Capitulo 25

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Hospital Central (Caracas, Venezuela)

Apagué mi computadora y miré a mi abuela que estaba completamente dormida en el sofá cama que tenía a mi lado. No podía dejar de pensar en lo que me estaba pasando, eso de salvar el mundo, ¿por qué yo? Y ese extraño libro... Recordé que el anciano insistió en que era una misión que podía aceptar o rechazar, lo que significaba que yo podía decir que no. "¡Sí, esa será mi salida! Con tan sólo rechazarla saldré de esta loca pesadilla".

Agarré el libro y decidí abrirlo. Me encontré con otra impresionante sorpresa: las hojas que antes estaban en blanco, ahora formaban imágenes, como la primera vez que lo abrí. Con el primer dibujo sentí cómo se me erizaba la piel: era yo mismo, vestido con el uniforme de mi equipo de fútsal. Pasé las hojas y podía ver en imágenes todo lo que me había pasado en detalles, como por ejemplo la imagen de mi hermano echado en la grama luego del golpe que se dio en la cabeza. Me paralicé al verme en otra página dentro de la ambulancia y siendo amenazado por unos felinos salvajes; también vi que de pronto era salvado por un ser alado vestido con armadura blanca y un perro inmenso que luchaba a su lado contra tres felinos negruzcos. ¡Eran Salazar y Aciel!

Salazar estaba suspendido a medio metro de altura y con una vara le propinaba golpes a varios felinos, evitando que estos se acercaran a mi indefensa y desmayada humanidad. El sueño se apoderaba de mí, tenía miedo de cerrar mis ojos... "Y, ¿si volvía a viajar?".

De repente sonó el teléfono, atendí con cierto miedo:

—¿Aló?

En medio de llantos, escuché la voz de Suhail muy alterada:

—Pa...pa...pasó algo te...te...terrible.

—¿Qué pasó?

—Mi pa...pa...pa...pá me dejó casti...ti...tigada en la habitación. Se fu... fu...fu...eron a comer y me dejaron so...so...so...lita.

Su respiración entre cortada me arrugó el corazón. —¿Qué hiciste, mi bella? ¿Por qué te castigaron?

—Nada ma...ma...malo. Salí a pa...pa...pasear por el pa pa...parque; mi ma...ma...má me dice que él está muy nervi...vi....vi...vioso.

—Tu papá siempre ha sido un hombre muy calmado. ¿Qué le pasó? ¿Tiene problemas en el trabajo?

—Parece que aquí en Lon...lon...dres se le abrió una inves...ves...ti...ti... gación al dueño de los ne...nego...go...gocios que él ad...ad...ministra. Nunca me ha...bi...bi...bía gritado −me confesó, estallando en llanto.

—¿Saliste del hotel?
—Sí.
—¿Para qué saliste? Tú me has dicho que en Londres hace mucho frío. Y ella, cogiendo aire, me contestó:

—El día estaba pre...pre...ciosi...sí...sísimo y quería pa...pa...pasear un rato por el parque; allí me conseguí con un ex...tra...tra...traño señor que esta...ba....ba todo vestido de blanco y venía con un perro gra...gra...gracioso de raza dálmata.

—¡Salazar! −dije alterado.

—Sí, ese era su no... nombre. ¿Có...co....co...mo lo sabes?

—¡Dios mío, no puede ser!

—¿Lo co... co... co... noces?

—¡No puede ser! ¿A ti también te visitó? ¿Qué te dijo?

—Me entregó un li... libro... Espe... pe...pe...pera un momento, alguien está tocando la pu...pu...puerta de mi cu... cuarto.

—¿Libro? Dios mío. ¡Espera!

—Te...te...te llamo ahora. Pa...pa...pá me regaló unos ma...ma...sajes. ¿Lo puedes creer?

—¡Espera, espera!... La línea se cortó y allí quedé paralizado, con el teléfono en la mano.

De inmediato toqué el botón de asistencia médica. Al instante entró una enfermera con cara somnolienta.

—Disculpe, ¿cómo puedo hacer una llamada internacional? Con tono burlón me respondió:

—¿Llamada internacional? ¿Qué crees que es esto? ¿Un hotel? No, muchachito. ¿Para eso me llamaste?

—Sí, para eso la llamé.

Al decir esto, la antipática enfermera me dio la espalda y me quedé con la palabra en la boca. "¿Por qué la visitó Salazar? ¿Qué quiere de ella?".

De repente la habitación se iluminó. Sentí un escalofrío por todo mi cuerpo, noté que mi libro otra vez se encendía mágicamente. "¡Dios, otra vez no!". Lo abrí y, siguiendo las historias sobre mí mismo, vi la imagen en la cual se mostraba mi cara de espanto mientras oía la historia de Suhail. Al pasar la página me encontré con otra imagen que me dejó paralizado: el anciano que conocía bajo el nombre de Salazar estaba justo al lado de mi cama.

—¡Hola, Aníbal!
—¿Qué coño haces aquí? ¿Cómo demonios entraste?

Me hizo una señal de desaprobación por pronunciar lo prohibido, pero eso no apaciguó mi arrechera.

—¿Qué haces acosándola? ¿Y eso de llegar sin avisar no te parece de mala educación?

—Llegó la hora de la verdad. Debes tomar una decisión.
—¡Yo ya decidí! No quiero salvar al mundo, eso se lo dejo a usted. El anciano me extendió su mano y con una serena sonrisa me dijo: —Ven, acompáñame, quiero mostrarte algo.
—¿A dónde vamos? −pregunté algo reacio.

—Lo verás cuando lleguemos.

—Discúlpeme, pero yo no sigo más con este jueguito. ¡Ya tomé una decisión!

—Pensaba que querías saber cuál fue la razón por la que habíamos invitado a tu amiga, pero como ya tomaste tu decisión, entonces mejor me voy.

—¡Espere! ¿Suhail? ¡Qué le hizo! −le pregunté con voz firme. Me dio la espalda y el libro se volvió a encender:
—Espere... está bien. Iré con usted.
—Muy bien, pero antes de irnos...

Se me acercó y, tocándome la cabeza, de inmediato sentí un pesado sueño y quedé totalmente dormido.

Se me acercó y, tocándome la cabeza, de inmediato sentí un pesado sueño y quedé totalmente dormido

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EL PRISIONERO (El Origen) Primer libro de Siete (Saga)Where stories live. Discover now