7-LA CENA ESPERADA

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Escuché como tocaban la puerta de mi hogar y me levanté de un brinco del sofá, acomodé mi camisa la cual ya no estaba sudada (punto para mi) y me preparé para la cena; abrí la puerta y planeaba dirigirme abajo para ir por Cristina, cuando me la topé ahí, con ese vestido negro, que con sólo recordarlo vuelvo a quedarme viendo a la nada, no pude hacer más que quedarme atónito.

Cristina como ya lo mencioné antes no era muy alta, pero tenía un buen cuerpo y ese vestido le quedaba a la perfección, era negro de encaje, corto y ajustado; su cintura y sus caderas se veían hermosas, también usaba unos tacones negros que hacían un juego perfecto, para finalizar el outfit un collar de panquecito con ojos le adornaba el cuello, éste le llegaba arriba de los pechos y le daba un toque de inocencia junto con una pulsera de plata con una letra ¨C¨.

No podía reaccionar, estaba literalmente como idiota viéndola, tratando de articular una palabra, de invitarla a pasar, quería besarla pero no era capaz ni de parpadear, así que besarla no era una opción; estoy seguro que me quedé tan inmóvil que no se podía diferenciar si estaba vivo siquiera, es más, apuesto mi oreja izquierda a que el mismísimo Charles Chaplin hubiera encontrado en mí un digno rival para protagonizar sus películas, él si era el mudo ¿no?

Estaba aún pensando en que podría decir, debía ser algo seductor (como yo), lindo y a la vez que no me hiciera parecer un idiota así que tomé aire y solté:

–Guau tú... hem... te vez muy... Hola... Guau...–

(Si, excelente, muy bien hecho Alejandro, eso fue suuuuper seductor y súper natural, vamos bien). Ella soltó una risa picarona con la cual pude volver a ver su hermosa sonrisa y luego se acercó a mí para saludarme de beso.

–Jajá, gracias por ese honesto piropo, tú tampoco te ves nada mal– Agregó al al mismo tiempo que me dedicaba una mirada cautivadora.

Le hice una seña con la mano para que indicarle que pasara al departamento, dado que aún no lograba articular correctamente las palabras; cuando por fin pude hacer uso de mi sentido del habla le pedí que se sentara y que me esperara un momento en lo que yo terminaba de preparar la cena, había tenido que improvisar y preparar spaghetti blanco con trozos de jamón y los filetes de res estaban cocinándose.

Fui a la cocina a voltear bisteces y Cristina fue detrás de mí (ignorando mi petición de esperarme como buena mujer independiente), al ingresar a la cocina observó con un poco de detalle los rincones de mi algo sucia cocina, paseando sus maquillados ojos por mis repisas y por las fotos en el refrigerador, creando una pequeña parábola en sus labios a la cual solemos llamar sonrisa, luego por fin se colocó detrás de mí.

–Vaya, si cocinas, yo pensé que pedirías comida hecha y le quitarías la etiqueta– Su sonrisa era cautivadora, se los juro, yo respondí con una sonrisa nerviosa, la volteé a mirar para contestarle.

–¿Qué clase de persona sería yo si te mintiera? Tal vez no sea la mejor comida del mundo, pero como te dije yo la preparé con mis propias manos– A finalizar tomé 2 platos, serví el spaghetti, serví los bisteces en sus respectivos platos, tomé los limones y los puse en la mesa.

-Con tus manos culpables del crímen de derramar café– volvió a reprocharme a manera de broma, luego se quedó quieta y cerró los ojos inhalando hondo– huele delicioso- firmó mientras yo servía el vino en las copas con la destreza digna de un pistolero.

–Muchas gracias, le puse empeño- contesté tratando de romper la tensión– ¿Y qué me puedes decir de ti? ¿siempre has vivido ahí? ¿Cuáles son tus sueños? – tal vez fui un poco directo y atrevido, pero quería hacerle la plática y evitar que en algún momento la noche se transformara en algo incómodo.

Memorias de un corazón torturadoWhere stories live. Discover now