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DALIA

"Esto podría ser peor" me repetía una y otras vez. La piel de mi cuerpo estaba fría pero al pasar mis dedos sobre esta lograba sentirla un poco tibia, lo que indicaba que mis dedos estaban mucho más fríos que el resto de mi cuerpo. Dejándolos reposar en mis axilas trato de no pensar mucho en el frío que me invade.

El sol está comenzando a ocultarse lo que significa que la hora de dormir se aproxima. Con todo el cansancio y sin mucha fuerza me enrosco lo mejor posible a mi cuerpo, no quiero que ninguna parte de mi piel quede expuesta y se enfríe mientras no esté consciente. Me mantengo alerta siempre, pero en instantes me gana el cansancio y no puedo evitar quedarme dormida.

Una vez sucedió, mientras dormía mi pie había quedado expuesto, cuando desperté no lo sentía, tardé muchas horas en calentarlo. No quería que otra vez eso sucediera. Me daba miedo simplemente la idea de no contar con mis piernas para moverme, es lo único útil que tengo.

Mis ojos tardan en enfocar cuando despierto, a veces suelo despertar por la madrugada, es algún impulso que tiene mi cuerpo, supongo, pero esta vez no despierto por impulso de mi cuerpo, sino que es una voz, una voz la que me despierta.

El hombre me habla y por alguna razón, me quedo congelada. Nadie en todo este tiempo me había tratado de esta forma, incluso el hombre me había hablado como si de verdad le preocupara, pero el miedo se apoderó de mí, no quería que esto fuera un sueño. No quería confiar en nadie, de verdad no lo quería hacer, en su momento había confiado en maestro y el resultó ser una mala persona. Confiar para mi está prohibido.

No quería confiar otra vez en alguien, temía que esa persona fuera igual de mala que maestro. Pero aquel hombre me llamó la atención, parecía completamente dispuesto a tratarme bien, algo que desde hace mucho tiempo nadie hace.

Cuando se fue mi garganta se estrujó, quería llorar, había perdido la oportunidad de sentir el cálido tacto humano, mi única oportunidad la había desperdiciado. Todo por un tonto miedo.

La manta que dejó frente a la caja llamaba mi atención, era de color gris con pequeños puntos dorados. Se veía muy afelpada, como había dicho aquel hombre. Una ráfaga de viento pasa mientras mi vista se mantiene en la manta, el viento la llega a mover un poco, haciéndome saltar. — "Es tuya, no dejes que el viento se la lleve"— el recuerdo de la voz del hombre me motiva a arrastrarme hasta llegar a la manta.

En mis manos, un sentimiento de pertenencia me invade, esta es... esta es la primera vez que alguien deja que algo sea mío, verdaderamente mío.

Arropando mi cuerpo con la manta observó detenidamente los puntos en esta, estrechando un poco la vista logró visualizar pequeñas puntas, estrellas, diminutas estrellas.

Es cuando cierro los ojos que las vuelvo a ver, esta vez mucho más grandes, hermosas estrellas. Esto se siente como la gloria, tal vez ese hombre es bueno... verdaderamente bueno.

El es muy amable... el era muy amable, un profundo odio a mi misma me invade, si no hubiese tenido miedo, el no se hubiera alejado, y al menos yo... yo lo arruiné. Otra vez.

Ian

Un escalofrío sacude mi cuerpo al llegar devuelta a las afueras del restaurant, con el plato de comida en mano observó el lugar donde está escondida la jovencita, la manta que deje ya no está, y no puedo evitar soltar una pequeña sonrisa de felicidad al caminar cerca de ella y percatarme que a pesar de todo, al final a tomado la manta que le he ofrecido.

Amarte, Dalia.Where stories live. Discover now