Capitulo 16 (Parte B)

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Plano Astral

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Plano Astral

Llegamos a aquel edificio majestuoso. Tenía en su entrada un inmenso arco de oro que medía al menos unos veinte metros de altura. Era gigante y para sorprender a mis desacostumbrados ojos pude ver el origen del trompetear angelical. Había siete querubines semidesnudos quienes con diminutas alas levitaban y tocaban una melodía que seguramente sería un clásico si alguien se atreviese a componerla en Venezuela. Al acercarnos a este descomunal arco, me sorprendió el danzar de unos jeroglíficos que se movían cual pequeños remolinos por toda su superficie.

Conté siete arcos en esta inmensa edificación. Dentro de cada uno yacía una puerta que parecía medir diez metros de alto, hecha de mármol pulido blanco. Delante de cada una estaba un anciano de amplia barba y completamente calvo, ubicado en una mesa de mármol pulido, también blanca; estos atendían a cada niño que era escoltado por un alado con armadura de color. Este lugar se parecía al metro de Plaza Venezuela a las seis de la tarde: en vez de visualizar gente caminando de un lado a otro, aquí aterrizaban ángeles como águilas en montañas nevadas. Los niños eran entrevistados brevemente y, luego de un gesto aprobatorio, estos se adentraban en las puertas, dejando un intenso destello de luz blanca. Rupiel me llevó hasta una de las filas.

Al llegar ante el octogenario me quedé boquiabierto al observar cómo aterrizaba un ser alado sobre un Pegaso blanco a escasos metros de la fila. Rupiel me movió, tocándome con la punta de su ala.

—No digas nada a menos que él te lo pregunte. —Ok, ¿pero quién es el viejito?
—Es uno de los ancianos de los tiempos. —¿Quién?

—El encargado de dar las misiones de vida, antes de encarnar las almas en los diferentes mundos.

—¿Um?

El anciano me sonrió y me señaló una silla sobre la que procedí a sentarme.

—¿Tu nombre en esta vida es Aníbal Espinoza Mackenzie?

Y le respondí a esta especie de funcionario público:

—Sí, señor.

—Y para este instante tu alma tiene catorce años.

Recordaba que hoy o mañana, no estaba seguro, era mi cumpleaños, así que corregí:

—Quince, señor, mañana cumplo quince.
Sus ojos verdes me escrutaron con profunda bondad. —Veo que tienes una hermosa misión en esta vida.

Algo intrigado le dije: —¿Una hermosa misión?

De inmediato me abstraje en mi sueño de ser el delantero estrella del Real Madrid o del AC Milán.

—Hijo mío, tu misión esta vez es algo de mayor relevancia que jugar pelota −se reía, junto con Rupiel, mostrando sus pequeños dientes blancos, en tanto yo reía con ellos ingenuamente.

Él me dijo con un acento de miel: —¡Qué lindas alas tienes! —¿Alas? ¿Qué alas?

Extrañado, mire hacia mi espalda y me quedé paralizado. Unas inmensas alas color nieve sobresalían de unas cavidades de mi espalda, como si hubieran retoñado. Lo más sorprendente de todo es que una vez que las vi podía moverlas. Eran como otras extremidades que al estirarlas se las pegaba accidentalmente en la barriga de Rupiel.

—Querido Aníbal, al momento de abrirse esa puerta irás a encontrarte con un Exux que te llevará a la casa del señor de los caminos de Triezguer. Él te dará la información que necesitas para tu iniciación.

—¿Exux? ¿Iniciación? ¿Triezguer? ¿Cuál iniciación?

Rupiel se acercó y ayudó a poner en pie al medrado anciano quien con una sonrisa parecida a Santa Claus me informó:

—Aquí nos despedimos.

Lo vi arrugando mi rostro y con mi pulso cardíaco en franco ascenso y, totalmente chorreado, observé asombrado cómo se abría la puerta ante mí.

—¿Por allí regresaré a casa? −pregunté, viendo a ambos cuando se dirigían hacia la salida de este inmenso Partenón.

El anciano, apiadándose de mí, murmuró:

—Suerte con tu hermosa misión.

—¿Por allí se va a casa? −repetí, sintiendo cómo me temblaban las piernas; en ese instante desaparecieron dejando el vaivén de dos plumas blancas que caían lentamente sobre el gélido piso de mármol.

Tome aire y divisé un camino plateado sobre una hermosísima pradera verde; decidí entrar y, luego de experimentar un fuerte soplido sobre mi nuca, me di cuenta de que la puerta había desapareció y en su lugar había un dulce y aromático árbol colmado de frutas que parecían manzanas multicolores que aumentaban de tamaño hasta desaparecer, sonando como una burbuja de jabón, para reaparecer nuevamente. Me recosté en este inmenso árbol, mis alas habían desaparecido y suspiré mirando ese extraño camino que parecía sacado del cuento de El Mago de Oz.

—"Deseo despertar, deseo despertar. Dios, por favor, ayúdame a despertar, quiero despertar"...

En eso percibí una fuerte brisa. Acompañada de... —¡Dios mío, qué cosa eres!



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EL PRISIONERO (El Origen) Primer libro de Siete (Saga)Where stories live. Discover now