Capitulo 04 (Primera parte)

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Parque del Este (Caracas, Venezuela)

Eran casi las nueve de la mañana cuando llegamos al Parque del Este, lugar donde se iba a celebrar esta gran final. El colorido de los aficionados, en su mayoría padres y representantes, se fundía con una mañana grisácea y cubierta de nubes. Me bajé del carro con el corazón latiendo más duro que la percusión de la banda escolar: estaba chorreado. Muchos de mis profesores hacían fila para entrar a las gradas que habían colocado los patrocinantes de la liga.

Mi equipo de fútsal estaba conformado por Javier, uno de mis mejores amigos (de 14 años pero aparentaba unos 17); tenía más fama que yo: era todo un galán y se la pasaba con los de cuarto y quinto año. Realmente era demasiado pícaro para su edad pero siempre estaba cuando lo

necesitábamos. Jorge, "el Gordo", nuestro portero, el jugador con menos goles permitidos en la liga. Ronald, muy extrovertido, era otro de mis mejores amigos; un rubio de ojos azules a quien le gustaba jugar y apostar con cartas en el recreo; él era realmente un desastre, siempre nos invitaba a su casa a jugar con las consolas de videos que estaban de moda. Además, él era el hermano de Suhail, el culo más bello del universo.

Mi padre sonó su silbato y nos llamó a todos para ubicarnos cerca del banco en el que estaba sentado mi hermano. En ese momento sentí que una mano tocó mi hombro; allí, justo en frente de mí, estaba ella, con su bella sonrisa, el culo de mis sueños: de tez morena, ojos caramelo y cabello chocolate, parecía de quinto año por su altura aunque realmente estaba en segundo año, un año menor que yo; era tartamuda, sobre todo cuando estaba nerviosa o molesta, pero aun así me gustaba demasiado, especialmente sus piernas.

Observé que justo detrás de ella, a unos diez metros de la tarima, estaba ese perro, y al parecer andaba solo, pero era difícil que fuese el mismo perro que vi en mi casa, ya que aunque la camioneta de mi papá estuviera destartalada, era imposible que el perro llegara antes que nosotros a más de setenta kilómetros por hora, y a veinte kilómetros de distancia; pero, extrañamente, este perro parecía buscarme a mí, seguirme a mí; más aún: verme sólo a mí.

—¿Qué... qué estás viendo, Aníbal?

Al momento escuché a mi padre llamarme y tomándole sus manos, antes de irme hasta donde estaba el grupo, le dije:

—¡Qué bella estás!

—¡Gra... gra...gracias..! −dijo sonrojada. ¡Su.. su.. suerte!

Ya cerca del banco de suplentes, mi hermano (el único suplente) sonreía, pues no jugaría. Me puse al lado de los muchachos, quienes no perdían la oportunidad de fastidiarme:

—¡Qué lindo es el amor! Sobre todo si... si... si es, entre...tre.. cor... tado −se burlaba Javier, junto con mis otros compañeros.

—Cierra el pico, marico triste. Déjame oír lo que dice el entrenador.

Mi padre volvió a tocar el silbato y con el chiflido empezó a caer una leve lluvia que mojó a todos los que allí estábamos, excepto a los que corrieron hacia la grada que gracias a Dios tenía un techo algo improvisado.

—¡Señores, hoy es el gran día!−exclamó mi padre− pero les tengo una buena y una mala noticia... La buena noticia es que los Felinos no están acostumbrados a jugar bajo la lluvia.

Javier, casi interrumpiéndolo, le preguntó: —¿Y la mala?

En ese momento cayó un estruendoso relámpago que alumbró por un instante esta tenue mañana, lo que transformó la lluvia en una tormenta.

—Bueno, la mala noticia es que Jorge, nuestro portero estrella, se reporto enfermo.

—¿Pero qué le pasó? −replicó uno de los muchachos del equipo. —Ayer hablé con él y estaba bien −dijo otro jugador. —Problemas estomacales −respondió mi papá.
Javier, golpeando ambas manos en señal de molestia, gritó:

—¡Ese gordo coño e' madre se volvió a tapuzar de comida! ¡Dejen que lo vea! ¡Le voy a dar una patada por ese culo cuando lo vea! ¡Si perdemos esta copa, será por su culpa! ¡Qué gordo tan marico!

—Viejo, ¿y a quién vamos a poner como portero? Nadie es tan bueno como el gordo Jorge.

Mi padre, cerrando la carpeta casi desmenuzada por la fuerza del agua que caía, se quedó viendo fijamente a mi hermano Azael. Todos, mirándolo con miedo, sabíamos que lo peor no había pasado. Mi papá se acercó a mi hermano y dejando la mano en su hombro le dijo:

—Azael, serás el portero de nuestro equipo.

—¿Yo?

—¡Qué! ¡Se ha vuelto loco! −gruñó Javier al oír tamaña noticia.

—¿Tienes una mejor idea?

—¡No pongamos portero! Al menos tendríamos los tres palos de la portería que lo harían mucho mejor que Azael −le replicó Javier molesto.

—Ok, entonces tú, Javier, ¿por qué no porteas?

Este se volteó y le quitó una de las pelotas a uno de los paralizados jugadores de nuestro equipo y se puso a tocar el balón.

Ronald estaba llegando, colocó su mano en mi hombro y me dijo: —¡Maricooo, estamos fritos! Ahora sí seremos el hazmerreír de nuestra liga. —Lo sé, lo sé. Le repliqué con mirada cabizbaja.

Mi hermano veía con pavor las metrallas que lanzaban los Felinos contra su portero, quien además medía el doble de su escueta humanidad. Me
acerqué y le dije a Azael:

—¡Azael, esta es tu gran oportunidad, hermano! ¡El equipo cuenta contigo! Yo sé que tú puedes.

Mi hermano, con sus ojos mojados, y no por el efecto de la lluvia, me murmuró mirando fijamente hacia la tarima:

—Creo que Javier tiene razón. Me van a destrozar los Felinos, lo sé, me van a despedazar, y lo peor es que ella vino a ver mi fusilamiento. Le voy a quedar mal.

Miré hacia el lugar que refería, pero estaba vacío.
—Nos mira y presenciará cómo vamos a perder por mi culpa. Un par de lágrimas corrieron por sus ojos.

—Tranquilo, hermanito, es normal que te ataquen los nervios antes de un partido tan importante, ¡tranquilo! ¿A quién te refieres? ¿A una novia? ¡Te lo tenías bien guardadito, no!

Él, secándose las lágrimas, me miró fijamente a los ojos y me dijo algo más controlado:

—¿Es que acaso tú no la ves? Está allí, sentada al final de la grada. —¿A quién te refieres? ¡No veo a nadie, Azael!

—¡Al lado del señor gordo de camisa roja! −indicándome el lugar con su dedo extendido.

Al fijar la mirada, un escalofrío empezó a correr por mi cuerpo. Al lado del señor de camisa roja no había nadie. Pensé que mi hermano se estaba volviendo loco. Le dije con mirada compasiva:

—¡Azael, los nervios te están traicionando! ¡Allí no hay nadie, güevón!

—¡Ve bien! ¡Nos está saludando! −insistió.

—¡A quién carajo ves, yo no veo a nadie!

—Tranquilo, nos manda a decir que todo estará bien y que debemos tener fe en Dios, ya que lo que nos viene no será nada fácil.

—¿A quién demonios estás viendo, piazo e' loco?
—A mamá, Aníbal, a mamá con su bello vestido dorado. Pero mamá murió hace unos años, pensé.

Interrumpió la conversación el silbato del árbitro, quien llamaba a los capitanes de los equipos para dar comienzo al encuentro. Paralizado por lo que Azael me había dicho, recibí un pelotazo que me pegó en las piernas. Era Javier quien me llamaba al centro del campo. Mientras esto pasaba veía a mi hermano ponerse los guantes, ubicándose en la arquería; miraba contento y confiado hacia la tribuna, al mismo espacio vacío hacia el que yo con mucho miedo también veía.

"Coño e'la madre, a mi hermano se le quemaron los borners del cerebro"

EL PRISIONERO (El Origen) Primer libro de Siete (Saga)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant