Capítulo 10

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La forma en la que los ángeles se movían de un lado a otro la inquietaba, sinceramente. Sus pasos y alas sin control no auguraban nada bueno. Los ruidos la mantienen alerta, ¿en qué momento la castigarían? No recordaba haber hecho nada malo, pero recordaba claramente lo que significaba ese sonido tan repentino...

Se levantó de la silla en el despacho y buscó el lugar más oscuro, no le fue tan difícil. La pequeña Catharina se metió debajo del escritorio de Gabrielle, en cuanto la oscuridad la abrazó se agarró las rodillas mientras yacía sentada contra la madera del objeto, tratando de no pensar en nada.

—Ese demonio causó que una ciudad desapareciera, no podemos dejarlo así, debemos combatirlo. —La voz de Remiel la sobresaltó en cuanto este entró en la habitación, se agazapó aún más—. Es más, ella no debería estar aquí, mi señora debe comprenderlo, ella es una amenaza.

¿Amenaza?, ¿ella? Pero si ella no le causaba problemas  a nadie, intentaba hacer siempre caso a lo que la señorita Gabrielle le decía, no se comportaba mal, tan solo pecaba de curiosa al salir en las noches y asomar su cabeza entre las nubes hasta lograr observar el cielo estrellado que funcionaba de una manera extraña y retorcida en aquel lugar, regresaba casi al amanecer y se metía en cama. ¿Lo sabrían? Quizá fuera eso, sí, debía ser eso. No existía ninguna razón para que la quisieran botar, incluso podría ser una broma.

Pero la voz de Remiel no mostraba un ápice de humor.

—Es lo mejor, no podemos arriesgarnos a que ella tome fuerza y decida realizar las mismas atrocidades de su hermano. —una voz aterciopelada  femenina intentó frenar la perorata de Remiel, pero este se negó—. ¡No intentes decir que es una niña o que es parte de nosotros, porque no lo es!, tan solo es un objeto de estudio para conocer la manera en la que se comportan los demonios más jóvenes, nuestra señora se dará cuenta tarde que temprano que no vale la pena continuar teniéndola aquí.

Las palabras de Remiel la hicieron sentir mal, la tristeza se apoderaba de cada espacio en su ser, el calor desaparecía y las ganas de sonreír se apagaban. Al parecer, ellos eran como su hermano mayor a quien le interesaba más por ser su hermana que por ser una niña con un nombre propio, igual que a Euclid, a quien también quiso como parte de su familia, pero este la había traicionado, dándole todas las ideas para castigarla a quien la cuidaba.

Los pasos salieron de la habitación y volvió a quedarse sola. Sus manos temblaban y el frío se propagaba por todo espacio en su cuerpo, lo que la hacía ser ella. ¿La habían abandonado? Como siempre, tenía la razón y las lágrimas no arreglarían nada, ni la aparición de alguien especial.

Tenía miedo, escuchó hace algunos momentos u horas que debían exterminar a su hermano, ese era el destino que le aguardaba de igual forma, por lo cual debía hallar la manera de eludirlo. 

Era un demonio, con alas de ángel, poderes extraños y una existencia la cual no comprendía, sin un lugar donde sentirse querida, sin padres, sin familia, sin nada.  ¿Cuando podría sentirse partícipe de algún mundo? Solo deseaba eso.

Se quedó un rato en el sitio mientras se apretaba los labios con fuerza hasta que estos se pusieron morados, no había nada que pensar, solo debía salir de allí, buscar a alguien que la quisiera en realidad y poder obtener un poco de calor dentro de su corazón.

Se levantó con rapidez y se escabulló fuera de la habiación, ya no habían ángeles en el edificio, el silencio reinaba mientras avanzaba observando las paredes que cambiaban de color con cada ángel que pasara por allí. En su caso, no sucedía nada, ningún color se manifestaba, eso era un alivio.

Dejó salir sus alas, pero con la particularidad de que la mitad parecían de murciélago, una mezcla singular y asquerosa por partes iguales. ¿Alguna vez su padre se vió de esa manera? Lo dudaba, siempre le habían mencionada el ser orgulloso que era.

Todo por ellaWhere stories live. Discover now