Capítulo 3 {EDITADO: 20-11 }

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Capítulo 3

12 de septiembre del 2001

04:40

Los médicos hablan. Deprisa. No paran de preguntarme por cosas que no entiendo. Ahora conversan de algo que suena a hospital. Miro a la bolsa de suero transparente que cuelga encima de mí. El líquido es verde. Rojo. Azul. No sé qué cojones me han metido pero me siento bien... muy bien. Conmigo van dos chicos y una chica que sonríe mucho. Hablan entre ellos de mí, de quemaduras y grados. No me duelen las costillas ni la cara. La muchacha me mira y sonríe, tiene los ojos brillantes. Se da la vuelta y se tapa la cara con las manos. Veo como sus hombros suben y bajan. ¿Tan feo soy para que alguien se ponga a llorar de esa manera? Alzo las manos y están vendadas. Qué alivio no sentir dolor.

El vehículo se queda parado. Suenan bocinazos. El que conduce pita una y otra vez hasta que grita algo que no puedo entender pero el vehículo no se mueve ni un milímetro. Algo muy ruidoso pasa por encima de la ambulancia, no sé qué es pero ha dejado a todos con la boca abierta.

Uno de los médicos exclama algo que no oigo bien e intento aguzar el oído para entender lo que dice.

Me pregunto si Marizza y los demás han llegado bien. Ojalá que sí. La enfermera me mira.

No sé qué está pasando pero me imagino que hay uno de los míticos atascos de Nueva York. Si no dejan pasar a una ambulancia con las luces encendidas me imagino que será gigantesco.

—... que ir hacia el Israel.

Noto una presión enorme en el pecho y mi cuerpo se sacude fuertemente, ¡voy a morir!, sé que voy a palmar en esta puñetera ambulancia. ¡De aquí no salgo con vida! ¡Oh Alá, ayúdame por favor, seré mejor musulmán si haces que no muera! ¡Dios mío! Mis ojos se humedecen y empiezo a llorar.

Voy a morir.

O no... puede que mañana o pasado, pero hoy no. La sensación del pecho se me ha pasado un poco y la enfermera grita algo de shock. Cierro los ojos e imagino que algún día olvidaré toda esta odisea.

05:00

Me despierto con el viento golpeándome en la cara. El cielo es negro, pero lo oscurecen más unas grandes nubes blancas. La camilla vuela sobre el suelo. La mujer es muy rápida y el médico aún más.

La enfermera cierra los ojos y la espesa niebla oscura nos engulle con su enorme boca. En las calles no hay nadie, solo bomberos cubiertos de ese asqueroso polvo blanco. Niegan con la cabeza, otros lloran sentados en los bordillos y otro abraza a su compañero. A mi derecha veo un parque, el columpio que antes era verde, los coches, las calles, la gente y los edificios son blancos.

Un chasquido.

—¡Mierda!

Se ha ido la luz.

Uno de los bomberos casi se choca con nosotros, debajo de todo el polvo tiene sangre, que resbala por su cara. La enfermera para y le tiende un pañuelo empapado en suero. El hombre mira hacia la camilla y frunce el ceño.

—Perdón, ¿necesitan ayuda?

—¿Tendría por ahí una linterna?

—Claro.

La muchacha coge la linterna y la enciende. No alumbra mucho.

—Muchas gracias.

—De nada, para eso estamos.

Ella mira al médico y este afirma con la cabeza. Empezamos a movernos de nuevo y la humareda se va haciendo más espesa, veo la puerta de entrada a mi edificio.

[1] Memorias de un superviviente ©2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora