Disgusto Férreo

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Resucito. Despierto como si regresara de la muerte. Mi cabeza me está matando con su estremecimiento interno. El zumbido constante en mis oídos me recuerda la música estruendosa de anoche. Todo me da vueltas como en un carrusel.

Las sábanas que me cobijan están impregnadas de un olor agradable. Es el olor de Laurita... ¡Estoy en su cama! ¿Cómo llegué hasta aquí? ¿No fue un sueño?

Tengo flashbacks de la locura de mi noche de fiesta. Angie se propasó conmigo, abusó de mi confianza. Pero ella no es lo que me preocupa ahora. Mi temor es lo que creo que he hecho con Laurita. Compruebo que estoy en ropa interior, así que no es una alucinación, hice algo con ella, pero la fastidié como nunca. ¡Joder! Intenté forzarla, ¡soy terrible!

De tanto pensar, las náuseas me superan y salto de la cama. El váter recibe todo mi desahogo. La vida misma me fluye hasta por la nariz. ¡Qué repugnancia! ¿Cómo pude descuidarme tanto? Soy una insensata.

—¿Estás bien? —Laurita aparece de alguna parte y se agacha a mi lado.

Hay algo en el tono de su voz que parece distinto. Esta vez sí creo que me socorre por amabilidad y nada más. ¡Me muero de la vergüenza! Metí la pata anoche y ahora doy este espectáculo delante de ella. Eso pronuncia mi devolución de productos estomacales caducados.

—Échalo todo —me dice a la vez que me sostiene y acaricia mi espalda.

Mi alma se me queda en la garganta. Tiemblo como una frágil hoja arrancada por el viento. Soy un desecho, aunque saboreo un amargo alivio después de la tercera ronda. Cabizbaja y sentada en el suelo, miro a Laurita con mi visión empañada.

—Espera... —Ella coge papel higiénico y me limpia la cara. A pesar de la mierda que le hice anoche, es buena conmigo—. Enjuágate la boca, ven. —Me ayuda a levantarme y me acerca al lavabo—. Te traeré una pastilla.

Siento que soy una leve pluma sin su compañía. Me las arreglo para erradicar el asqueroso sabor a vómito de mi boca. El espejo me critica reflejando mi imagen tan patética con el maquillaje corrido. Esto es tan deprimente.

—Ya estoy aquí. Tómate esto. —Laurita no tarda en regresar con una pastilla y un vaso de agua. Obedezco—. Vamos a quitarte esa peste que tienes encima. Una ducha te sentará bien.

Me desabrocha el sostén antes de que pueda comprender sus palabras. Lo retira de mi torso con la suavidad propia de una caricia. Mis bragas son las siguientes. Laurita se arrodilla delante de mí. Acerca tanto su cabeza a mi intimidad que no puedo evitar pensar en cosas pervertidas. Ni siquiera mi mente en medio de su nebulosa me libra de esos pensamientos ni de temblar por sentir su húmedo aliento ahí. Soy lo peor, me aprovecho de sus nobles intenciones.

Laurita me mete en la bañera. Está claro que ella pretende darme la ducha y no me opondré. Sin embargo, me afecta que luzca tan apagada.

—Laurita... —pronuncio débilmente y ella me empapa con el agua fría. Me sobresalto—. ¡Ah! ¡Está helada!

—Lo siento. —Regula la temperatura del agua y suelta la alcachofa sobre mis piernas con el chorro apuntando a mi zona erógena—. Creo que esto puedes hacerlo sola. Iré a prepararte el desayuno. Avísame si me necesitas.

Se marcha despidiendo más frialdad que la propia agua. Por mucho que me avergüence, habría permitido que me bañara.

***

Laurita me ha preparado un buen desayuno para que termine de reponerme. Cumplo con su voluntad sentándome en la mesa del salón y ella me lo sirve en silencio. Todo es tan tenso.

—¿Ya desayunaste? —intuyo porque la porción es para una persona.

—Sí. —Suelta el plato de las tostadas, enciende la televisión y da media vuelta para irse.

La hermana de mi novio [Disponible en físico en 2 tomos + Extras]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora