Capítulo 6 {EDITADO: 20-11}

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Capítulo 6

12 de diciembre del 2001

09:30

Por fin vuelvo a casa, ya era hora... Y caminando, bueno, más o menos. Estoy deseando volver a mi vida normal. No puedo evitar sonreír mientras mi madre me ayuda a recoger todo lo que hay en la habitación: los dibujos de mi primo, los regalos de mi cumpleaños, la ropa. Lo malo es que al final no he salido el día dos sino el doce, para hacer justo los cuatro meses desde que me ingresaron. ¡Cuatro meses en el hospital! En lo que llevo de mañana se han ido despidiendo todos de mí, la cirujana plástica; Katherine Valenzuela, las enfermeras y los enfermeros, mis fisioterapeutas; Anna y Gèrard aunque a estos tendré que seguir viéndolos. Me pesaron; he engordado diez kilos, me midieron y se quedaron con la boca abierta, he crecido, llegué con dos metros dos quince y salgo con dos diecisiete, según la fisioterapeuta esto puede suceder porque he aprendido a caminar sin encorvarme. Miro la lista de las pastillas para la ansiedad y los dolores que es enorme.

Entro al baño para coger el neceser y me miro de nuevo en el espejo. Me estremezco.

—Justo en la cara, que hijos de puta...

—¡Esa boquita! —Me riñe mi madre.

—Pero es verdad, que asco.

Me quito la camiseta, tengo un enorme parche de piel injertada en el pecho que me baja casi hasta el ombligo y claro, tiene un color mucho más claro que mi piel real, el brazo izquierdo de otro color hasta el codo, la pierna derecha tiene pequeños redondeles de piel injertada y la del muslo casi toda ha desaparecido, y la cara, joder con la cara... no sé qué queda de mi antigua piel. Cuando llegue a mi casa voy a ser el más guapo de mi barrio, de Manhattan, de Nueva York y de Siria entera.

—Parece que me han atacado con un lanzallamas.

Mi madre mueve la cabeza hacia los lados como diciendo «eres un caso».

—O con ácido como les hacen a las mujeres en algunos países.

—¡Que bestia eres! —Exclama con sequedad.

—Me parezco a ese futbolista que tiene cicatrices por toda la cara.

—¿Ribéry?

—Ese... y Niki Lauda. Y encima de joven era guapo.

—Ya te digo. Con ese pelazo rubio —ríe.

Me gusta mucho como ha cambiado mi madre, de estar todo el día callada y amargada a estar contenta y sonriente. Solo levanta la fachada de viuda triste cuando viene mi tía Yasmin, su marido o sea, mi tío era el hermano de mi padre. ¿Y mi padre? Todavía no sabemos nada de él, lo único que nos han dicho es que se metió con su equipo en la Torre Sur pero solo salió un chico al que le entró el pánico.

—¿Vendrá Farah? —Le pregunto.

—No, está en el piso. Tendremos que coger un taxi.

Salgo por la puerta del hospital.

El aire, frío, huele a salitre. Tengo ganas de llorar... una de las cosas que más me impresionaron cuando llegué además de la Estatua de la Libertad fue el mar y ver que las chicas iba destapadas a la playa.

—¡Taaaxi! —Grita mi madre alzando el brazo, el coche amarillo se hace a un lado y reduce la marcha hasta pararse—. Es muy pequeño, ¿no? —Me dice con el ceño fruncido.

—No pasa nada, está cerca.

Cuando estoy a punto de subirme, un enorme camión con algo detrás pasa a nuestro lado. Es algo enorme, recto, largo y de color rojo óxido. Dios. Trago saliva y miro a mi madre que mira al camión como avanza para quedarse parado en uno de los semáforos.

[1] Memorias de un superviviente ©2022Donde viven las historias. Descúbrelo ahora