Capítulo 5 {EDITADO: 20-11}

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Capítulo 5

25 de noviembre del 2001

12:30

Ya llevo más de tres meses aquí encerrado, ahora entiendo porque algunos pacientes se han llegado a tirar por la ventana... por fin me han cambiado la asquerosa mascarilla por las gafas nasales, lo que significa que ya puedo hablar mejor. Y yo hablo por los codos y hasta debajo del agua. Estamos a día veinticinco de noviembre y hoy es mi cumpleaños.

Mientras siguen con las dichosas movilizaciones de la pierna cojo el libro «Los Tres Mosqueteros».

—A ver cuando viene Farah...

—Estará al caer.

Ayer fue un día muy duro para todos los que trabajan en la Zona Cero, ya que sacaron el cuerpo de un bombero muy joven ¡terrible! Todos los que estaban allí se echaron a llorar. Si una militar experta como ella tiene esos bajones, imaginaros como serán los míos. Empiezo a sudar, el corazón me va a mil por hora y pienso que voy a morirme. Pero luego todo pasa y vuelve a la normalidad.

—Por cierto, ¿qué es un gascón?

—Un habitante de un área de Francia —comenta Anna.

—Ah.

—Muy bien Wal. Hemos acabado por hoy.

Anna me contó que había jugado en el Liberty, un equipo de baloncesto de mujeres. Anna Lavigne, me explicó entre risas que no puede comprarse ropa en las tiendas normales por su tamaño y envergadura. Tanto ella como su hermano miden metro noventa y cuatro. No son los primeros deportistas de elite que acaban como fisioterapeutas.

Cho entra y me saluda.

—¿Cómo ha ido la sesión?

—Como la seda.

—Ahora a comer, ya verás que buena está. Por cierto, ¡felicidades!

La muchacha deja la bandeja encima de la mesita que uso para comer. ¡El olor es increíble! Creo que es una especie de sopa y algún tipo de pescado. Mis tripas resuenan con fuerza. Aprieto el botón para elevar la cabecera y miro la hoja que venía con la comida, pone un alegre «felicidades» con todos los colores del arcoíris.

Le miro con una ceja levantada.

—Yo no lo he hecho. Es lo que se pone el día de los cumpleaños, a todos igual.

—Jopetas, hijo. Como eres...

Suspiro al ver la palabra de siempre.

—No empieces otra vez —me riñe mi madre—. Ponen Halal para no confundirse y ponerte cerdo ¿o quieres que te pongan de comer un chuletón? Si quieres le digo a la enfermera que te ponga una pata de cerdo como las que hacía mi madre en Italia, ¿quieres eso?

No, gracias. Como decía Vicent Vega en Pulp Fiction: tal vez la rata de cloaca sepa a caviar, pero no lo sabré nunca porque no como animales asquerosos. No como ratas ni cerdos, tanto los primeros como los segundos solo comen mierda, ¿la gente come buitre? Pues eso.

—¿Tu comes cerdo? —Le pregunto.

—Soy italiana, cariño —sonríe.

Le miro con los ojos como platos.

—Pero hijo... venga, come.

Y luego nos dicen de todo a nosotros cuando hacemos la fiesta del cordero.

Mi madre abre la campana de plástico que protege la comida mientras leo la carta del menú de hoy: de primero sopa de fideos con ternera —en negrita— pollo asado —en negrita— con ensalada y pastel de manzana «especial». ¿Especial por qué? ¿Lo ha hecho Buddy Valastro? Ojalá.

[1] Memorias de un superviviente ©2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora