Capítulo 7

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Tres meses después...

Los copos de nieve aterrizaban sobre las empedradas calles de un pueblito singular en Colombia, es un hecho sumamnete extraño, este país es incapaz de producir estas pequeñas estrellas blanquecinas y frías. 

La gente las observa e intenta agarrarlas entre sus dedos, pero estas se derriten en cuanto rozan la superficie, sus dedos se humedecen, un olor nauseabundo se hace presente, ellas intentan tocar sus narices para cubrirlas, pero sus manos no responden, poco a poco sienten como su cuerpo se va entumeciendo, congelándose en el acto, gritan, pero sus voces rehuyen de la superficie y se esconden como si conocieran el terror que está por venir, sus ojos revolotean de un lado a otro en búsqueda de ayuda, pero la realidad les azota una última vez, a su alrededor solo existe una gran cantidad de estatuas de hielo. Y ellos serán los siguientes...

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—Aquí Alpha, las localizaciones son concretas, pueden traer a sus refuerzos —una voz gruesa suelta por la radio de su helicóptero mientras sobrevuela el espacio aéreo, una expresión de miedo extiende sobre su rostro, alargando su gran boca hasta que no puede abrirla más, en cuanto ve las estatuas—. Codigo negro, ¡no vengan!

—Capitán, responda —una voz femenina grita através del intercomunicador y esta llega a los oídos del sujeto, quien intenta contestar, pero se ha acercado tanto a tierra que ya no tiene el control—, ¡capitán Eduardo Torres, responda! 

Nada...

Es fue lo último que lograron saber del  helicóptero y toda la tripulación.

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—Euclid, dirección en la que se halla la reliquia, ¡ahora! —Rizevim girta desesperado, no sabe cuanto tiempo pasará hasta que detecten la anomalía en el área— ¡Deja de tomar notas y guíame, maldito bastardo!

Se peina el cabello hacia atrás mientras refunfuña, los intentos de Euclid por obtener información de sus propios experimentos lo hacía perder el tiempo, no colaboraba en lo absoluto con sus planes de hacer caer al cielo al mismísimo hueco al que desterraron a sus padres, al sueño eterno. 

Siente los pasos de Euclid y desde la carretera negra asfaltada, da media vuelta dirigiéndose al sendero pedregozo que da al interior de un municipio, las casas adornadas de blanco, sus fachadas pareciendo de épocas inmemoriables y el suelo congelado, daban una perspectiva agónica al hecho que venía a concretar, pero es no le importaba, solo quiere encontrar la paz, aquella que la venganza traería.

—En el interior de la iglesia, hay una baldosa llena de poder sagrado, allí está. —la risita de Euclid lo tomó por sorpresa—. Es una broma, aunque no creo que vayas a morir.

No dijo nada y solo corrió por las calles en pedira hasta la plaza principal las estatuas distribuidas de un lado a otro le dieron la bienvenida, algunas estaban a punto de caer, fácilmente iban a partirse y el humano moriría.

—Será mejor que desaparezcan, malditos humanos, ¿quienes se creen? —escupe a los pies de una mujer que dirige su mirada hacia el infinito mientras la rabia pobla sus facciones.

Sube los escalones con rápidez, solo se le viene a la mente la imagen de su hermana y de sus padres, como lo dejaron la última vez para pelear por lo suyo, pero fueron derrotados, ¿alguna vez podría olvidar el vacío que dejaron? Niega, no. No puede permitirse olvidarlos, el sentimiento es lo único que debe impulsarlo.

Empuja las grandes puertas de la iglesia al hallarse frente a esta, pero sus manos arden, las tiene desnudas, la sangre fluye por las heridas que se han creado y rueda los ojos, esto no lo iba a detener.

Entra su mano derecha en lo profundo de su gabardina, escudriña cada espacio dentro de este, hasta hallar lo que él tanto buscaba: una reliquia santa corrompida.

Saca de la oscuridad de su traje una bola aterciopelada de color rojo quemado; la toma entre ambas manos y rompe el sello que le ha impuesto con ayuda de Euclid, la tela se agita con el helado halito que recorre cada espacio del lugar, mientras la sostiene con la mano derecha, no había sido facil, pero entre sus manos se halla la piel de San Bartolomé, patrón de la iglesia y discípulo de Jesús.

Vuelve a empujar la puerta, teniendo la mano cubierta por la tela, los goznes de la puerta giran uno tras otro, generando un chirrido que se propaga por todo el lugar, rebotando cuerpo tras cuerpo y alejan a los cuervos quienes intentan posarse sobre las estatuas a la búsqueda de carne fresca.

Lentamente se abre el espacio al recinto sagrado, la pieza de piel crece y la pone sobre sí, como una manta protectora, es la única forma de entrar en aquel lugar.

Frente a si y a unos metros más adelante del pasillo, se ve el atrio, cubierto por toda la mantelería, blanca, símbolo de la pureza del acto que allí se consuma. Siente una ligera palpitación en su pecho y se echa a reír, es gracioso, él como demonio no siente igual a los humanos, apenas son copias de sus formas carnales, representaciones de todo el pecado del mundo.

Se tapa el rostro con la piel y avanza en zancadas largas, parece flotar, como una bailarina en medio de un campo floral, quien se deleita en el público que la aclama y la forma en la que su amado la toma entre sus brazos...

—¡No voy a fallar! —corre más rápido, se aparta el cabello de la frente, extiende los brazos— daemonium ignis

La iglesia se prende fuego, a excepción del atrio, el resplandor sagrado le roba el aliento, una reliquia sagrada, una Sacred Gear. Un crucifijo.

—Incinerate, Athem...

Apenas susurra y la agarra con rapidez, las llamas moradas se hacen presente, pero sus manos cancelan el movimiento, lo cual lo deja descolocado.

Sonríe complacido, al parecer un nuevo milagro ha sido creado...

Los pasos a su alrededor los sacan del estupor y el batir de alas metálicas le amargan la boca, malditos ángeles, no le iban a robar su momento de gloria.

Agarró el crucifijo con ambas manos y aflojó un poco el poder demoníaco que la cancelaba.

—¡Desciendan al infierno, dónde pertenecen!

Las llamas púrpuras crepitantes avanzan a toda velocidad...

¡Buenas!

No sé lo esperaban, pero aquí anda otro capítulo más...

Trataré de hacer más

Todo por ellaWhere stories live. Discover now