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El hombre de la rosa

Hace años, una mujer me preguntó si mi hija había sido producto de un accidente. Yo la miré frunciendo mi ceño y con ganas de ahorcarla, pero en lugar de eso, me quedé pensando por algunos segundos en su inoportuna pero conflictiva pregunta. Trataba de asimilar sus palabras y lo que quiso decir realmente cuando hablaba de "accidente". Muchas de las chicas que llegan embarazadas al hospital dicen algo parecido cuando se les pregunta sobre el origen de su estado: "fue un desafortunado accidente", dicen muchas de ellas tratando de explicar su pequeño y recién nacido desliz de pasión. Y es allí, mientras uno las escucha, cuando el cerebro empieza a trabajar e imaginarse cosas. Maquinar escenas que lo ayuden a uno a entender a qué se refieren cuando hablan de su "desafortunado accidente".

     "La chica va con algún amigo de paseo. El auto en el que viajan se queda sin frenos y ambos caen por un barranco. El auto da vueltas, muchas vueltas, sin dejar de avanzar contra las rocas y por el precipicio. Sus ropas salen volando a la mierda a causa del viento y los fuertes choques con la carrocería. Ambos quedan desnudos sin que sea su culpa y, en medio de las vueltas y revueltas de sus ya desnudos cuerpos, el hombre le introduce el pene por "accidente" a la chica. La inercia y la gravedad los empujan violentamente, una y otra vez sin que ninguno pueda hacer nada por evitarlo y eso sucede de esa forma hasta que el inocente hombre no aguanta más y planta su espermatozoide saltarín dentro de ella. El tipo está completamente sorprendido de verse desnudo encima de la chica cuando lo único que deseaba, era encontrar alguna ventana y lanzarse al suelo antes de que su auto cayera al fondo del barranco".

     Así lo veo yo en mi escasa imaginación cuando hablan de "desafortunado accidente". Y pudo ser así. ¡Yo qué sé! Las chicas que llegan al hospital diciendo que sus hijos fueron producto de un accidente deben saber mejor que yo de qué mierdas hablan. No soy quién para averiguar si la chica del accidente sobrevivió a la caída del barranco con el pene del tipo adentro. Solo sé que, en mi caso, el nacimiento de mi hija no fue un accidente. Fue el producto de una mala noche, sí; una horrorosa noche. Pero una noche que me trajo lo más hermoso que he podido recibir en mi vida.

     Eso fue lo que quise responderle a esa mujer, pero después de pensarlo y meditarlo mucho, preferí ser más cordial y decirle que dejara de ser chismosa y meterse en las cosas que no le importaban.

     Mi pequeña es hija de este tipo que veo en pantalla, para su infortunio y para el mío. Me habría encantado haber estado con otro hombre por esos días, así fuera una sola vez o por accidente como dice la mayoría de las mujeres que quedan embarazadas. Habría deseado decirle a mi hija todos estos años que tenía un padre diferente y que su gestación fue fruto de un momento de amor, de ganas o calentura, pero después de todo, de un buen momento. Pero no. Nunca he estado con nadie más en mi vida. No sé lo que es un simple y miserable beso, ni mucho menos entiendo el escalofrío que produce la caricia de un hombre. Las mariposas de mi estómago están muertas y enterradas. Yo misma las asesiné hace años para que no me hicieran quedar en ridículo.

     Es por esas y muchas otras razones que este título de padre biológico de mi hija, aunque inmerecido, solo se lo puedo otorgar a este hombre cuyo rostro está frente a mí: Bruce Darlington. Jamás se borrará de mi cabeza el día en que lo conocí.

     El mismo día en que cumplí dieciocho años.

     Era una fiesta estupenda, al menos para nosotras. Una fiesta que mis amigas organizaron en un pequeño restaurante con el fin de celebrar mi cumpleaños. Ya era mayor de edad y había que tirar la casa por la ventana, o al menos, aparentar que lo hacíamos. En la mesa había una pequeña torta de caja sin ningún tipo de adorno que vendían en la pastelería de enseguida por cinco dólares y, encima de ella, colgadas con nailon, varias bombas improvisadas de distintos colores que nos costó un gran trabajo inflar. Pero la torta ni nada de eso importaba ante la alegría y el fulgor que representaba un año más de vida, un año en el que me encontraba estudiando para acercarme más a mí anhelada meta de convertirme en doctora de un hospital reconocido.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Where stories live. Discover now