8.

1.2K 99 12
                                    

Sin salida

Después de algunos minutos de llorar como una niña indefensa y de estar haciéndome preguntas sobre cómo había ocurrido esto; la voz de Hewis se manifiesta de nuevo a través de los parlantes. Ya no me disgusta tanto escucharla, pues al fin entiendo la razón por la que habla de esta forma. Ahora solo quiero que me de argumentos lógicos que me ayuden a entender lo que sucede conmigo, con el mundo y el caos que se ha sembrado en todas partes, con la ausencia de la muerte y, sobre todo; con mis ojos.

     —Entiendo muy bien lo que siente en estos momentos, Evie —me dice, con un tono falsamente esperanzador—. Para nosotros también fue un poco difícil asimilarlo.

     —¡Ayúdeme, por favor! —le suplico entre lamentos, algo que no es muy común en mí—. Ayúdeme a entender esto que me está sucediendo.

     —No sabemos mucho más de lo que usted sabe ahora. Para nosotros también es un misterio lo que sucedió con usted y esa es la razón por la que nos vimos en la necesidad de mantenerla aislada y sujeta con cadenas.

     —¿Es decir que jamás podré mirar a nadie? —Ya mis parpados están secos y no queda una sola lágrima para derramar, pero mi voz se escucha como si una cascada brotara de ellos—. ¿No podré ver de nuevo a mi hija?

     —No creo que pueda hacerlo. Al menos hasta que se libere de lo que hay dentro de usted.

     Esa parte es quizá la que más me atormenta. Dejar de mirar esos ojitos, esa cara que solo denota ternura con cada gesto y esa pequeña estatura que llama la atención de todos. No estoy segura de poder resistirlo y lo único que se me ocurre ahora es proponerle a mi hija jugar a los cieguitos para siempre.

     —¿Dónde está ella? —digo casi en un susurro, con la voz entrecortada—. Usted me prometió que me llevaría con mi hija.

     —Estaba seguro de que me volvería a preguntar por su niña en cualquier momento. Estábamos preparados para eso así que, en unos segundos se la mostraré.

     —¿Y cómo lo hará? ¿Acaso quiere que la mate como a mi perro? —Se me viene a la cabeza el instante en que vi morir a Elton—. ¡A propósito, Hewis! —Le reclamo—. ¿Usted por qué puso a mi perro para que yo lo matara? No crea que me he olvidado de eso.

     —Lo hicimos porque no teníamos certeza de lo que sucedería. Le ruego me disculpe por eso —intento enfurecerme cuando lo escucho, pero después comprendo que tiene algo de razón. Nadie en sus cinco sentidos, se podría imaginar que yo lo mataría con solo mirarlo.

     —Le daré el beneficio de la duda en este caso, pero tendrá que regalarme uno igual cuando todo esto termine ¿entendido?

     —Le daré uno mejor que ese, puede estar segura —escucho que se carcajea un poco. Yo estoy muriendo de tristeza por dentro pero el idiota se está riendo; dos lados opuestos de la vida encerrados en tan solo unos pocos metros cuadrados. Luego de su risa, me pregunta algo en lo que no había pensado—. Ahora que estamos en más confianza, dígame algo. ¿Por qué siente remordimiento por su perro, pero no por Fish? ¿No le parece extraña esa actitud?

     —Ya le dije lo que pensaba al respecto —le contesto—. El maldito se lo merecía. Además, ustedes ya lo habían ejecutado dos veces en la silla. —Recuerdo el instante de su muerte y algo de lo que sucedió me genera grandes dudas—. Dígame algo, Hewis — —. ¿No le parece extraña la manera en que murió ese hombre?

     —Por supuesto que sí —responde—. Al principio nos pareció extraño, pero luego llegué a una conclusión que podría ser la más lógica.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Where stories live. Discover now