15.

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Mi pequeña sirenita

Esa voz rígida, fuerte, pero a su vez tranquilizadora es algo que no se olvida en cuestión de días, mucho menos si la primera vez que la escuchas estás con una venda puesta, amarrada por todas partes, sentada en una silla de madera y dentro de una horripilante sala de ejecuciones pensando que van a achicharrarte en cualquier momento. Hewis parecía un robot al que solo programaron para repetir mi apellido hasta el cansancio. "Señorita Walsh...", "Despierte, señorita Walsh...", "¿Qué ocurrió cuando tuvo su accidente, señorita Walsh?", "Hágame un hijo, señorita Walsh...". ¡Bueno! esa última frase no la dijo, pero solo faltó eso para que me hastiara y me dieran ganas de salir corriendo hasta una casa de registros para cambiarme el apellido.

     Hasta hace poco tenía ganas de matarlo, degollarlo y jugar fútbol con su cabeza por todo lo que me había hecho pasar. Pero ahora es diferente. Me ayudó a escapar, me liberó de las cadenas y me tiene junto a mi hija. Por eso se ganó algunos días más de vida.

     —Se nota que está bastante sorprendida de verme, Evie —dice Hewis.

     —No es su presencia lo que me causa la sorpresa, si eso es lo que cree —le respondo, poniendo a mi hija en el suelo.

     En realidad, era otra cosa la que no encajaba en todo esto. Recuerdo demasiado bien cuando estábamos dentro del vehículo y le pregunté a Hewis sobre su edad, me dijo que tenía solo treinta y tres años, y hasta recuerdo que trató de evadir el tema. Darren me dijo que tiene veintiséis y eso sí pude comprobarlo debido a su apariencia. Siendo todo de esta forma... ¿Cómo es posible que un hombre de treinta y tres años, sea el padre de otro tipo que tiene veintiséis? ¡Esto no tiene lógica alguna! Por más que intento explicármelo me resulta imposible.

     —Usted no cree que él es mi padre, ¿verdad? —me pregunta Darren, interrumpiendo mi atadura de cabos.

     —¿Me creen idiota? —les digo a ambos—. ¡Hewis! Recuerde que usted me dijo hace poco que tenía treinta y tres años. Solo se llevan siete, ¿y pretenden hacerme creer que son padre e hijo? Por favor... ¡No me crean tan estúpida! Deben ser hermanos o algo parecido, pero padre e hijo no pueden ser —Aprovecho mi irrefutable tesis para darles algunas lecciones sobre la reproducción humana—. Por si no lo saben, un hombre no puede engendrar un hijo hasta que su esperma tenga la calidad suficiente para fecundar. Ni siquiera lo puede hacer desde que empieza a eyacular, ya que el número de espermatozoides que contiene el fluido es muy bajo todavía. Lo que lleva a la conclusión de que un hombre no puede embarazar a una mujer hasta después de los once o doce años. No lo puede hacer antes. ¿Comprendieron bien?

     —Mire, Evie —refuta Hewis—. Sé que usted tiene más conocimiento de medicina que cualquiera de nosotros dos, pero esto va más allá de los estudios científicos, la física o cualquier otra rama con la que pretenda darle explicación a nuestro parentesco. Darren es mi hijo. Yo lo vi nacer, como también vi morir a su madre cuando él vino al mundo. No pretendemos que usted lo crea, solo se lo estamos informando.

     —Mejor dejémonos de tonterías, ¿sí? —le digo a Hewis—. Por ahora quiero jugar un rato con mi hija. Ya después habrá tiempo para escuchar sus estupideces.

     —Por lo que veo, ustedes dos no se la han llevado muy bien que digamos durante todo este tiempo —dice Darren.

     —¿Cómo crees que nos vamos a llevar después de que el idiota de tu supuesto padre me tuvo encadenada y amarrada a una silla durante un día completo? —le aclaro—. ¡Y claro...! No le bastó con eso, sino que después me llevó hasta el carro blindado ese y me obligó a matar a esos pobres ladrones en el banco —Giro mi cuello hacia donde creo que está Darren—. ¿Qué quieres que haga después de eso? ¿Qué me disfrace como el dinosaurio Barney y lo llene de abracitos?

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Where stories live. Discover now