Pasión Confundida (III)

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Claudia, Laura y yo regresamos a clase después del fin del recreo. Por el camino intercambio posiciones con Roberto para quedarme atrás con Patricia. Mi cuñada me observa. Quiero pensar que no puede estar sin mí en lugar de imaginar que sospecha algo.

—El poeta es el que se cayó, ¿a que sí? —supone Patricia.

—No estoy segura. Es de todo menos atrevido —digo.

—Entonces es él. Encaja con el perfil que te dije en clase, así tímido y poco agraciado.

—A ver, está claro que le gusta, pero sigue sin convencerme. Sospecho que sea el presumido. Es que no pude estar del todo atenta porque Claudia y Laura me tenían tensa. Intentaba que se arreglaran después de lo de la fiesta —digo.

—¿Y cómo ha ido?

—Al final, bien. Por cierto, no le habrás contado nada a Roberto, ¿no? No quiero que esto salga de nosotras. —Confío en ella, pero es mejor asegurarse.

—No, nada. Le dije que quería cambiar de aires. Cualquier cosa me sirve de argumento por lo de mi enfado con Mario. Bueno, ¿y qué hacemos ahora?

—Tengo los nombres de esos cuatro. Miguel es el tímido. Esteban es el presumido de pelo crespo. Esos dos son los principales sospechosos. Carlos es el gordo, aunque no lo veo capaz de tomarse esas molestias. Y el otro es Víctor. Dudo que sea este porque me estuvo tirando la caña. De todas formas, averigua lo que puedas sobre los cuatro, por favor —le pido.

—No sé por qué piensas que sea el presumido. Un chico como él no tiene necesidad de ocultarse detrás de una carta, aunque es cierto que fue el cabecilla que guio al grupo hasta vosotras. Nada, investigaré. Conozco a una chica con la que fui a clase en primaria que va a ese grupo. Hablaré con ella. Veremos qué me cuenta.

—Genial, Patri. Estamos más cerca de descubrir a ese... poeta. Démonos prisa, no sea que la sargenta Bernarda nos corte la cabeza por llegar tarde a su clase.

Gracias a Patricia no tendré que estar separándome de Laurita para recabar información ni inventándome excusas. Hoy es un día de progresos. Mi cuñada y mi mejor amiga han hecho las paces y he delimitado los sospechosos del enigma del poeta. Todo se ilumina.

***

Todas las chicas de cuarto A estamos en el vestuario cambiándonos para empezar la clase de Educación Física, todas excepto una: Laura. Mi cuñada está sentada en un banco como una niña asustada. Mira a las demás mientras saca su ropa de deporte de la mochila a la velocidad de una tortuga coja. ¿Cuál será su complejo? Aquí todas nos paseamos en bragas abiertamente. Unas más anchas, otras más delgadas. Hay de todo. Sería irónico que tuviera problemas de autoestima después de lo que le soltó a Claudia en el recreo. Además, es como ir a la playa y estar en bikini.

Yo también tardo adrede. La observo desabrocharse un botón de la blusa con tal lentitud que parece un paso de una coreografía sensual. Me hace desear que siga. La imito para igualar la velocidad.

Nos quedamos solas en el vestuario. Me huelo un castigo por el retraso, pero merecerá la pena. Estando en bragas y con media blusa desabrochada, la abordo. Aprovecho que se ha puesto de pie para empotrarla en una taquilla. La tengo acorralada y aprisionada por la cintura.

—¿Qué haces, Ana? —me pregunta asombrada.

—Parece que te faltan manos, así que te voy a ayudar —digo sonriente y empiezo a juguetear con su ropa. Le desabrocho botones de la blusa y de la falda tan rápido como le hago cosquillas. Mis manos saltarinas la doblegan.

—¡Ja, ja, ja! ¡Para, Ani! —dice Laurita entre risas. Vagamente intenta retenerme, pero ni siquiera puede escapar de mí.

—La niña pequeña no se quiere cambiar. ¿Qué escondes? ¿No quieres que vean ese cuerpo tan lindo que tienes? —le digo.

La hermana de mi novio [Disponible en físico en 2 tomos + Extras]Where stories live. Discover now