, Sean había puesto mil y una excusas para no tener que ser quien llevase a Dalia al trabajo. Excusas verdaderas, he de decir, pero aun así sabía que una parte de todo eso sí era excusa. Así que... hasta que él hablará con el decano de su facultad, yo sería quien se encargaría de trabajar y cuidar de Dalia al mismo tiempo, aunque a decir verdad era como si solo estuviera trabajando, Dalia no llegaba a molestar en nada: no hacía ningún ruido, no se movía de algún lugar sí se le indicaba, no molestaba.

«¿Ocurrió algo?»

«Se cayeron unos platos, saque a Dalia por la puerta trasera. Se orinó del miedo»

Definitivamente, si estuviera hablando con él por llamada no le hubiera dicho lo ocurrido, Dalia se había cohibido tanto al darse cuenta lo que ocurrió. Transformada en chihuahua y con lágrimas en los ojos tuve que tomarme el tiempo de tranquilizarla. No había funcionado mucho, pero al menos ya no corrían lágrimas por su cara. A decir verdad, el resumen que le di a Sean fue muy directo, pero no tenía tiempo, debía volver a la cocina lo antes posible. 

Amarte, Dalia.Where stories live. Discover now