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El caballero azul

Britania era el nombre con el que se conocía a la isla de Gran Bretaña en los tiempos en los que el imperio Romano tenía pleno control de ella. A principios del siglo cuarto después de Cristo, los dueños del mundo en aquella época se vieron obligados a dejar la isla para unificar sus tropas en favor de la defensa de su ciudad: Roma. La isla de Britania, conocida por sus riquezas y multitud de tierras fértiles, tuvo algunos años de tranquilidad e independencia hasta que se dio la llegada de las tribus Germánicas, los Sajones, a mediados del mismo siglo. Estos aprovecharon la retirada de las legiones romanas para apoderarse de la isla a toda costa. Las masacres de los nativos del lugar fueron pan de cada día y la sed de sangre por parte de los germánicos parecía insaciable desde todo punto de vista. Recorrían villas y pueblos, acuchillaban, quemaban y decapitaban a todos sus habitantes sin la menor muestra de misericordia. Hombres, mujeres, niños, y todo aquello que respirara sucumbía a su paso, bajo el fuego y el filo de sus espadas.

     A finales del siglo cuarto, un valeroso caballero de treinta y tres años de edad llamado Darren Grill, antiguo Celta proveniente de alguna de las tribus que habitaban en la isla, se puso al servicio del comandante actual, Ambrosio Aureliano, para hacerle frente a los crueles Sajones que amenazaban con arrasar toda la vida en la isla y apoderarse por completo de ella. No se sabía con exactitud de qué parte de la antigua Britania provenía, pero de lo que sí se tenía conocimiento pleno, era de su leyenda personal y sus grandes habilidades con la espada.

     Era un hombre alto y con un cuerpo bien formado, hombros anchos, abundante cabellera negra y un rostro que lograba mantener bien afeitado. Portaba una capa blanca que se arrastraba por el suelo y que adornaba con esplendor su armadura metálica de color carmesí. Una espada con su nombre tallado en la hoja, incrustaciones de oro a lo largo del mango y una cruz de madera amarrada en el costado derecho de su cintura, terminaba de darle ese toque enigmático que lo seguía por doquier. Pero lo que más llamaba la atención de su apariencia, sin duda alguna, era el color intenso y azulado que tenían sus ojos; parecían formados y coloreados por las mismas manos de Dios, y debido a esa cualidad, se ganó el apodo de: "El Caballero Azul".

     Para cuando fui transportada a ese momento a través de los ojos del Darren de mi época, El Caballero Azul comandaba un pequeño ejército compuesto por más o menos cien mercenarios, dotados de armas y caballería, hasta las orillas de un río llamado Avon. Su odisea tenía un solo fin, y este era frenar el avance de las tropas sajonas que se dispersaban por todo el territorio Britano.

     Del otro lado, en la cúspide de una montaña llamada Badon, se encontraba apostado un ejército de más de mil hombres dirigidos por el Rey Aelio de Sussex, primer monarca de los sajones en el Sur de Britania, un hombre de unos cuarenta años de edad, de complexión gruesa, tez pálida, ojos claros y una mirada bordeada de maldad pura. Su cabello era de un tono rojizo y tenía una barba trenzada que recorría la mitad de su pecho hasta llegar a su ombligo. Pero no era su apariencia lo que lo convertía en el intruso más temido de toda Britania, sino los métodos que utilizaba para conquistar los pueblos y las aldeas. Métodos crueles que llenaban de sangre y muerte cada rincón que recorría en compañía de sus tropas.

     Los Sajones habían tenido gran éxito durante su expansión, logrando diezmar en gran manera la capacidad militar de los britones. El panorama que se veía desde el monte Badon parecía ser un retrato certero de la realidad que se proyectaba en aquel momento. Mil hombres contra cien; la batalla parecía estar más que definida.

     El rey Aelio miraba con una sonrisa burlona, desde la altura donde se encontraba ubicado, hacia el apostamiento de Darren y sus mercenarios en las orillas del río.

LA MUERTE TIENE OJOS AZULES (Disponible en Librerías)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant