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   Dos días antes de recibir la amenaza.

        Lo único que se alcanzaba a ver desde las ventanas de las camionetas blindadas eran largas hileras de árboles de pino y kilómetros de carretera que faltaban por recorrer. La oscuridad ya estaba tomando dominio en la zona y se lograban ver las estrellas que decoraban el cielo nocturno.

—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó impaciente la pelirroja que estaba en los asientos de atrás de una de las cuatro camionetas negras que iban en seguidilla.

Llevaban en el auto al menos unas tres horas y ya estaba empezando a sentir ansiedad, no le decían nada y eso empeoraba la situación. Su mente había estado  calculando durante todo el viaje las posibles situaciones a las que se enfrentará.

Una peor que la otra.

—¿Si te digo a dónde nos dirigimos habrá alguna diferencia? No, porque seguro ni sabes donde estamos.—el castaño que estaba conduciendo vió por un milisegundos el retrovisor.

Sus ojos grises chocaron con los castaños de la pelirroja.

—Sí, sí habrá una diferencia. Podré calcular los minutos que faltan para llegar a la sede y así podré calmar mi ansiedad.

La chica dijo esas palabras con tanta normalidad que la otra persona que estaba en el asiento del copiloto alzó una ceja sorprendido. Él seguramente se había quedado en la multiplicación de dos cifras y no sabría cómo siquiera iniciar lo que ella dijo.

—Olvidaba tú habilidad para hacer cálculos de la nada. —argumenta el conductor, con burla.

—Pues te la acabo de acordar, teniente Johnson.—sonríe la pelirroja apoyándose entre los asientos para verlo, derrochando superioridad— Me lo puedes decir tú o yo puedo hackear el auto para buscar el destino que colocaste en el mapa.

La pelirroja no mentía, pudo simplemente haber hackeado el sistema del vehículo con su reloj de mano y así evitar todo el rollo de preguntas estúpidas que nadie respondería. Porque siempre era lo mismo, nada de respuestas hasta llegar a la central.

—¿Siempre es así de insistente? —se atreve a preguntar el novato que los estaba acompañando.

—Estoy siendo amable.

La de ojos castaños lo vio haciéndose la ofendida, arrugando sus cejas y colocando un puchero en sus labios. El copiloto la vio con una ceja alzada, sin creerle nada.

—Aunque no lo creas, ella está diciendo la verdad. —asegura el teniente Jace Johnson viendo al copiloto— Némesis pudo simplemente hackear el sistema del auto y ninguno de los dos nos daríamos cuenta.

—Soy así de buena en mi trabajo.

En otra de las camionetas que recorría el mismo destino; iba un chico castaño con quijada cuadrada que contaba con suma concentración uno de los fajos de billetes que estaba en la bolsa que le habían entregado luego de haber ganado una de las tantas peleas callejeras en las que participaba.

Él no era muy bueno en matemáticas, apestaba para hacer los cálculos que le colocan sus profesores en el instituto, pero sí era bueno contando su dinero. Algo contradictorio ¿No?

—¿Así gastas tu tiempo? ¿En peleas clandestinas? —inquiere con molestia la conductora, viendo al castaño por el retrovisor del auto—. Podrías ser un gran detective o algo relacionado con la ley.

En el vehículo había estado reinando un silencio hasta que la rubia que permanecía en el asiento de piloto hablo, lo estuvo viendo durante todo el viaje y su mente aún no llegaba a comprender cómo es que alguien tan prometedor como él cayó tan bajo.

Los Hijos De América. ©Where stories live. Discover now