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Experiencias tortuosas

Todo está oscuro de nuevo como aquella vez en la sala de ejecuciones, no hay un solo rastro de luz en mis ojos; una escena repetida que dejó de sorprenderme hace tiempo.

     Tengo puesto un saco de tela en la cabeza y mis manos vuelven a estar esposadas como si fuera la peor de las criminales, aunque, después de lo sucedido hace no sé cuantos minutos, incluso yo me considero la peor de las criminales. La mirada de todos está puesta sobre mí desde ahora y puedo imaginar que soy tendencia mundial en todos los noticieros, foros, páginas, redes sociales y hasta en las misas que celebra el papa en la plaza de San Pedro.

     Estoy de nuevo en el vehículo, sentada en la camilla y, junto a mí, dos personas cuyos nombres desconozco: fueron ellos quienes pusieron el saco en mi cabeza y me subieron esposada al carro de valores. Durante el recorrido los escucho murmurar y hablar sin descanso de mí. Por sus comentarios y la forma en que intercambian información concerniente a lo ocurrido en el banco, estoy segura de que piensan que soy un demonio salido de una película de terror, o al menos algo parecido.

     Extrañamente y por un motivo que desconozco, me encuentro muy calmada, relajada y escucho silenciosa lo que esos dos hombres dicen sobre mí. ¿De verdad me convertí en eso que piensan? Tal vez sí, tal vez no, o tal vez solo es cuestión de tiempo para que lo haga; el mismo tiempo lo dirá y mientras eso sucede, tendré que aceptar esta maldición. Y no me refiero precisamente a la maldición que habita en mis ojos, sino a la maldición en la que se convirtió mi vida después de la muerte de mis padres. Una cruz pesada que he cargado sobre mis hombros desde mi arribo a este país, cuando era solo una adolescente.

     El avión aterrizó y puse un pie por primera vez en la ciudad de Nueva York, algunos días después de los atentados en el metro de Londres. Mi tía Karol, la única hermana de mi padre que quedaba, me esperaba en el aeropuerto con una pancarta de bienvenida y una enorme sonrisa en su rostro, sonrisa que después se transformó en lágrimas cuando me tuvo entre sus brazos.

     —Estás bien, Evie, ¡mírate! —Me abrazaba, me volteaba y revisaba por todas partes como si fuera una vajilla rota—. ¡Por Dios santo! No te ocurrió nada... pero ¿cómo es posible?

     —No lo sé, tía —le contesté con desgano—. Pero deja de llorar, ¿sí? Ya lloré mucho en el avión y no quiero hacerlo de nuevo.

     —Está bien, está bien —se limpió las lágrimas y me tomó de la mano—. Ven. Mi esposo está esperando en el auto para llevarnos a casa.

     El esposo de mi tía era un hombre maduro, inteligente y atento del que no tuve queja alguna. Sin embargo, no hubo demasiado tiempo para quejarme de él, ya que pocos meses después de mi llegada, murió en un accidente automovilístico mientras se dirigía a su trabajo. Mi tía y yo nos quedamos solas en casa debido a que sus hijos vivían en otras ciudades, lejos de Nueva York.

     Todos los años a partir de allí fueron un poco difíciles. Mi vida social era nula y en mi escuela siempre me veían como la chica rara que tenía algún tipo de pacto con el diablo. ¡Sí! El rumor de lo que ocurrió en Londres se esparció como una plaga que me impidió hacer mi vida de forma normal. Los novios nunca existieron para mí y solo conocí el significado de la palabra pretendiente cuando veía a mis compañeras ser halagadas por los demás chicos de la escuela. Mi problema no era físico, ya que siempre he sido una chica rubia de buena apariencia; era más bien la marca que cargaba sobre los hombros desde aquella vez en el metro de Londres.

     Pasó el tiempo e ingresé a la universidad de medicina cuando tenía diecisiete años. Mi vida en ese lugar fue un poco más llevadera luego de conocer a mi amiga Stefany: una chica a la que no parecía importarle nada y que contagiaba de alegría todo a su alrededor. Con ella reí muchas veces, cometí locuras muchas veces y lloré otras tantas. ¡Me hizo hacer tantas cosas desde el primer momento en que la conocí! ¡Todo tipo de estupideces! Pero nunca pudo lograr que hiciera algo a lo que siempre le respondí con reticencia, algo tan sencillo como conseguirme un novio o algo parecido.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Where stories live. Discover now